Los migrantes en el muelle de La Restinga. | | E.D.

El 24 de noviembre, una patera que había salido hacía tres días desde Agadir naufragaba cuando estaba a punto de rozar la costa de Órzola, en Lanzarote. Sus vecinos se echaban a la mar a ciegas para rescatar a los 36 ocupantes que viajaban en esta embarcación que chocó contra las rocas en una noche aciaga. Hasta a 28 jóvenes magrebíes lograron arrebatar de las fauces a las aguas, siete de ellos menores. Sin embargo, ocho fallecieron ahogados por sus gritos, el miedo y las olas. En Marruecos, también ocho familias se sumían en un hondo pesar al conocer la tragedia, pero dos de ellas la sufrían con mayor intensidad. A la tristeza del adiós a un hijo, un hermano o un amigo que perdió la vida en la búsqueda de un futuro mejor, que fue devorado por el océano en plena lucha por hallar una oportunidad que en su país no existe, tuvieron que sumar la imposibilidad de recuperar sus cuerpos y enterrarlos en su hogar. El omnipresente Covid impidió que Mbarek Ahachhach y Karin Haloui descansen para siempre en la tierra que les alumbró.

Ambos jóvenes tenían Covid cuando se embarcaron en su trágico viaje, como mostraron las pruebas a las que se les sometió tras fallecer. Por este motivo, quedó anulada la posibilidad de repatriar sus cuerpos a Marruecos. El pasado jueves, a las 9:00 horas y con la presencia de muy pocas personas debido, de nuevo, a las restricciones de la pandemia, eran enterrados en el cementerio e Nuestra Señora de las Nieves, el más amplio de los cinco con los que cuenta la Villa de Teguise y el único de la Isla que permite estos sepelios de carácter musulmán, es decir, siempre bajo tierra y en dirección a La Meca.

Una ceremonia atípica

El virus que llegó para cambiarlo casi todo ha modificado también el universo alrededor de la muerte. Los pacientes moribundos se despiden de sus seres queridos por videollamada, las manos de las enfermeras se convierten en el único sustento de quienes se marchan para siempre y los entierros se convierten en extrañas ceremonias donde se echa de menos a mucha gente, no existen los abrazos y los pésames se insinúan a través de las mascarillas. “El acto tuvo que ser rápido y apenas fue gente. Lo normal hubiera sido que antes de ir al cementerio se hubiera acudido a la mezquita de Arrecife, donde se hubiera rezado por los fallecidos, a los que varias personas hubieran acompañado hasta el lugar del sepelio. Pero, en esta ocasión, nada de esto pudo hacerse y en el entierro solo pudieron estar presentes siete personas”, explica Elouali Charafi Aarab, presidente de la Asociación Horizontes Marroquíes, con sede en la isla. Al menos, sí lograron evitar la incineración.

Sin dinero para repatriar

Charafi mantuvo contacto con la familia de uno de los jóvenes enterrados en La Villa, Mbarek Ahachhach, de 26 años, pues ambos compartían la misma ciudad de origen, Guelmim, donde era muy querido al ser un conocido activista social. “Mbarek tenía muchos amigos en Canarias y en Lanzarote porque la mayor parte de los jóvenes que llegan en patera provienen de este lugar”, relata Charafi.

Mientras tanto, los allegados de los otros seis fallecidos en Órzola siguen inmersos, dos semanas después del naufragio, en la búsqueda de dinero para financiar la repatriación de sus cuerpos. Este trámite, además del farragoso papeleo burocrático que conlleva, cuesta unos 4.000 euros, cantidad que estas familias no tienen, por lo que la asociación Horizontes intenta que el Consulado de Marruecos en Las Palmas ayude económicamente.

“Nos sentimos muy cercanos a los migrantes, nos ponemos de su lado cuando les azota la tragedia”, asegura Eugenio Robayna, concejal de Cementerios Municipales de Teguise, que recuerda que siempre están abiertos a colaborar con la comunidad musulmana de Lanzarote, que ya ha recurrido en anteriores ocasiones al Consistorio para celebrar entierros en aquellos casos excepcionales en los que las familias no reclaman la repatriación.

En este camposanto están algunos de los 25 personas que fallecieron en Los Cocoteros (Teguise) en 2009, en una tragedia similar a la de Órzola pues quiso la mala suerte que esta patera zozobrara de noche cuando estaba a punto de tocar tierra. También descansan allí algunos de los diez jóvenes que en noviembre del año pasado se dejaron la vida en Caleta Caballo, también en La Villa y de nuevo de madrugada. El sepelio más cercano en el tiempo, y también el más conmovedor, fue el del bebé Alhassane Bang, que nació y murió en una patera en plena Navidad de este año, la noche del cinco de enero cerca del Puerto de los Mármoles, en Arrecife. Su madre, que había salido junto con otras 40 personas desde Tan-Tan, dio a luz en la embarcación, que estuvo cuatro días a la deriva. Ni siquiera pudo despedirse de su hijo. Había sido traslada a otra isla.

Un cayuco con 65 migrantes llega a El Hierro

Un cayuco con 65 migrantes a bordo arribó por sus propios medios, en la mañana de ayer, al puerto de La Restinga, en la isla de El Hierro. Según informó el Centro Coordinador de Emergencias y Seguridad (Cecoes) 1-1-2, una vez en tierra estas personas fueron asistidas por el Servicio de Urgencias Canario (SUC), Cruz Roja y personal del centro de salud de la zona. En total, ayer fueron localizadas en Canarias 232 personas en ocho embarcaciones irregulares. Salvamento Marítimo rescató durante la madrugada cuatro pateras con 99 magrebíes al sur de Maspalomas, que fueron trasladados hasta el muelle de Arguineguín. Pasadas las 04:00 horas, la Guardia Civil avisó al Centro de Salvamento Marítimo de Las Palmas de la detección de cuatro ecos en el radar, por lo que se activó a la Guardamar Concepción Arenal. Una vez en el lugar, el recurso marítimo localizó a cuatro embarcaciones irregulares. En la primera viajaban 35 varones, en la segunda 32, en la tercera siete y en la cuarta 21 varones y cuatro mujeres. A última hora del día, el 1-1-2 Canarias informaba de que otras 68 personas habían sido localizadas en tres pateras y trasladadas al puerto de Arguineguín. Dos de ellas precisaron ser atendidas en un centro sanitario. | Europa Press