Comparada con arquitecturas de periodos anteriores, la del movimiento moderno ha resultado ser frágil en términos de conservación. La falta de protección ha acentuado su deterioro y, en algunos casos, conducido a la desaparición de edificios muy relevantes de la modernidad. Entender que algunas de estas arquitecturas deben formar parte del patrimonio cultural y gozar de protección es importante como también lo es conocer sus especificidades y determinar las condiciones necesarias para una conservación efectiva.

En primer lugar, conviene recalcar que estos edificios nacieron de una firme creencia en unos nuevos materiales -el hormigón, el acero y el vidrio- y unas nuevas técnicas que apenas habían sido ensayadas y que difícilmente podían beneficiarse del "saber hacer" en el que otros materiales tradicionales, como la piedra o el ladrillo, reposaban. El modo en que iban a envejecer los edificios de la modernidad era una incógnita y cierto es que muchos de ellos lo han hecho prematuramente.

Tampoco resulta sencilla su adaptación a la normativa de la edificación actual. Los estándares de hoy en día en cuanto a aislamiento térmico, accesibilidad, protección contra incendios, etcétera, son, por supuesto, muy superiores a los que exigía la normativa del momento y su implementación comporta, a menudo, un menoscabo de los valores de los edificios.

En algunos casos, los edificios se han vuelto obsoletos, ya que las necesidades de los programas a los que daban cabida han cambiado de forma tan drástica que difícilmente encuentran acomodo en éstos. Es el caso de numerosos conjuntos industriales, afectados, además por la deslocalización de esas actividades productivas y por la presión inmobiliaria que ve en esos terrenos, situados en su día periferias, nuevas centralidades de las que extraer rendimientos.

A estas dificultades se suma una falta general de mantenimiento y, en muchos casos, cierta estigmatización de estas arquitecturas, que se perciben como responsables de los problemas sociales de los que pueden haber sido escenario.

El resultado de todo ello no podía ser otro que la falta de apreciación de la arquitectura del movimiento moderno por parte de la sociedad y, en paralelo, la reticencia de la administración frente a una protección que se asume más como carga que como oportunidad. Sin embargo, debería ser posible lograr una conservación efectiva y normalizada sin que ello suponga un esfuerzo que la sociedad difícilmente va a poder asumir y alcanzar un equilibrio que permita la deseable conservación del patrimonio moderno. Para que esto sea posible es indispensable incidir, en primer lugar, en el conocimiento de esas arquitecturas, determinar no solo qué edificios deben ser preservados, sino en qué elementos reside el valor de cada uno de ellos y cuáles deben ser los criterios y las técnicas de intervención. También es necesario transmitir el conocimiento sobre esas arquitecturas que, por otra parte, conforman el escenario de nuestro día a día, y dotar a la sociedad, en los distintos grados de la educación, de las herramientas de discernimiento necesarias. A ello debe sumarse una adecuación de las normas a las especificidades de esas arquitecturas, tanto desde el punto de vista de las herramientas de protección como de la normativa que regula la edificación, en particular en lo relativo a las actuaciones de rehabilitación, que permita mantenerlas en uso.

Todo ello solo puede producirse desde la articulación de una política global que aborde de manera conjunta la investigación, la transmisión del conocimiento y la adecuación normativa que no solo permitirá la correcta conservación del patrimonio moderno sino que puede repercutir en un ámbito de mayor envergadura no ya cultural sino económico, con repercusiones desde el punto de vista de la articulación territorial, la sostenibilidad, o el desarrollo tecnológico.