La fértil personalidad de Pedro Lezcano Montalvo, tan polifacética, estaba marcada sin duda por su curiosidad ante el mundo que le toco vivir. Un mundo ciertamente difícil, atravesado por una guerra civil en España, luego otra mundial, y después por la Guerra fría. En esta complicada época, el ajedrez fue uno de sus más queridos esparcimientos, uno de sus refugios. En efecto, uno de los aspectos destacados de quien fuera entre otras cosas destacado poeta, dramaturgo, conferenciante, impresor, dibujante, político, fue la de ajedrecista. Y también en el ajedrez fue polifacético, pues fue jugador, organizador, seleccionador, escritor, federativo, caricaturista? Su faceta ajedrecística atraviesa prácticamente toda su vida, pues empezó a jugar partidas serias en Barcelona hacia 1933, con solo 13 años, y no dejó de jugar hasta su muerte en el año 2002, aunque en los últimos tiempos, por sus limitaciones de salud, sólo lo hacía por internet desde su domicilio en Santa Brígida.

Tras sus contactos precoces con el juego en Cataluña -donde le dejaban entrar sin pagar en los clubes por ser un niño, y reconoce haber sisado junto a su hermano Ricardo algunos libros de aprendizaje en mercadillos-, y luego Madrid y Tenerife, fue a partir de 1945 cuando decide buscar trabajo en Las Palmas como impresor, utilizando la trastienda de la farmacia de Sebastián de la Nuez, y como profesor particular. Desde ese instante se convierte en un gran valedor del ajedrez grancanario. Pero la sociedad isleña de entonces era cerrada, la cultura muy minoritaria, y el ajedrez no suponía una excepción; se encontraba, como él mismo dijo después, todavía "en la prehistoria". El ajedrez era para él uno de los pocos modos de socializar y matar el aburrimiento, pero no era fácil encontrar rivales de nivel. Juega los escasos torneos legendarios del Parque San Telmo en el Kiosco de la Música o en la cercana cafetería La Mallorquina, y busca a los pocos aficionados que existían en esos años. Recordaba con gracia cómo una tarde entera jugó en la consulta del psiquiatra Rafael O'Shanahan -"Pase usted amigo, se encuentra en el sitio adecuado, es la consulta de un psiquiatra y los aficionados al ajedrez estamos todos algo locos", le dijo el recordado doctor-, otra con el mítico campeón Germán Pírez, secretario en la clandestinidad del Partido Comunista, que se dio a la huida en 1947, y otras muchas con el isletero Luis Martín Estupiñán, el joven Fernando Sagaseta, José Luis Gallardo y otros.

Eran tiempos heroicos: Pedro recordaba que cuando jugaban en los bancos del propio parque, pues no había otro sitio, acababan todos acatarrados o manchados por los excrementos volátiles de las palomas. De su buen nivel da fe que en ese lejano 1945 fue de los pocos que logró entablar con el campeón del mundo de ajedrez, el ruso Alekhine, en sus simultáneas en el Gabinete Literario de Las Palmas. Un logro del que él estaba orgulloso, pero al que nunca daba importancia. "Alekhine me felicitó en francés; pero el ruso estaba para entonces ya muy mal de salud". Ciertamente, el gran campeón moriría en Portugal unos meses después.

Pero pronto dejó Pedro de dedicarse con tanta intensidad al juego para centrarse más en la organización del ajedrez. Como recordaba en una entrevista en 1964: "Lo más destacado de mi carrera en ajedrez fueron mis comienzos. Luego dejé el ajedrez intensivo para no morir de inanición. Mi labor desde entonces ha sido de apoyo a toda manifestación ajedrecística". Y es que la llegada del joven francés Pierre Dumesnil en los años 50 y el acceso a la federación del director de la Caja de Ahorros Juan Marrero Portugués en 1961 lo cambió todo, porque el ajedrez recibió un notable impulso organizativo y financiero, hubo un explosivo boom, y Pedro Lezcano se reconvirtió, sin descuidar el gusto por el juego, en uno de los grandes apoyos de la federación. Y es que por su propia personalidad, como jugador, en realidad, aunque Pedro era de los mejores y obtuvo la categoría máxima de preferente, no le gustaba destacar ni buscar títulos, y casi siempre acababa en buenos puestos, pero no en el primero.

Tenía además cierta fragilidad moral, cierta tendencia melancólica que le llevaba a abandonar partidas cuando se encontraba en posición inferior. Eso que en el deporte se llama falta de "instinto asesino". Su pacifismo ético se reflejaba pues también en el tablero. No se apenaba con las tablas, pero sí sufría con las derrotas. Tras perder tres partidas seguidas en el nacional por equipos de 1965, se perdió en la noche de Alcoy y cuando sus compañeros le encontraron, estaba desolado y decidido a abandonar para siempre el ajedrez? Afortunadamente luego ganó varias rondas seguidas y olvidó sus negros pensamientos. Además, disfrutaba mucho del juego por equipos, donde también rendía mejor.

Sólo así se explica que jamás participara en un campeonato de España individual, pero que sí lo hiciera múltiples veces en el campeonato por equipos, desde ese año 1965 que cito hasta la década de los 80. Iba cambiando de un equipo a otro, para buscar su mejor acomodo. Era tan grande su trasiego de uno a otro equipo -jugó en no menos de diez- que él decía con humor que quizá no le soportaban mucho tiempo en ninguno. Pero estos cambios más bien son otra muestra de su espíritu inquieto. Pero a parte de como capitán de equipos o seleccionador, también gustaba Pedro de su labor docente de los escolares: dio clases en Arucas al luego campeón de España José García Padrón y compuso una celebrada cartilla de iniciación.

