Un mes después de que los británicos identificaran una mutación en el coronavirus más predominante entre su población y asumieran que se trata de una cepa más contagiosa –por su gran expansión por el país–, sigue sin existir evidencia científica que avale dichas conclusiones. Tampoco sabemos si es más contagiosa o si puede afectar más cruelmente a gente más joven, aunque los datos de hospitalizaciones no muestran ningún indicio de que así sea. De hecho, la edad promedio de los pacientes infectados por esta variante es menor de 60 años, en el sur-sureste de Inglaterra, y de 41 años en los pacientes de Escocia y Gales. A día de hoy no se ha culminado estudio científico que pueda dirimir con datos contrastados qué efecto real tiene en el desarrollo de la Covid-19 la variante VUI-202012/01 o B.1.1.7 (UK), como ha sido bautizada. No obstante, la relevancia mundial que ha adquirido la identificación de esta variante ha puesto de manifiesto la necesidad cada vez más imperiosa de añadir la secuenciación genética a los sistemas de control del virus para estudiarlo en laboratorio y tomar las medidas adecuadas con respecto a sus mutaciones. Un carro al que también quiere subirse Canarias.

La variación genética no tiene repercusiones en la eficacia de las vacunas de Pfizer y Moderna

Una de las mutaciones más importantes dentro de esta variante es una que afecta a la proteína S con la que el virus se acopla al receptor ACE2 de los humanos. En teoría, según un reciente artículo publicado en la British Medical Journal (BMJ), este cambio podría estar relacionada con un virus más infeccioso y contagioso. Sin embargo, las pruebas empíricas aún no han corroborado que sea así. “Se debe recordar que en Reino Unido hasta ahora no ha habido ninguna imposición de uso de mascarillas y que son más laxos que en otros países”, recuerda el virólogo de la Universidad de La Laguna (ULL) Agustín Valenzuela. De hecho, dado el alto número de mutaciones que se han identificado en el gen S, en tan solo 9 semanas, es probable “que el virus haya empezado a circular hace aproximadamente 10 meses”.

La secuenciación genética permite proporcionar un diagnóstico más certero al paciente

No es la primera vez, ni la última que se encuentra una mutación del virus, dado que forma parte de la evolución natural del mismo. De hecho, “desde que comenzó la pandemia el virus ha mutado constantemente hasta distinguir unas 4.000 variantes en este gen”, explica Valenzuela. Por el momento, todas han sido inocuas con respecto a la virulencia y transmisibilidad del virus: ni la han aumentado, ni la han rebajado. Si bien alguna ha mostrado más transmisión y escape a anticuerpos neutralizantes. La variable británica ha cambiado 17 de las bases nitrogenadas –los elementos primordiales del código genético– y perdido otras tantas con respecto a la que circula en el resto del mundo en estos momentos. “Si la comparamos con la que salió de Wuhan acumula hasta 29 mutaciones distintas”, señala Valenzuela, que considera que, sin estudiar a fondo esta variante, no es posible considerarla cepa.

Aún sin haber llegado a ninguna conclusión científica respecto a esta nueva forma que ha adquirido el SARS-CoV-2, hay varios grupos de investigación de Reino Unido estudiándola, y no son los únicos. Tanto la farmacéutica BionTech –colaboradora de Pfizer– como Moderna han decidido trabajar para estudiar si estas mutaciones pueden tener repercusiones en la viabilidad de las vacunas. Ambas han proporcionado datos especialmente relevantes sobre su relación con la vacuna suministrada los últimos días en Europa y por el momento descartan que la nueva variante tenga repercusiones en la inmunidad que se adquiere a través de la vacuna. Además, otros estudios en ratones, muestran que la mutación en concreto seguiría siendo neutralizada por anticuerpos protectores.

Desde el inicio de la pandemia se han identificado 4.000 variantes en la proteína S

El debate público –y en muchos casos alarmismo– que ha emergido junto a la posible nueva cepa, no obstante, ha abierto una nueva necesidad en el control y toma de decisiones con respecto al virus: el realizar análisis genéticos. La secuenciación genética es un recurso que los investigadores han considerado “indispensable” desde que se declarara la pandemia.

Canarias también quiere aprovechar el tirón de la secuenciación genética. Para ello, hará uso de los recursos de los investigadores y recursos del Instituto Tecnológico y de Energías Renovables de Canarias (ITER) y el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, que persiguen desde hace meses establecer esta tecnología en las Islas. Así lo anunciaron en agosto, tras presentar un proyecto de investigación al Cabildo de Tenerife con el afán de adquirir una novedosa tecnología para realizar esta tarea: la secuenciación por nanoporos o Nanopore. Como explica el facultativo e investigador del Hospital de La Candelaria y del ITER, Carlos Flores, este sistema de secuenciación es portátil y se puede trasladar al foco de contagio donde se ha hallado un positivo, permitiendo reducir el tiempo en el que se toman las muestras y son trasladadas hasta alguno de los hospitales. Una ventaja a la que, además, se une a la especificidad con la que identifica el SARS-CoV-2 que es “igual o mayor a la de una PCR”.

El virus mutado y hallado en Reino Unido podría haber estado circulando desde hace 10 meses

Sin embargo, la secuenciación genética siempre irá un paso por delante de la PCR, pues no solo permite identificar el virus, sino también conocer cuál de sus primos hermanos es. En todo caso, y aunque la secuenciación sea un paso cualitativo en el control del virus, en las Islas hay capacidad científica para ir más allá. En Canarias se debería poder cultivar y estudiar el virus en los hospitales de referencia, lo que permitiría “conocer cómo afecta una mutación u otra”, como indica Valenzuela, lo que ayuda a corto y largo plazo a modular la toma de decisiones políticas, económicas, sanitarias y científicas, respecto a las nuevas características que adquiera el virus y que afecten a nuestra población.