La Sardina se entierra por fin en su día, el Miércoles de Ceniza

Después de tres años, con el paréntesis atípico del pasado junio, vuelve el acto más importante del Carnaval chicharrero tradicional

La Sardina del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife se quemó por fin después de tres años en el día que marca el calendario, el Miércoles de Ceniza. Estuvo arropada durante su funeral, como marca la tradición, por la Cofradía del Chicharro, transmutación en esta señalada fecha de la murga madre, la Fufa. Miles de desconsoladas viudas, curas, obispos, monjas y otros carnavaleros habituales disfrazados para y por la ocasión cumplieron con la cita tras las restricciones de la covid-19. Velaron a la estructura diseñada por la artista Patricia Vara y su equipo en el cortejo fúnebre que recorrió las calles del centro de la ciudad hasta culminar en la avenida Marítima con la tradicional ceremonia de la pira funeraria. De la noche del Lunes y del Coso del Martes al Entierro. Multitudinario dentro y fuera. La fiesta chicharrera recuperó la calle

Antonio Javier –tanto lo llaman de una manera como de otra– siente en su estómago la jeribillla de los acontecimientos especiales en el punto de partida, la calle Juan Pablo II (antes tenía otro nombre). Forma parte de Las Legionarias, grupo constituido por una decena de amigos que desde hace más de dos lustros no falta a la cita, aunque ya antes lo hacían con la alegoría de guardias civiles. Con capellán, legionarios, una cruz que representa la Sardina de la Buena Muerte, emulando al Cristo de Málaga, una batucada detrás y hasta la cabra. Organizados, numerosos y muy animados.

Son ya las diez de la noche pero ellos quedaron desde las seis y media para vestirse. Es su día. Lo representa como pocos este funcionario de Justicia, enamorado de las chirigotas y del Carnaval de Cádiz, «mi pasión», asegura. Fue murguero de Rebelchichas y Guachipanduzy, representante del jurado de comparsas durante veinte años y miembro el grupo Los Monster. Apenas salió el primer viernes, el de la Cabalgata Anunciadora de la fiesta, «a dar una vuelta». Dice que pare él «aquí se acaba el Carnaval». Costumbre enraizada desde hace décadas. También estuvo en el Entierro del atípico Carnaval del pasado junio, pero, afirma «era otra cosa; esta es la esencia de verdad de nuestra fiesta». Adivinó que «iba a venir mucha gente por los comentarios previos. Este acto tradicional le gusta mucho a la gente. Algunos, como es mi caso, no salimos más». Otra característica que vuelve a cumplirse: «No sé cómo nos las arreglamos pero siempre llegamos tarde. No iba a ser esta vez la excepción a la regla».

Con las cañas a 2 euros y en vaso plástico, la espera se hace menos llevadera. La noche es fría y caen algunas gotas. Amenaza lluvia, pero Blas Hernández, subcomisario de la Policía Local –31 entierros de la Sardina le contemplan– es optimista porque «he consultado con el servicio de Meteorología». No falló. La experiencia es un grado y la compartía con los agentes, los suyos y los de la Policía Nacional, o con los miembros del operativo de limpieza. «En una hora– todavía eran las nueve de la noche– verán cómo se pone esto». Tampoco falló. Gente y más gente. A riadas. Será su último Carnaval porque se jubila.

Pepe Benavente prueba sonido y la gente lo aclama. Va calentando motores. A las diez y dos minutos, casi más tarde que nunca, el cortejo fúnebre parte de Juan Pablo II bajo los acordes del Santa Cruz en Carnaval que da paso al Polvorete, un clásico de Pepe. Y los que quedan para el camino.

La Sardina de Nueva York, el motivo de esta edición, luce en su carroza para abrir el cortejo. Entre señales de sugerente nombre: Chicharro Square, Tres de Mayo Avenue o Castillo Saint. En otra, justo detrás, van Pepe Benavente y Rafael Flores El Morocho. Ellos también son unos clásicos del Carnaval de Santa Cruz. En medio, delante y todavía más atrás grupos más o menos organizados, anónimos y espontáneos. Mucha gente. El Entierro de la Sardina es sinónimo de desenfado, transgresión y desorden, un caos controlado sin control. Viudas desconsoladas, lamentos, gritos, aullidos, revolcadas por el suelo entre el histerismo del dolor y las lágrimas –la mayoría de cocodrilo o como mínimo de caimán– entre ropajes negros. De riguroso luto. También son miles los que están de miranda por todo el recorrido. Como marca la tradición.

De repente se escuchan todos los acentos. El inglés de la UK conection de dos monjes: Marcus, un negro enorme, y Monk. Ambos se muestran very exciting por vivir esta noche amazing. Muy cerca, Andrea y Jesús, también de luto, observan extasiados. Son de Madrid y pasan la semana en el sur. Otro acento en la fiesta.

Mon, lagunera, y Noelia, de Fuerteventura, son amigas asiduas del Entierro y del Carnaval chicharreros. Consideran que «hay que cuidar el vestuario, no se puede venir disfrazado de jugador de rugby». Estuvieron en la Sardina de junio «pero no es igual, aquí estamos en lo auténtico».

Teléfonos móviles a pleno rendimiento. Selfies de todo tipo con la Sardina, de Pepe Benavente o de cualquier grupo que llame la atención, y hay muchos, para la posteridad del autoconsumo.

En la zona del Orche está el alcalde Bermúdez de viuda cabaretera. Contento. porque «recuperamos el Carnaval de la calle y en la calle. Esta es una noche muy especial con enorme energía. Ya la recuperamos en junio pero ahora llega con todo su esplendor».

La Sardina chicharrera regresó a su día de muerte. En el Carnaval del pasado verano abrió las actos de la calle la víspera de San Juan para enterrar a la covid-19. Esta vez, hubo funeral de verdad para la expiación de los pecados. Adiós a Don Carnal y saludos a la Cuaresma con el paréntesis de la Piñata, Dios mediante.

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La quema del machango o haragán puso punto final al Carnaval herreño de La Frontera. La comitiva tenía previsto partir desde la plaza del Lagar, en Merese, y llegar hasta la pira en la inmediaciones de la plaza Benito Padrón Gutiérrez. En 2013, la Asociación cultural Amador inició el proceso de recuperación de este acto con base en los testimonios de los mayores de la Isla, en colaboración con el Ayuntamiento de La Frontera, la Universidad de La Laguna y los colectivos del municipio. Lloros, cantos y música con una copla acompasada: «La sardina se murió, jo, jo / Y la fueron a enterrar, jo, jo / Veinticinco palanquines, jo, jo / Un cura y un sacristán, jo, jo». Y así hasta la llegada. Mientras, el Puerto de la Cruz lloró amargamente la despedida de la Sardina en el muelle pesquero. La ciudad turística rindió homenaje a uno de los personajes más queridos de la fiesta. | J.D.M.