No sé si estoy más contento por la llegada de la «nueva normalidad», por la posibilidad de la celebración de un Carnaval, casi al uso, o por la apertura por poco más de un mes de mi cantina y es que, como ocurre siempre, sin quererlo ni pretenderlo, mi negocio se convierte en un termómetro de la fiesta. Por aquí se darán cita, como siempre, muchos amantes de nuestras carnestolendas, muchos carnavaleros en activo, o jubilados, y un sin fin de «personalidades», unos eufóricos y otros cabreados, a través de los cuales podremos hacer un seguimiento al devenir de los actos de este Carnaval de verano.

A partir de hoy cuento ya con mi Cantina abierta al público, a pesar de que sigue siendo ilegal, aunque espero que la policía haga la vista gorda con ella como suele hacer con el uso de las patinetas en nuestra ciudad. Ya contacté con mi madre, quien recién cumplidos sus ochenta y siete años se ha mostrado dispuesta a hacerme el caldero de garbanzas diario que suelen devorar mis clientes. La pobre mujer, en su afán de ayudarme, quiere aprovechar el verano para suavizar lo que suele ser un plato tan contundente y me ha ofrecido la posibilidad de hacerlas rellenas de bacalao encebollado, un manjar, pero que da mucha lata porque se tiene que levantar a las tres de la mañana a rellenar las garbanzas; ¡¡si es que madre no hay más que una!!. El acompañamiento no lo cambio, el tinto que me trae de Ravelo mi amigo Higinio seguirá siendo la bebida estrella. Espero que nadie me mezcle semejante caldo de calidad con Seven up o similar, porque eso es estropearlo. Quien me pida algo más fresquito, tendrá a su disposición una buena piedra de hielo.

Después de año y medio con el local cerrado, he tenido que echarle una limpieza a fondo brutal, pero ha valido la pena. Aquí estoy, reventado, pero con mi negocio preparado para recibir a los que ya lo han bautizado como la “Cantina de verano”.