Ya desde antes de las ocho y media de la noche Javier Eloy Campos, el mentor de la recreación que se puso en escena por primera vez en 1992, supervisaba, enfundado en un mono de mecánico, que todo estuviera a punto, después de que los nervios propios del reestreno hicieran temer por que los preparativos realizados durante dos meses en el taller de la plaza de Las Flores hubieran anoche desparecido, tal vez por un conjuro de las brujas.

Desde la dirección artística, el objetivo de las brujas estaba claro: 40 minutos de un espectáculo que coloca a Güímar con esta representación en la capital del mapa del Carnaval tal día como ayer.

Con la máscara por bandera comenzaron a llegar los campesinos, que, subiendo por la plaza de San Pedro, se iban a pertrechar para iniciar el desfile a la hora prevista: las 21.00 horas. Mientras, de fondo, la voz de Eros Ramazzotti hasta que, diez minutos antes fue sustituida por ritmos del reguetón. Tal vez por gustos de los responsables de sonido que por exigencias del guion.

Quince minutos antes ya se colocó una batucada justo delante de la puerta principal de la iglesia de San Pedro. Toda una paradoja que se repite cada día de las Burras de Güímar: Carnaval a la puerta de la iglesia. El mejor cartel de lo que estaba por pasar.

El año pasado Güímar fue noticia por capitalizar la reconciliación de Manny Manuel tras el desaire en Gran Canaria cuando la concejal de Fiestas Inma Medina lo expulsó del escenario. Desde entonces han pasado una romería de El Socorro y las actuaciones de Paulina Rubio y Carlos Vives.

Y comenzó el aquelarre que lanza en Güímar un pulso entre magia y Carnaval, por obra y arte del profesor Javier Eloy Campos, vecino de lujo de esta ciudad del Valle.

Cinco minutos antes de las nueve de la noche alguien apagó la voz de Eros Ramazzotti, que había vuelto a sustituir al reguetón. La batucada está a las puertas de la iglesia y la comitiva colocada cerca de Almacenes Kiki para iniciar la representación. Todo muy profesional. Sonaron tres fuegos que parecían marcar el inicio. Pero solo fue eso. Parecía. "A caballo vamos pal monte", acabará de cantar en un punto cubano.

El reloj del campanario de San Pedro y la batucada, a la tercera campanada de las nueve de la noche -con led en los tambores-, marcaba el ritmo. Tambores, luego juego de baquetas, claves, cajas... "¡Van a venir, van a venir, van a venir!", cantaba la batucada que tenía su propia coreografía sobria.

Cuando transcurrían diez minutos se apagó la luz. Los tambores de led ganaban protagonismo entre los focos rojos que sumergía a la batucada en un infierno. "5, 4, 3, 2, 1... Nos vamos", corearon con una plaza a oscuras, con la luz del rojo infernal que permitía un juego de sombras chinas sobre la fachada tradicional de una casa de dos plantas. Javier Eloy coqueteaba con la luz en la antesala del aquelarre. Habría puesto orden. Prometía el espectáculo con la batucada como único protagonista entre cañones de luz.

Parón. "¡Múmalo, múmalo!", y cuenta atrás que anunciaba que se iban. Una marcha que se hizo de rogar... 25 minutos de batucada y las pilas led de los tambores no se agotaban. Ni lo que dura una comparsa en su concurso. De nuevo, otra cuenta atrás. "¡Nos vamos!", y seguían.

A las nueve y media, Javier Eloy, ya sin mono obrero, parecía subir al encuentro de la comitiva, sin nervios y con tiempo para responder al saludo de algún vecino que le gritó.

21:35 horas. Resplandor de fuegos en la trasera de la iglesia, con el rugir de halcones sobre ruedas que se apoderaban de la plaza, mientras, por fin, llegaban las burras, precedidas por tirafuegos (con bombero y extintor incorporado) y una legión de demonios que se colocaron en las escaleras de la Iglesia mientras llegaban los campesinos y campesinas, seguidos de las burras, entre las que sobresalía una de tres metros que parecía peinarse. San Pedro, el espectáculo de la plaza, se venía arriba. Entre la penumbra apareció la inquisición que cargaba la sardina a que serían condenadas las burras. "Después de mucha fatiga las burras encontraron unas ruinas en El Escobonal", se leía en la parte baja de tu trono.

Y las burras se apoderaron del recinto con ruedas de fuego.

Tomó protagonismo Fray Andrés, quien dijo que era haber maldecir Güímar por estar desterrado cuidando sus cabras en Anocheza. "Aunque pecadores y carnavaleros, muy arrepentidos se van a quedar", advirtió.

Al ritmo de la berlina llegaron los campesinos: un diablo se cayó a un pozo, otro diablo lo sacó y otro preguntó cómo diablo se cayó.

Y llegaron vendiendo cochino negro al que compraron las campesinas para garantizarse la comida durante todo el año. Lo descuartizaron y acabaron repartiendo carne fresca entre el público.

"Estaba listando las papas de enero y veo destrozos en el cantero". Eran las brujas malditas, decían en el diálogo, dando paso a los personajes al ritmo de la percusión de la berlina. Y para comprobar si las burras eran brujas le clavaban una puñalada en los lomos. Y aparecieron desnudas las brujas. Mientras hacían un ritual, una exquisita proyección, parecía que temblaban las piedras de la fachada de la iglesia. Un maleficio que hacían en una olla para seguir con un conjuro a Satanás que convirtió la plaza en un infierno con los motoristas con bengalas de humo y un diablo con alas de fuego.

Fue a más.

El mismo infierno tomó la plaza con un demonio de más de tres metros de alto y brazos articulados.

Y apareció la inquisición.

El obispo se subió al púlpito colocado a la puerta de la iglesia y dictó su exorcismo. Y se obró el milagro con el arcángel Gabriel luchando con el maligno desde una tirolina que cruzaba la plaza. Y algunos ángeles se deslizaban por la fachada de los edificios.

El combate tuvo final feliz. Fue derrotado el maligno y las brujas condenadas a la hoguera de la sardina, que llevaba encima un cartel de coronavirus. Y lo mejor: las brujas consiguieron fugarse para volver a Güímar en 2021, en otra obra de arte, propia de una película, si se reproduce la magia que se vivió anoche en Güímar.

Y pidió a los ángeles caídos a Güímar