Si la poesía es un pellizco al alma, este duele algo más cuando el contenido de un verso nos resulta familiar. La cordillera y la punta de Anaga, impresionantes una vez más, pero esta vez desde una perspectiva nueva, más desnuda, me despiden de un mundo que me ha acogido, ayudado y respetado. La tierra que más he querido. En este verso se arremolinan los recuerdos de un adolescente escritos con la sabiduría de un poeta de 80 años, Joan Margarit (Sanaüja, Lleida, 1938), ganador del Premio Cervantes, no ha escondido nunca el cariño que siente por una Isla que comenzó a amar con 16 años. No fue un idilio largo, pero sí intenso.

Estando Joan Margarit en medio de una conversación, el riesgo de no saber determinar que llegó antes (ya estamos con la vieja teoría de ¿qué fue primero, la gallina o el huevo?) es alto. Arquitecto de profesión, la poesía se coló en su interior años antes de ingresar en la universidad. De hecho, parte de ese proceso lo asimiló cuando residía en un inmueble ubicado en las proximidades de la Plaza Militar de Santa Cruz de Tenerife. Su padre, también arquitecto, trabajó en distintos proyectos que se planificaron en el Archipiélago (también vivió puntualmente en Las Palmas de Gran Canaria) en el primer lustro de los años 50.

En las páginas de Para tener casa hay que ganar la guerra (Austral) se percibe de una manera cristalina la poderosa impronta que recibió un quinceañero en el Santa Cruz de Tenerife de mitad del siglo XX, un encandilamiento que se multiplicó por dos en cuanto conoció La Laguna: esos dos minicipios se han convertido en figuras poéticas de sus creaciones en múltiples ocasiones. Juan Cruz Ruiz, colaborador de El DÍA, admite que la concesión del Premio Cervantes a Margarit le genera sentimientos encontrados: "Me alegra que sea él, pero me entristece que después de tantos años reclamando una calle o un homenaje para una persona que ama a Tenerife con locura la respuesta de los políticos haya sido cero", critica el Premio Canarias de Literatura y Premio Nacional de Periodismo Cultural. "Nadie ha sabido leer (o no ha querido) el cariño con el que Joan Margarit habla de Santa Cruz de Tenerife... Lo conté en un artículo de opinión que escribí para este periódico y no me importa volver a repetirlo. Desde que leí la descripción que hace Alexander Humboldt de Santa Cruz y de los santacruceros, y de otras partes o ciudadanos de la Isla, no había leído con tanto fervor y tanta gratitud una declaración de conocimiento o de amor del alma de los habitantes que son también mis paisanos", recuerda el portuense.

De su madre, maestra, no solo aprendió a perdonar (en más de una ocasión contó que a los cinco años fue golpeado en la calle por un señor uniformado por no hablar en cristiano), sino a entender que en ocasiones poner distancia con algo que no es agradable se puede convertir en una oportunidad para hallar señales de amabilidad y respeto. Eso fue lo que cultivó cuando cambió el Mar Mediterráneo por el Océano Atlántico.

Joan Margarit no solo se esforzó por entender el significado de expresiones arraigadas en Canarias. Su mirada fue más allá. Aprovechó su estancia en Tenerife para absorber sentimientos que cuando ya estaba lejos de esta tierra continuó filtrando en sus poemas. Normal. El joven que escapó de una Barcelona que la Guerra Civil había reducido a escombros, como la mayor parte de la España continental, descubrió en Tenerife un "paraíso" en el que también se coló el hambre, la muerte y las divisiones familiares que se eternizaron con el paso de los años: la guerra desde la periferia.

"Tenerife es la tierra que más me ha querido". La frase no solo es una reproducción exacta de Juan Cruz Ruiz para uno de los testimonios que ofrece habitualmente en este periódico sino una confesión sincera de un ser que ayer fue recompensado por el Ministerio de Educación y Cultura -está dotado con 125.000 euros- con un galardón que recogerá el 23 de enero de 2020 en el Paraninfo de la Universidad de Álcala de Henares. Ese día, la uruguaya Ida Vitale, que en la jornada de ayer a punto estuvo de hacer saltar por los aires todas las normas de protocolo, cederá el testigo al Cervantes 'chicharrero': Joan Margarit i Consarnau.

El niño que aprendió a flirtear con la poesía en Santa Cruz

Es catalán pero no dudó en anudar a la condición de poeta mediterráneo su adopción chicharrera. Buen conocedor de las aceras sobre las que creció El Monturrio (Barrio Duggi), a Joan Margarit no le cuesta un esfuerzo mayor admitir su dualidad poética: "Soy un poeta catalán pero también castellano, coño", dice en una entrevista anterior el Premio Cervantes 2019, tras recordar que la dictadura franquista le impuso el castellano a patadas". Pero "no lo pienso devolver ahora", rubrica un creador octogenario que hace tiempo que se apropió de forma inocente de una idea de Robert Louis Stevenson para llamar al lugar que lo acogió en plena pubertad como "la isla del tesoro".

Directo, honesto, minucioso... La lista de calificativos para enjuiciar su obra es interminable, pero hay tres conceptos que son fundamentales para cerrar el círculo creativo de Joan Margarit: belleza, cultura y verdad. El castellano fue la base de sus primeros poemas, hasta que en el año 1981 decidió publicar solo en catalán. Años después, a finales de los noventa, alternó las dos fórmulas para convertirse en un poeta leído y premiado. Y es que el Ilerdense es Premio Rosalía de Castro (2006); Premio Nacional de Poesía (2008); Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2008); Premios Poetas del Mundo Latino (2013); Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y Premio Cervantes (2019).