La primera vez que supe de los Toraja fue a través de un documental de National Geographic en el que mostraban, de una manera bastante gráfica, cómo es el proceso de velado y entierro en esta parte de Indonesia. De esto hace ya mucho tiempo. Nunca imaginé que podría presenciarlo. Los Toraja pasan la vida hablando de cómo será su entierro, es más importante que el día de su boda o que un nacimiento. Todo el mundo está invitado, incluso se pueden ver algunos turistas, pues este es un polo de atracción importante para los morbosos del mundo. El cuerpo, tras la muerte y dependiendo del dinero que se haya ahorrado antes del fallecimiento, puede pasar años en casa hasta tenerlo todo preparado. Le ofrecen agua y comida a diario, le cambian de ropa y le llevan a la cama cada noche. Le sientan a la mesa, con toda la familia, el día que debe decidirse cuándo será su entierro. Hasta que no se sacrifica el primer búfalo en su nombre creen que el difunto está enfermo terminal o tomakula en su lengua, esto sucede durante los días de velado. Una vez ha muerto el primer animal, comienzan los llantos, porque todos saben que ya no hay vuelta atrás.

Cuando llega el momento, el velatorio puede dilatarse hasta 10 días, en el que los asistentes juegan a las cartas, comen y beben, se organizan peleas de búfalos y gallos, se sacrifican a esos mismos búfalos y reparten la carne, se reza y vela al muerto hasta el día en que se le da sepultura. Los Toraja, creen en tres mundos separados, básicamente como los cristianos. El submundo, bajo tierra, el terrenal, aquí donde vivimos y el divino o más allá, que está en el cielo. Esa es la razón de que entierren a sus muertos en alto, nunca bajo tierra. Excavan la roca de acantilados a modo de nicho, donde suelen meter a toda la familia sin ataúd. Antiguamente se les depositaba en cuevas, también altas.

Es un ritual tremendamente complejo, lleno de pequeños matices. Dependiendo de la casta social a la que perteneces debes sacrificar más o menos búfalos, la forma del ataúd también define de que casta vienes y a cual quieres llegar. Cuanto más cilíndrico más posibilidades de subir de casta social en el más allá, algo que no puedes hacer en el mundo terrenal, aunque te conviertas en un hombre rico. Si naciste esclavo en Tana Toraja siempre serás un esclavo. Fabricar un ataúd con esta peculiar forma también requiere más sacrificios y sobre todo el valioso y raro búfalo blanco.

Mi primer día en Tana Toraja, fue el domingo. Acompañé a una familia a misa. No soy cristiano pero es un buen lugar para dejarte ver, compartir y conocer gente que pueda ayudarte.

Había conocido a Uping en el hotel esa misma mañana y me invitó a almorzar con su familia después de la misa y claro ¿quién dice que no a una chuletada? El cuñado del anfitrión me ofreció un trato tras contarle lo que andaba buscando en su pueblo. Resulta que se casa el 17 de octubre, así que a cambio de llevarme y hacer de traductor para mi, debía hacerle unas fotos de preboda, sonreí, pero en mi interior reía a carcajadas. He hecho tal vez tres bodas en mi vida y por compromiso. Nunca un reportaje de pre-boda, pero me lo plantee con tranquilidad. Esto es un pueblo aislado, me autoconvencí de que no debía haber grandes fotógrafos disponibles alrededor, así que hiciera lo que hiciera, la pareja quedaría contenta. Este tipo de fotografía escapa totalmente a mis habilidades y lo peor es que conozco a algunos de los mejores y veo las maravillas que hacen.

Finalmente, la sesión fue al atardecer en un campo de arroz, con una luz fantástica que hizo que mis fotos diesen el pego. La colgarán a la entrada del almuerzo nupcial y han prometido enviarme un selfi con la imagen detrás de ellos.

El día anterior había trabajado hasta la madrugada, esto es lo que pasa cuando tienes tantas horas de diferencia con tu país. Además, me había levantado a las 6 para coger el avión que me llevaría de Papua a Sulawesi. Pasé el día entero esperando la guagua que salía hacia Malake, en la tierra de los Toraja. Casi no comí ese día porque no había nada cerca decente, la verdad, Makassar es una ciudad bastante sucia. El caso es que a las 9 de la noche me subí en la guagua hasta las 6 del día siguiente y empaté con el trabajo. Sin desayunar. En el temprano almuerzo tras la misa, me ofrecieron vino de palma y tuve que beberlo porque es de muy mala educación rechazar lo que te ofrecen, aquello me sentó terriblemente mal, fue como la gota que colmó el baso. Pasé mi primera crisis de retrete desde que empecé el viaje, hace ya dos meses. Escalofríos, fiebre, mareos y demás lindezas. Me tomé dos Fortasec y bebí agua toda la noche, siempre con la mosca detrás de la oreja por si fuera algo más serio, pero no. Eso fue todo, al día siguiente estaba como una rosa, aunque tuve la precaución de tomar solo arroz y té durante todo el día.

