Una persona infectada con el SARS-CoV-2 puede ver peligrar su vida por muchos motivos. La edad, padecer una enfermedad terminal como el cáncer o la predisposición genética son algunos de los factores que aumentan el riesgo de acabar ingresado en UCI. Sin embargo, en esta segunda ola en Canarias, los médicos se han dado cuenta de que ha habido un cambio en el perfil del paciente crítico de Covid-19 y que las Unidades de Cuidados Intensivos ahora reflejan cuál es la mayor vulnerabilidad de la salud de los canarios: la obesidad, la diabetes y la hipertensión.

La enfermedad más prevalente entre la sociedad del Archipiélago es la hipertensión (18,7%), según los últimos datos publicados por el Ministerio de Sanidad que datan del año 2017. La diabetes, por su parte, afecta al 11% de la población y convierte a la región en la autonomía con mayor prevalencia de esta patología que, además, suele estar asociada a la obesidad. El 37,2% de la población tiene obesidad y el 19,26% sobrepeso, lo que quiere decir que prácticamente la mitad de los canarios tienen un peso por encima de lo ideal. Además, el 43% admite tener un comportamiento sedentario.

Todos estos factores son un cóctel perfecto del que se aprovecha el SARS-CoV-2 cuando se introduce en su huésped. El virus ha demostrado ser una máquina perfecta para encontrar vulnerabilidades en las personas con patologías previas y de edad más avanzada, y en esta segunda ola, también ha sacado a relucir los problemas que arrastra una sociedad como la canaria, donde imperan los problemas de salud asociados a las altas tasas de pobreza.

"Es lo esperado, la obesidad y la hipertensión son factores de riesgo para cualquier paciente crítico", explica María Luisa Mora, responsable de la UCI del Hospital Universitario de Canarias (HUC), que insiste que la situación epidemiológica respecto a estas patologías en Canarias han provocado que tengan también más peso con la Covid-19. De hecho, las patologías previas llegan a ser un factor de riesgo más elevado que el propio envejecimiento. "Nuestro paciente más joven ingresó en la primera ola con 31 años, la más mayor en esta segunda, con 81", explica Mora, que advierte que es muy difícil garantizar a una persona joven que se infecte de coronavirus que no acabe ingresando en una unidad de críticos.

Estudio de 'Science'

Según un reciente estudio publicado en Science, en el que han colaborado también investigadores canarios, aproximadamente un 10% de las personas que ingresan en UCI lo han hecho debido a un factor genético que induce a sus células inmunológicas a boicotear al organismo. Concretamente, presentan un defecto de la inmunidad mediada por los interferones tipo I, un grupo de 17 proteínas cruciales para la protección de nuestras células frente a las infecciones virales. Para la profesional de cuidados intensivos, ha habido una relajación de las medidas de seguridad en la sociedad canaria que indica que la población no es consciente de los inconvenientes que acarrea el ingreso en una unidad de críticos por el desarrollo de una Covid-19 más grave.

"La estancia media es altísima, de al menos 30 días", explica la jefa de servicio, que admite que ha habido casos en los que se ha demorado hasta dos meses. "Esto supone para la población no solo un consumo de recursos económicos altísimo, sino también una factura emocional y unas secuelas físicas", explica.

Al mantenerse enchufado con respirador mucho tiempo, los pacientes desarrollan una polineuromiopatía, lo que origina que el paciente, una vez salga de la UCI, deba recibir cuidados fisioterapéuticos. "El paciente acaba olvidándose de hacer las contracciones musculares necesarias para caminar y hay que ejercitarlo", explica Mora. Cuando además se padece un factor de riesgo como la obesidad, las secuelas de la estancia en la unidad de críticos son mayores. Como explica la especialista, al estar los pacientes "muchas horas en posición decúbito prono -es decir, boca abajo- se generan úlceras por presión". "Las lesiones se producen por la retención de líquidos", insiste.

Pero la estancia en UCI va más allá, pues también acarrea un gran daño emocional, puesto que son pacientes "que deben permanecer aislados, sin ver a sus familiares". Todo ello genera estrés tanto al paciente como a los profesionales que admiten sentir "miedo" cuando se enfrentan a un paciente con estas características. "Es una constante que nos ha cambiado la vida, pero trabajamos a pie de cama y nunca lo transmitimos", insiste la especialista.