Localizado en 2011 durante un dragado de la ría gallega de Ribadeo, el pecio del galeón Santiago (originalmente San Giacomo di Galizia) es uno de los más interesantes del mundo. Hay varias razones para esta consideración. Por una parte, porque se conserva en un estado excepcional e in situ, es decir, justamente en la zona de su hundimiento, y jamás ha sido tocado por los cazatesoros. Por otra, porque se trataba del buque estelar de la segunda Armada Invencible enviada por Felipe II para batallar a los ingleses tras el estrepitoso fracaso de la primera; y, por último, porque su técnica de construcción podría calificarse de adelantada para su época.

El Santiago fue construido en 1595 en los astilleros de Castellammare di Stabia (Italia) ?hoy enmarcado en la ciudad metropolitana de Nápoles? bajo la dirección del maestro Colela Bonifacio, financiado por armadores de la denominada República de Ragusa (Duvrovnic), en aquella época aliados de la Corona española.

Según el arqueólogo Miguel San Claudio, director de las prospecciones subacuáticas que se están llevando a cabo, es uno de los buques más grandes de su tiempo y en su construcción se empleó el mejor material disponible y el esmero de los más experimentados constructores. Se han encontrado evidencias que solo estaban en los libros, como la cubierta perfectamente calafateada que aseguraba la flotabilidad del galeón incluso si recibía un impacto cerca de la línea de flotación.

Tras un breve periodo dedicado al transporte, el Santiago pasó en el puerto de Cádiz las inspecciones militares de rigor para pasar a formar parte de la Armada. De hecho, era la almiranta del escuadrón ragusano que el rey español envió a la invasión de Inglaterra proyectada en Falmouth, Cornualles, en 1597. Pero, al igual que ocurrió con la Gran Armada de 1588, una tormenta dispersó las naves españolas en el Canal y a duras penas algunas de ellas pudieron regresar. El Santiago de Galicia se enfrentó, en su regreso, a tres buques flamencos y uno inglés antes de alcanzar a duras penas la costa peninsular, justo en la localidad lucense de Ribadeo, adonde llegó ya en muy malas condiciones y con gran parte de su tripulación enferma.

Según constata en su tesis doctoral Miguel San Claudio, el mando del galeón solicitó a la villa alojamiento para la tripulación. Entre los libros de actas que se conservan en el Archivo Municipal de Ribadeo (1595-1611) aparece una referencia sobre el hundimiento del San Giacomo datada el 13 de noviembre de 1597. Miguel San Claudio deduce de ella que el naufragio se produjo en una fecha comprendida entre el día de su llegada, el 6 de noviembre, y el 13 del mismo mes , lo que forzó que "saltara la gente a tierra". También se sabe que los embarcados del galeón se salvaron, al igual que los 91.000 ducados que transportaba.

El objetivo de esta nueva campaña de prospección es intervenir en la zona central del pecio, por la parte de estribor, donde se encuentran la cuaderna maestra y la carlinga sobre la que se asienta el palo mayor. Los arqueólogos subacuáticos pretenden realizar una trinchera y llegar hasta la quilla para poder comprender mejor cómo realmente se pudo construir el barco, algo que todavía se desconoce en importantes detalles. Se trata de averiguar el modo en el que funcionaba esta "máquina asombrosa de comercio y de guerra" que estableció las primeras rutas globales en pleno siglo XVI.

El equipo está financiado por la Xunta de Galicia y el Institute of Nautical Archaeology de Estados Unidos, y cuenta con la colaboración de la Armada Española. Eso sí, solo pudieron trabajar unas tres horas cada día, debido a la fuerte corriente de la ría, y tuvieron que limitarse al entorno de la pleamar y la bajamar por motivos de seguridad y para cumplir los 180 minutos de máximo legal permitidos por inmersión.

Desde la Asociación Amigos do Galeón de Ribadeo se sueña la viabilidad de la recuperación del buque para su exposición y conservación en un museo, opción difícil tanto por el coste de la operación como por la nula experiencia española en esta materia. La prioridad es la protección del barco en el fondo del mar, entre otras razones porque al tratarse de un pecio in situ es la mejor manera de efectuar un buen trabajo arqueológico.