El lunes conseguí el primero de mis retratos. Me encontré a un señor que no recuerda su edad, mientras andaba sin rumbo fijo por el monte Kandora. Llevaba horas sudando sin suerte. Parecía estar caminando sobre los huesos de un gigante prehistórico en aquel lugar aislado, con el sol cayendo lentamente delante de nosotros. Pong Tammu picaba una piedra kárstica color marfil que al golpearla con su martillo escupía esquirlas afiladas como cristal. Al prestar más atención al aspecto de aquel viejo me di cuenta de que andaba descalzo sobre aquella cama para faquires. Solamente tratando de acercarme a él para pedirle permiso, me había cortado los laterales de los pies dos veces y mis pies están curtidos de andar siempre en cholas, incluso de caminata por el monte. Estas piedras cuasi-preciosas las utilizan para construir ciertas partes de las casas tradicionales.

Sus casas son otra curiosidad. Los tejados son a dos aguas pero curvados en el centro, justo al contrario que los nuestros. Cuando los vi por primera vez, pensé que parecían barcos y de hecho, solían serlo, me explicó mi traductor. Según cuenta la leyenda, los Toraja llegaron a Sulawesi cuando desaparecían los hielos de la segunda glaciación navegando en sus imponentes barcos, como no tenían refugio y comenzaba la época de lluvias, alzaron los barcos a tierra y los usaron para protegerse de la intemperie. Con el tiempo, como decidieron quedarse, aprovecharon la madera de sus navíos para construir los primeros pueblos. Los barcos auxiliares los levantaron sobre postes y los llenaron con grano para evitar que los roedores se dieran un festín y esto es lo que hoy en día construyen en frente de sus casas, a modo de pequeña habitación separada, pero que en realidad es un granero.

El martes asistí al funeral de una familia noble. Me impresionaron varias cosas del funeral pero lo más extraño sin lugar a dudas, aunque ya sabía que me lo encontraría, fue ver turistas en el lugar. Me crucé incluso con un guía español que trabaja unos meses cada año en Indonesia, llevando a turistas españoles de una lado a otro y esta es una de las paradas clásicas. Mi razonamiento, tal vez me equivoque, es el siguiente: yo estoy en un lugar como ese para mostrar esas culturas a quien quiera verlas y conocerlas, para que quede constancia en el futuro de lo que eran entonces. De eso trata mi trabajo como fotógrafo documental, de documentar. Esa es mi excusa. Por eso asistí a la masacre y tortura de 24 búfalos y más de 200 cerdos con la intención de que el alma del difunto alcance el paraíso. Y todo esto en nombre de Jesucristo pero jamás iría con mi pareja en mi tiempo libre. Antropólogos, sociólogos, periodistas y algún que otro curioso sería algo fácilmente asimilable pero mil personas por día, en los meses de verano, según las cuentas de la regencia Toraja... es algo difícil de digerir. Hay fotos que tengo que no mostraré aquí, porque realmente son escabrosas, son para alguna revista especializada, para que las vea gente que realmente busca algo concreto, a modo de investigación o pesquisa cultural. Imagino que son los mismos turistas que van a las minas de azufre en Java, para ver como una persona carga a sus espaldas 100 kilos de piedras durante 20 kilómetros y consigue un dólar a cambio. O los mismos que van a los toros en Las Ventas.

El miércoles fui en busca de un tomakula. Con mi guía, Constan Tino, preguntamos en varios lugares, en las dos primeras familias tenían problemas de conservación con las momias, así que no quisieron mostrarlas, el tercero, sonriente, accedió a mostrarnos a su padre "enfermo". Sé que es bizarro pero la manera tan natural que ellos tienen de vivirlo hace que todo sea más fácil. El difunto lleva esperando sepultura desde el pasado septiembre y pretenden enterrarle al día siguiente de Navidad, aprovechando que toda la familia estará en el pueblo reunida.