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Íñigo Errejón Portavoz de Más País en el Congreso de los Diputados

«No es momento de épica sino de siembra»

Íñigo Errejón. FERRAN NADEU

Junto a Pablo Iglesias, capitalizó la energía popular del 15-M. Hubo laureles -cinco millones de votos en 2015- y cisma en Podemos. Íñigo Errejón (Madrid, 1983) cuenta, sin ahorrar arrepentimiento y angustias, su aventura personal y política en Con Todo. De los años veloces al futuro (Planeta).

Su madre le dijo que dejara «algo fuera de la lucha».

Vengo de una familia en la que el compromiso político es un orgullo, es lo que somos. Pero ella, al verme absorto en fanzines y publicaciones políticas, se empeñó en que leyera novela negra y poesía.

Tenía una urgencia preocupante.

Me daba placer. No entiendo la política sin pasión. Aunque, cuando te empieza a dar sinsabores, ves que necesitas refugios, dejar huecos para pasear y reír. Lo que mi madre no me había dicho –y descubrí después– es que haces mejor política cuando te cuidas más. Piensas mejor, estás más fuerte. Ves que no es momento de épica, sino de siembra. De no abrir 25.000 millones de chats –me inquieta el móvil al levantarme–, sino de conversar con dos personas al día.

¿Por prescripción médica? ¿Demasiados dolores de tripa?

No he tenido la necesidad de ir al psiquiatra, aunque mi generación está hecha mierda. Tienen miles de amigos en redes sociales pero están muy solos, muy debilitados. Yo quiero tener hijos, pero da miedo que crezcan en una sociedad cada vez más agresiva, insegura, que sufre. Yo quiero socializar la comodidad. Y he entendido que lo mejor surge cuando le dedicas tiempo.

¿También al amor?

También. Lo aparqué cuando era monje, ya no. Y sé que requiere generosidad, incluso algo de renuncia, algo que a los hombres no nos enseñan.

¿Cuándo empezó esta epifanía vital?

No puedo identificar un día. Fue entre 2016 y 2019, años en los que sentí que se cerraba un ciclo y comenzaba el momento en el que estamos ahora, de aguas más estancadas, más cinismo, mayor divorcio de la política, del auge de los reaccionarios. Después de años en los que lo puse todo en el compromiso político, me di cuenta de que tenía que haber espacios para cuidar y ser cuidado.

Igual ha llegado la hora de tomarse algo con Pablo Iglesias.

Es posible que eso llegue con el tiempo. Mientras, pongo énfasis en que primero hubo una diferencia política que después tuvo consecuencias personales, no al revés.

El reencuentro de los Batman y Robin morados sería una sensación.

(Ríe) Eso ya no pertenece al espectáculo. Fue una historia política vivida a flor de piel. Diseñamos una lancha que iba a toda velocidad, que fue buena para irrumpir en la política institucional pero no para echar raíces.

Dejaron evaporar la energía de las plazas. Cayeron en el juego que combatían.

Los impulsos democratizadores son como las mareas. La izquierda se cree que la ola siempre está de subida y que cuando llegue va a aguantar. Y la derecha, cuando baja la marea, dice: «Uff, ya está, las aguas volverán a estar tranquilas». Pues no, siempre sube y baja. ¿Qué tenemos que hacer quienes creemos en la transformación social? Extraer lecciones para preparar la siguiente. Porque la marea volverá a subir.

Es que no ha quedado ni la espuma.

Fuimos a por todo, pero sobró prisa. Se necesita un movimiento tan amplio como para abarcar a todo el pueblo español. Y eso no significa renunciar a la izquierda, sino trascenderla. Aunque estoy asustado: es un momento defensivo en plena deriva oligárquica, porque estamos peleando por cosas que mis padres daban por seguras: que las mujeres puedan abortar en los hospitales públicos, que la gente pueda irse de casa a los 35, que cuando trabajas te hagan un contrato...

¿Entonces?

Hay dos puntitos de esperanza. Uno, el covid ha supuesto un aprendizaje: cuando vienen mal dadas solo lo público respalda y necesitamos de los otros. Y dos, todos tenemos claro que si dejamos que esa máquina depredadora de personas y de planeta que es el neoliberalismo siga adelante, en dos generaciones no hay planeta.

¿Se visualiza en la Moncloa de aquí a unos años?

Soy un militante. Me interesa el combate de las ideas. Y nadie como Más País está pensando en cómo hacer más justo y más verde el siglo XXI.

¿El Errejón libertario lo reconocería?

Él me diría: «Ten cuidado, que ahí dentro y con sus reglas, hace falta más comunidad».

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