Si hay algo que me gusta de mi cantina, además de las garbanzas de mi madre, es observar desde detrás de la barra esa mezcla de conversas en las que los temas son de lo más variopintos, desde el Carnaval, hasta la política, pasando por el deporte. Pasó anoche. Mientras en una mesa alegaban de diseños de rondallas, en otras hablaban de la polémica surgida por la puesta en marcha en Murcia del "pin parental", un invento que tiene a partidos de izquierda y derecha tirándose de las greñas.

Y a cuenta de eso de que los padres tengan que autorizar los contenidos que se imparten a sus hijos en los colegios, uno de los contertulios llegó a comentar: "Imagínense que ahora los padres exijan conocer en septiembre el contenido de las letras de las murgas infantiles, para decidir si dejan a su hijo salir o no en la murga". ¡Cómo ha cambiado el cuento!, pensé. Y me vino al recuerdo mi primer año en Los Lengüines, ya mediada la década de los 70, cuando el hermano de mi cuñado, para convencerme de entrar en la murga me dijo: "Venga, que en una canción decimos palabrotas y todo". Impensable hoy en día. En la actualidad, exigimos que las murgas de niños canten cosas de niños y, si se salen de planteamientos infantiles, no tienen opción a premio alguno. Curiosa incongruencia: en la murga han de cantar canciones solo de temática infantil mientras que, al bajarse del escenario, tiran de móvil para acceder a todo tipo de contenidos sin restricción. Recordé incluso aquel año en el recinto en el que la policía tuvo que llamar la atención a varios componentes de una murga infantil porque estaban fumando en la grada, componentes que media hora antes le cantaban sobre la tarima "a mi papá y a mi mamá." Quizás habría que echarle una pensada a esto teniendo en cuenta que, la mayoría de componentes de murgas infantiles, están más cerca de los quince años que de los cinco.

Me hizo gracia en la mesa del fondo donde, en el fragor de la discusión, consensuaron que, no sabían si llevarlo a cabo o no, pero de hacerlo, el control de los contenidos de las letras infantiles por parte de los padres lo bautizarían como "el antifaz parental".