Quien haya seguido la carrera como cineasta de James Gray sabe que sus películas son perturbadoras, intensas y reflexivas, ya se trate de una cinta policiaca, una de aventuras o un melodrama. Yo le descubrí en La noche es nuestra (2007), me interesó con Two Lovers (2008) y me convenció definitivamente con Z, la ciudad perdida (2016). Sin embargo, ninguno de sus anteriores proyectos se acerca, ni de lejos, a la magnitud de Ad Astra, un largometraje épico, bello, profundo, evocador y con méritos suficientes para ser incluido en la lista de los mejores títulos de ciencia ficción. El director neoyorkino consigue dotar a su obra de una ecléctica uniformidad difícil de definir. Su narración pausada pero potente, su estética preciosista pero de contenido inquietante y su alma dramática con pretensión de epopeya trascendental provocan un cúmulo de sensaciones sorprendente y bastante alejado de lo que la cartelera nos tiene (mal) acostumbrados.

Con algunas reminiscencias de Solaris, nos sitúa ante un viaje introspectivo envuelto en secuencias y efectos especiales de gran complejidad técnica, una apuesta arriesgada y valiente de alguien que no se deja arrastrar por modas ni se pliega a la imposición de estilos populares. No es descartable que buena parte de ese público habituado al cine actual -más explosivo y acelerado- quede desconcertado ante esta propuesta, que se toma su tiempo y recurre a cuestiones filosóficas como cimientos para construir la historia. Hacía tiempo que no me rendía a planos sosegados que terminan resultando hipnóticos, ni disfrutaba de una mezcla de visión contemplativa e intriga hacia un desenlace final. Después de una larga etapa quejándome de la falta de originalidad, por fin me topo con un trabajo audaz e interesante que me gustará volver a revisar más veces.

El veterano astronauta Clifford McBride desapareció hace dos décadas en una misteriosa misión espacial cuyo fin era hallar vida extraterrestre. Su hijo, que no ha terminado de superar esa pérdida, aún conserva la esperanza de descubrir qué le ocurrió. La NASA aprovechará dicha motivación para situarle al frente de otra arriesgada travesía en el espacio. En ella quizá pueda averiguar el destino que llevó su progenitor y afrontar la amenaza que ha puesto en riesgo la supervivencia de la Humanidad en el sistema solar. En ese viaje descubrirá las verdaderas intenciones de aquella misión original y sus consecuencias.

El film no pretende deslumbrar con colores artificiales, ni piruetas alocadas, ni desenfrenos agotadores. No es una muestra de cine de acción. Tampoco quiere serlo. Simple y llanamente, entretiene con inteligencia y habilidad artística y técnica. La fotografía de Hoyte Van Hoytema (curiosamente, el mismo operador de otro de los grandes títulos del género, Interstellar y nominado al Oscar por Dunkerque) es otro de los elementos brillantes de Ad Astra.

Especial reconocimiento merece el actor Brad Pitt. Si hace algunas semanas le mencionaba como uno de los puntos fuertes de Érase una vez en... Hollywood, aquí luce sin discusión. Tanto a través de sus silencios como de sus diálogos, refleja a la perfección el tono delicado y turbador del trabajo de Gray. Sus actuaciones en Moneyball: Rompiendo las reglas o El curioso caso de Benjamin Button ya daban fe de sus enormes cualidades artísticas y ha sabido continuar añadiendo trabajos de calidad a su filmografía. Le acompañan en el reparto el muy respetado Tommy Lee Jones (Oscar a la mejor interpretación masculina de reparto por El fugitivo), el veterano y prolífico Donald Sutherland y Ruth Negga (candidata a la estatuilla dorada por su papel en Loving y que coincidió con Pitt en Guerra Mundial Z). Nos hallamos ante la primera gran película del año 2019 y, si bien se anuncian otras muchas producciones llamadas a destacar, la primera que ha llegado a la cartelera española es, sin duda, Ad Astra.