La crisis volcánica que se registró en el verano de 2004 en Tenerife puso en evidencia la falta de preparación de la sociedad canaria ante el riesgo "cierto" de vivir en un territorio volcánicamente activo, y también dejó claro cómo no deben gestionarse este tipo de emergencias. Así lo indica el geógrafo Eustaquio Villalba en una entrevista con motivo de la publicación de su obra "La crisis sismovolcánica de 2004 en Tenerife", que ha presentado además como ponencia en el congreso internacional de vulcanología "Ciudades sobre Volcanes" celebrado en Puerto de la Cruz.

Eustaquio Villalba señala que no hubo "sucesos paranormales" y la crisis sísmico-volcánica de 2004 "existió" según la mayoría de los científicos que desde las distintas ramas de las ciencias de la tierra han analizado los datos de lo ocurrido.

Los que la niegan aducen que el aumento de la sismicidad registrada ese año se debió fundamentalmente a la mejora del instrumental, pero Villalba precisa que la erupción de Chinyero en 1909 fue precedida, como todas las históricas, de un notable incremento de los sismos percibidos por la población, por lo que es lógico deducir que estos movimientos son un claro síntoma de una posible erupción. Sin embargo, quedó en evidencia que los organismos públicos no actuaron de manera coordinaba y eficiente porque no contaban con los planes necesarios para hacer frente a esa situación de riesgo para la población, y mientras el comité científico utilizó un semáforo de aviso de tres colores, el Ayuntamiento de Icod de los Vinos usó otro de cuatro colores.

La decisión del ayuntamiento fue apoyada por investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas que no estaban de acuerdo con el comité científico que se había constituido.

En este comité participaban el Instituto Tecnológico de Energías Renovables (ITER), otros miembros del CSIC, el Instituto Geográfico Nacional y vulcanólogos del Museo de Ciencias Naturales y de la Universidad de La Laguna.

Pero si hubo descoordinación entre las instituciones públicas "peor fue todavía el caso de la comunidad científica" al dar informaciones absolutamente contradictorias, desde negar la evidencia de la crisis, que algún investigador calificó de "disparate", a los que por el contrario hablaban de que se estaba preparando actividad eruptiva en el Teide. En medio de éstos, también había científicos que argumentaban que, en caso de erupción, se produciría en la dorsal noroeste de la isla.

Había opiniones para todos los gustos y el resultado final fue el desprestigio de la comunidad científica, porque había tantas contradicciones que le quitaron credibilidad y se daba la impresión de que "o alguien miente o hay un montaje".

La consecuencia lógica fue el desencadenamiento de rumores en vez de noticias, y también conllevó "el pánico", con escenas de desalojo de viviendas y de acopio de agua y alimentos "cuando no había razones científicas para ello", advierte Villalba.

Sólo habría bastado que la comunidad científica se hubiera puesto de acuerdo para tener una voz única , porque esta es la única forma de evitar que "el pánico, el caos y el miedo se apoderen de la población", destaca.

Actualmente las cosas siguen "igual o peor", pues el tiempo transcurrido lo único que ha puesto en evidencia es que las diferencias entre organismos y las polémicas entre científicos son cada vez "más agrias".