Más allá de ideologías y prejuicios, cualquiera que hable con Alberto Rodríguez, el diputado tinerfeño de Podemos famoso en el Estado por sus rastas desde que logró escaño en el Congreso en diciembre de 2015 (dejando impávido a Rajoy al recoger su acta), puede llegar a una conclusión bastante genérica: es auténtico, coherente y empático. Podrá gustar más o menos, conseguirá convencer más, menos o nada, pero no deja indiferente en el plano personal y la mayoría concluye que, como le dedicó hace poco al diputado gaditano del PP Alfonso Candón en su despedida, parece cumplir de sobra con su máxima vital por excelencia: ser buena persona. Ayer, y con un Unidas Podemos más necesitado que nunca de empatía, persuasión, reorganización y mejores formas, Rodríguez saltó a las portadas de todos los digitales, a los informativos de las radios y cadenas televisivas desde que, a primera hora, se supo que va a ser el número 3 de la formación en el país.

En sustitución de Echenique, defenestrado aunque se presente como una reubicación para negociar los pactos, Rodríguez tendrá el envenenado reto de enderezar como secretario de Organización un partido que ya bajó de forma más que considerable en las generales (de 70 a 42 diputados con sus confluencias), aunque al menos siguió siendo clave para un gobierno de izquierdas, que es a lo que se agarran ahora. Eso sí, casi se ha diluido o capitidisminuido en muchas regiones tras el 26M por el voto útil al PSOE, pero también por sus numerosos frentes abiertos, por marchas que tardarán en suturar, como la de Errejón, o situaciones inexplicadas o inexplicables para muchos como la del chalé de Iglesias-Montero.

Lo más curioso es que, a sus 38 años, este gran ascenso contrasta enormemente con lo que eran sus intenciones o, al menos, lo que barajó para su trayectoria política hace solo unos meses. Antes de que Pedro Sánchez convocara las generales, Podemos ya estaba oliéndose el adelanto de comicios y eligiendo a sus futuros candidatos mediante sus procesos en internet con sus inscritos. Tras ejercer de diputado en la cortísima legislatura de 2015 a 2016, así como en la última, Rodríguez comenzó a dejar caer en su entorno y a ciertas personas que ya tenía bastante, que la vida pública supone un "sacrificio personal gigante que la mayoría no ve" y que, por tanto, querría volver a su puesto de técnico en Química Ambiental (aunque se presenta como "currela") de la refinería tinerfeña o abrir otros horizontes laborales, participando en Podemos como uno más.

Lo decía abiertamente, pero también comprobaba enseguida cómo muchas personas le replicaban que no, que debía, como mínimo, repetir por última vez al Congreso y, al final (aunque meditándolo a fondo), decidió seguir. Por supuesto, antes debía pasar ese filtro clave de la elección interna, pero no solo lo superó con creces, sino que fue el más votado de los aspirantes, lo que refleja a las claras lo que ocurre con Rodríguez cuando interviene en contextos bien distintos: no es que sea un dechado dialéctico, tampoco pasará a la historia del pensamiento político por sus reflexiones o aportaciones profundas, pero sí por saber llegar a la gente. Incluso, a los que están ideológicamente muy lejos de él y, en algunos casos, hasta acaban votándole y reconociéndolo.

Esa capacidad empática, ese don para hablar pasional y convincentemente de las pensiones que no permiten vivir, del salario mínimo que se sube sin que se destruya la galaxia, de los contratos basura, de los impuestos que no pagan las grandes empresas, de las "cloacas del Estado" que les persiguen o de cómo los gobiernos (o el "sistema") perdonan a los bancos lo que estos nunca perdonan a la mayoría de clientes es lo que hace que, en mítines como el último en La Laguna, junto a Pablo Iglesias, fuese el más ovacionado. Hasta tal punto, que se ruboriza y, por momentos, no sabe cómo seguir, aunque enseguida lo encauza con un lenguaje en el que mezcla ironía, sencillez, dardos ácidos e ideas tan firmes como claras en un in crescendo que llega a su gente.

Su empatía en la distancia corta se la reconocen hasta sus rivales políticos de la derecha, desde Cs a CC o el PP (con Vox no ha topado, aún, en ningún debate electoral). No comparten casi nada, le acuñan lo de "la izquierda radical y antisistema" y le reprochan continuamente lo de Venezuela (y él se ríe y se indigna, pero contraargumenta con los problemas sociolaborales de la España del día a día). Sin embargo, son escasas o casi nulas las voces que le critican luego por detrás, por muy lejos que se sientan en lo político, lo estético y hasta lo existencial.

Por supuesto, lo de sus rastas ya no es noticia, pero pasó años dejando claro que no se las quitaría y que formaban parte de su ser. También han suscitado polémicas las denuncias por alterar el orden o por manifestarse antes de ser una figura pública, pero nunca se ha escondido y ha dado explicaciones, convenzan o no.

Ahora, y tras su militancia en IU, tendrá múltiples focos mediáticos y políticos en un momento crucial para un proyecto, el de Podemos, en el que creyó desde que surge tras su implicación en el 15M. Tiene, claro está, un papelón y seguro que se sentirá muchas veces desbordado y hasta pensará que debió hacerse caso y no volver a repetir, pero quizás Iglesias lo elige precisamente (y más allá de tapar otras culpas) por su carácter humilde y, a la vez, firme y convencido en sus principios.

Hasta ahora, nos ha dejado perlas que, de haber tenido antes este puesto, habrían tenido mucho más eco nacional, como cuando, tras el pacto en Andalucía, fue el primero en decir aquello de que "el PP, Cs y Vox querían devolver a España a 1950", o cuando se indignó al escuchar que, con Rajoy, España "era más rica: en realidad, es mucho más desigual". Si traslada a Podemos lo que consigue en sus distancias cortas, quizás su partido aún tiene futuro.

Marrero: "Es el premio a su trabajo y forma de ser"

Rodríguez renovó el 28 de abril su acta al Congreso empatando con el PP, que perdió unos 20 puntos respecto a 2016, y superando a Cs. Sin embargo, y con un 14%, bajó cuatro puntos sobre los 18 que obtuvo en junio de 2016, que ya fue un poco menos que el 19% que logró en diciembre de 2015, aunque en ese momento no confluyeron con IU, su anterior partido. Ante la noticia de ayer, los servicios de Prensa de Podemos en el Parlamento canario enseguida aclararon que ni Rodríguez ni la portavoz regional, Noemí Santana, hablarían porque la designación no será oficial hasta este sábado . Sin embargo, el diputado autonómico electo por Tenerife tras el 26M, Manuel Marrero, sí mostraba su satisfacción por la decisión y, en declaraciones a El Día, la presentaba como "un premio a su trabajo de estos años y a su talante". Marrero no considera que lo de Echenique haya sido una destitución fulminante por los últimos resultados electorales, "porque va a tener un papel clave en algo crucial, que es negociar un pacto de izquierdas", pero sí se alegra de la elección de Rodríguez porque cree que responde al perfil idóneo para que el partido se reorganice y se reimpulse desde su influencia en políticas "progresistas y en beneficio de la mayoría social del país".