Como federativo, a pesar de su pensamiento progresista, aunque nunca partidista -más cerca siempre de los movimientos ecologistas, pacifistas o libertarios que del comunismo y la filiación partidaria que abrazaban otros ajedrecistas-, no era hombre de enemistades, y tuvo una estrecha relación con los directivos ya citados, como Juan Marrero Portugués, a pesar de que éste era procurador en Cortes en el régimen de Franco. De hecho, cuando Lezcano fue vetado para la obtención del pasaporte en 1973 para embarcarse en una gira europea con su equipo de ajedrez por el antecedente de su condena en consejo de guerra, fue Juan Marrero quien removió los obstáculos para que Pedro pudiera viajar. Fue una de las primeras salidas de Lezcano fuera de España, por cierto, y disfrutaba como un niño trazando en los mapas la ruta del equipo a través de Francia y Alemania. Una gran labor de Pedro en esos años, en el ajedrez, fue la redacción de los boletines del campeonato de España de 1964 celebrado en Las Palmas, la dirección de la revista Ajedrez Canario, o ayudar a la organización de los torneos internacionales de esos años 70. Lezcano huía como siempre del protagonismo, pero era una figura clave en el equipo organizador.

En los años 80, con el cambio político, Pedro Lezcano seguía implicado en todas las tareas organizativas del ajedrez y jugando algunos torneos selectos, pero la entrada de España en la democracia supuso grandes modificaciones en la vida del poeta. Su poesía dio un giro social e identitario, con composiciones célebres como La maleta, y se embarcó en recitales y giras con el grupo Mestisay. Por otro lado, aún sin abrazar la militancia partidista, se incorporó a la escena política, ya que entendió que tras el golpe de Estado de Tejero no podía permanecer ajeno a la responsabilidad de luchar por la democracia. Tenía todavía en su memoria los recuerdos de los fusilamientos que presenció cuando le movilizaron en Las Palmas en plena Guerra Civil. Solo que todos estos cambios, los cargos políticos, los viajes, y su faceta de poeta popular, le fueron quitando tiempo para la vida privada y el ajedrez.

La verdad es que en estos años jugaba muy bien, como si la libertad política le hubiera rejuvenecido. Pero no podía prodigarse. La última vez que jugó el torneo nacional por equipos fue en Calella en 1981 y en el plano local disputó los provinciales locales hasta 1984, donde a pesar de tener ya más de sesenta años logró quedar en los primeros puestos. Pero desde entonces se fue retirando de la competición. Poco a poco fue dando el relevo en el tablero a su hijo Perico, Pedro Lezcano Jaén, sintiéndose orgulloso de que lograra el título de M.I., acompañándole incluso a alguno de sus campeonatos de España. Se veía ahora más a Pedro también en las clausuras de los torneos, que financiaba desde su alto cargo en la presidencia del Cabildo insular, con la inevitable chaqueta y corbata que exigía el puesto, y a la que había tenido que acostumbrarse.

Pedro Lezcano, en resumen, siempre consideró al ajedrez una mera afición, aunque importante en su vida. Para él, el ajedrez era sobre todo "fuente de belleza y amistad". Y una partida de ajedrez, "una bala disparada contra el olvido". No deja de ser curioso, eso sí, que científico como era en ajedrez, estudioso de los finales de partida, prevalecía en su vida el lado artístico e improvisador, lo que hizo que nunca conservara sus documentos de ajedrez. Afortunadamente, algunas de sus partidas hemos conseguido rescatarlas y por ello podemos reproducir hoy algunas de sus victorias, como la que infligió al profesional M.I. Román Torán en un campeonato de España por equipos, o su triunfo en simultáneas con reloj contra el G.M. danés Bent Larsen.

Yo traté a Pedro sobre todo en los años 70, cuando fui compañero de equipo suyo en el conjunto Condal, en 1977 y 1978, en Alicante y Barcelona. Lezcano era nuestro capitán y recuerdo siempre sus consejos para la partida, sobre todo el de evitar los nervios y la precipitación. El trato con Pedro era muy cordial siempre, su voz pausada y sentenciosa. Tomábamos algún café y comentábamos la marcha del torneo. Por nuestra distancia generacional y mi respeto reverencial no pasábamos de ahí. Recuerdo que acudía a esos viajes con su esposa Carmen Jaén y aprovechaba los ratos libres para pasear y buscar setas, desarrollando otra de sus aficiones, la micología.

Cuando Pedro nos dejó en 2002, su huella había sido tan duradera que se comenzó a jugar un torneo memorial que todavía se celebra año tras año y es hoy por hoy el más importante certamen de todo el calendario. Eso sí, Pedro, tan enemigo de toda pompa y ostentación, seguramente, de estar hoy entre nosotros, se escabulliría por cualquier esquina para no ver su rostro en los carteles; para pasear, componer poemas y contemplar el mar. Ese mar de Las Palmas, de Fuerteventura, de Lanzarote, que tanto amó. Como muchos ajedrecistas, Pedro era sociable y solitario a la vez.

La relevante figura de Pedro Lezcano, en fin, no puede explicarse solo desde el ajedrez, pero tampoco sin él, sin su dedicación de más de sesenta años al juego. No por casualidad fundió su condición de poeta y la de ajedrecista en un bello poema de 1973: Alfiles de distinto color. Alfiles que, como sucede a veces en la vida, circulando por diagonales distintas, nunca llegan a encontrarse.

"Uno pisa la luz y otro la sombra,

Sobre idéntico campo de batalla.

Y en imposible duelo interminable

Empuñan sin cruzarse las espadas".

Pero sin duda Pedro prefería esta guerra incruenta del ajedrez que la otra, la verdadera, donde las espadas se encuentran en la misma casilla y corre la sangre. Escribir algo similar le había costado de hecho un consejo militar durante la dictadura.