El ‘padre’ de Las Burras

Javier Eloy Campos recuerda cómo Las Burras nacieron como reclamo de Güímar frente al auge del Carnaval de Santa Cruz

El artista güimarero Javier Eloy Campos, en su taller.

El artista güimarero Javier Eloy Campos, en su taller. / Humberto Gonar

El Grupo Patrimonio, entre los que se encontraba este artista güimarero, es el ‘culpable’ del nacimiento de Las Burras. A comienzos de la década de los años ochenta se recuperó con esplendor el Entierro de la Sardina que luego entró en decadencia por el boom de los bailes multitudinarios de la capital.

Artista y güimarero de pro, Javier Eloy Campos recuerda que fue en 1992 cuando el llamado Grupo Patrimonio, que lideró, creó Las Burras para combatir el declive que se vivía en el Carnaval de su ciudad natal. Tras la vuelta de la Democracia, en los años 1982 y 1983 hubo un importante resurgir del Entierro de la Sardina y de los tradicionales bailes de Carnaval y sus mascaritas, si bien se fue perdiendo a partir de 1987.

Javier Eloy Campos recuerda el auge sin precedente que supuso la actuación de Celia Cruz en el Carnaval de Roma, que supuso el espaldarazo de los actos multitudinarios en las calles de Santa Cruz en detrimento de los pueblos, algo que no pasó inadvertido para Güímar.

La primera vez que se recuperó el Entierro de la Sardina de Güímar fue gracias a Niceto Alberto y Domingo González, y de donde salía era desde la casa de este último. «Todo fue menguando a medida que subía el Carnaval de Santa Cruz», reconoce Javier Eloy Campos, de ahí que en 1990 pocos güimareros prefirieran vivir la fiesta en su municipio.

Al año siguiente, en 1991, un grupo de amigos hizo un espectáculo que se basaba en unos visitantes estrambóticos que llegaban con maletas a Güímar para salir en un Entierro de la Sardina huérfano de participantes. En 1992 se da un nuevo giro y nacen Las Burras de Güímar, en base a una historia de brujería más vernácula canaria, y nació así el guion que se mantenía en la tradición oral rescatada del testimonio de los mayores del lugar.

«Mi abuela me contaba que Fulano encontró una burra en un barranco, se la llevó a la casa y se le secaron las tetas a la mujer que estaba dando el pecho y también se le secó el cantero y se murieron los animales. Hasta que descubrieron que la burra era realmente una bruja al pincharla con un cuchillo y transformarse en mujer». Ese testimonio no solo lo vincula con Güímar, sino que lo vincula con Fuerteventura, Arico, Araya (Candelaria)...

Javier Eloy Campos se refiere a la dicotomía que suponía encontrar en el campo a un animal, lo cual era estupendo porque significaba una ayuda en las tareas agrícolas, pero también tenía que ver con esa percepción del canario de antes. «Antes uno que plantaba un cantero de papas le preguntabas cómo se le iban a dar y te decía, bah y le restaba importancia... O preguntabas cómo salía el examen y decía: pues no muy bien, porque pensaba que si decía algo bueno estabas llamando al mal... Tenía que ver con ese miedo. La verdad que la vida de la gente del campo era durísima y eso le hacía mirar con suspicacia las cosas buenas que le podían pasar, como encontrar una burra abandonada en el campo».

El artista recuerda que Mónica Díaz Tabares, vinculada a movimientos ecologistas, realizó una serie de entrevistas sobre las tradiciones a su abuela, en una publicación que editó como Historias de Seña Rosa sobre diferentes asuntos que ya hoy se han difuminado con el paso de los años y han desaparecido, pero que en aquella época y en el Sur de Tenerife la dicotomía bruja/burra era constante y muy normal.

«El Grupo Patrimonio decidimos enriquecer el Entierro de la Sardina con una historia, hasta el punto que en siete casas por donde pasaba el desfile esperaban la llegada de la comitiva», y recreaban «cosas impropias de mujeres de épocas pasadas, como peinarse después de que oscurecía, ni se cortaban las uñas, ni se miraba a un espejo, ni barría la casa... Ahora parecen cosas tontas, pero eso no se hacía antes de la noche; solo lo hacía gente que iba a salir en ese horario o que personas que tenían una doble vida».

Estas personas, que se estaban acicalando y mirando al espejo, un signo de mucha vanidad –recuerda Javier Eloy–, colaboraban en el Entierro: se colocaban una caperuza de burra y bajaban a acompañar a la Sardina. «Hay que agradecer a las personas de San Pedro Arriba que prestan su casa desde hace 31 años para estos menesteres». Y ya en la plaza se hacen las encontradizas en la Plaza de San Pedro con unos agricultores que están plantando papas de enero, en este caso un rezagado mes de febrero. «Se hacen las encontradizas, para enamorarlos y que se lleven las burras a sus casas, pero ellos se rascan el cogote porque les huele mal; las pinchan con el cuchillo que todo hombre del campo lleva porque es la única forma de saber que la burra era bruja: hacer brotar la flor de la sangre. Quedan al descubierto, se transforman en brujas, hacen un aquellarre, llaman al diablo –que aparece espectacular– y finalmente llega la Inquisición, que manda a quemar a todo el mundo pero se le escapa hasta el año que viene.

Este es el argumento de Las Burras de Güímar, en el que interviene también San Miguel y pelea con el mal por una invocación del obispo. Y todo en la plaza de San Pedro. «En Güímar, todo lo que no se haga en la plaza de San Pedro no existe; es el corazón del municipio desde 1602», sentencia el artista.