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Atención al vecino | Santa Cruz rinde tributo a su personal municipal

La pionera de la cita previa

Marcela Cansino trabajó 35 años en los servicios sociales | Entre los miles de personas atendidas, las víctimas de las riadas

Marcela Cansino Fernández, trabajadora social del Ayuntamiento de Santa Cruz durante 35 años. María Pisaca

Mas de doscientos trabajadores municipales de Santa Cruz reciben el reconocimiento del Ayuntamiento por el servicio prestado durante 15, 25 y 35 años. Son testigos de la evolución de la sociedad chicharrera en las últimas décadas, donde han conciliado su vida familiar con su faceta laboral.


Hija de un militar, Marcela Cansino se apresura a explicar la vocación de servicio de quien pertenece al Ejército, para elogiar la entrega de su padre, que también se dedicó a la política cuando no era remunerada. De ahí, su vocación de entrega, heredada también de su tía Pochola, vecina de Orense, de las primeras promociones de trabajadoras sociales.

Perteneciente a una familia con ocho hijos, la madre fijó trasladar la residencia a un lugar donde poder dar estudios universitarios. A eso se unió que habían estado de vacaciones en Canarias, por lo que después de pasar por Asturias y Galicia –a donde fue destinado su padre–, esta familia de origen gallego se asentó en 1971 en los pabellones militares que están frente al antiguo cine Rex, y aquellos niños llegaron a culminar sus estudio en Magisterio, ATS, Química, Ciencias de la Información –es hermana del recordado periodista Paco Cansino– y dos trabajadoras sociales. Entre ellas, Marcela, que quería ser de mayor enfermera y que reorientó su profesión a trabajadora social por la complejidad del sistema de acceso. Había hecho los exámenes previos, se quedó a las puertas, comenzó a estudiar Trabajo Social y cuando la llamaron para retomar su primera opción se decantó por seguir la carrera ya iniciada.

Lejos de arrepentirse, asegura que «es un privilegio trabajar en lo que te gusta», y recuerda a muchos compañeros de clase que se quedaron por el camino por la dedicación que exige la que ha sido su profesión durante 35 años en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife; antes trabajó en las ocupaciones que permitía la época para ganarse unos duros: cuidando niños por la noche, mecanografiando textos, de secretaria en el laboratorio clínico García López o hasta sellando quinielas.

Aquellos servicios sociales...

Marcela es testigo de la evolución social de Santa Cruz. De hecho, accedió en el momento que se procedía a la renovación del padrón social, en una asistencia médico-farmacéutica que se prestaba con cargo a las arcas municipales que se renovaron en 1986, antes incluso de que la Seguridad Social se constituyera como tal en 1991. Fue la transformación de la beneficencia en un derecho.

De ahí la necesidad de la información, no en balde el cuarto pilar de la sociedad del bienestar son los servicios sociales, sentencia, pero había que dejar el boca a boca para informar de forma exacta de la realidad de las prestaciones frente a quién decía que recibía una paga por ser madre soltera. Otros serían los motivos, aclara.

Marcela admite que formar parte de los servicios sociales conlleva tener un espíritu reivindicativo en beneficio de los usuarios y da fe que la evolución experimentada es muy grande, aunque quizás esa perspectiva no se tenga en un corto período de tiempo. Recuerda cuando antes no se obligaba a los niños a estudiar, y ahora se trabaja contra el absentismo escolar; o la Asistencia Primaria que ahora se presta desde la Sanidad, o la forma de vida de padres con sus hijos bajo el mismo techo, sin obviar la alimentación equilibrada frente a cuando se comía pastas casi a diario porque no había para más.

Casada y madre de dos hijos, desde 1997 asumió una jefatura, hasta jubilarse al frente de Servicios Comunitarios, que atiende las UTS, las ayudas a domicilio o la cooperación social, después de haber implantado la cita previa que le ha permitido atender a miles de vecinos de Santa Cruz.

Entre los momentos más duros, cuando tuvo que hacer el informe de las víctimas de la riada del 31 de marzo de 2002, entre las que estaba un conocido desde el colegio. Su vocación está a prueba de covid. De hecho, en plena pandemia cumplió 63 años y prefirió retrasarla casi doce meses para continuar en la gestión de los recursos. Su mayor satisfacción, que los usuarios pregunten aún por ella.

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