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Paseo por el Santa Cruz de primeros del siglo XX

José Miguel Garrido propone un viaje a través de su paleta, convertida en máquina del tiempo, a la capital de comienzos de 1900 que muestra lo que fue... y lo que es

José María Garrido, en su ‘santuario’ donde ha reconstruido 35 edificios del viejo Santa Cruz. Carsten W. Lauritsen

El Círculo de Amistad acoge desde el martes 30 de noviembre al 14 de diciembre una exposición del catedrático de Dibujo José Miguel Garrido, quien una vez dejó su actividad docente -que le llevó a institutos como el Andrés Bello- se ha propuesto rescatar construcciones de las primeras décadas del siglo pasado, recreando la visión de aquel niño de 8 años que acompañaba a su padre a hacer gestiones en la ciudad.

«A un niño del Puerto de la Cruz de ocho años, que vivía rodeado de plataneras en la barriada de San Felipe, no se le ha olvidado la primera vez que vino a la gran capital. Dos son los recuerdos que guardo de Santa Cruz: ir de excursión con mis compañeros de colegio a la fábrica de Coca-Cola en la avenida Tres de Mayo y acompañar a mi padre al Cabildo para luego irnos a la calle Villalba Hervás a disfrutar de unas tapas en el Waikiki». Una vez dejó atrás el frenesí de la labor académica que lo llevó por diferentes institutos de la Isla, entre ellos el Andrés Bello, donde se jubiló, el catedrático de Dibujo José María Garrido (Puerto de la Cruz, 1959) se propuso dar respuesta a cómo era el antiguo Santa Cruz, convirtiendo su acuarela en una particular máquina del tiempo que transportará a los visitantes de la exposición que se inaugura el martes 30 de noviembre a las primeras cinco décadas del siglo pasado.

Un total de treinta y cinco intentan resolver la duda existencial del chicharrero o visitante que siente la necesidad de cómo era la Santa Cruz del ayer, tan cerca y sin embargo tan lejos de aquellos estilos arquitectónicos que obedecían a las líneas propias del tradicional canario, modernismo, eclecticismo o racionalismo, según la visión de una docena de arquitectos que marcaron esa etapa, como Francisco Merino, Manuel de Cámara y Oraá, Manuel de Cámara y Cruz, Mariano Estanga y Arias-Girón, José María Ruiz Rodríguez, Antonio Pintor y Ocete, Federico Solé y Escabi, Domingo Pisaca y Burgada, José Enrique Marrero Regalado, Otilio Arroyo Herrera, José Blasco Robles y Félix Sáenz Marrero.

José María Garrido desarrolla este recorrido por el viejo Santa Cruz con la minuciosidad de quien afronta una investigación con el rigor de la formación que desarrolló desde las primeras nociones artísticas que adquirió de la mano de Rafael Delgado, de quien mantiene un recuerdo inmejorable por su trato personal y entrega, para luego culminar la licenciatura de Bellas Artes en Sevilla, que coincidió con el esplendor del movimiento de realismo mágico, para luego acabar como catedrático de Enseñanzas Medias.

‘Santa Cruz y la máquina del tiempo’, como se denomina la exposición, es el resultado de tres años de trabajo, de los cuáles dedicó los primeros doce meses a la recopilación documental de fotos, maquetas y testimonios orales que le permitiera la recreación de estas treinta cinco obras de la fiel más posible, limitando el uso de licencias artísticas al mínimo.

«Nuestra ciudad, si bien conserva buena parte de su patrimonio urbanístico, ha perdido algunos lugares representativos de gran valor, significación y belleza, que perduran entrañables en la memoria de muchos ciudadanos, pero desconocidos por gran parte de las nuevas generaciones», sostiene José María Garrido, quien invita a los mayores a ser protagonistas de este viaje que le permita devolver la vida a los lienzos y a su vez transmitir a los visitantes más jóvenes cómo era el Santa Cruz del ayer. Además, el propio artista facilitará esa visita a las primeras cinco décadas del siglo pasado apoyando cada una de las obras con una pequeña explicación anexa en el que dará cuenta de dónde se encontraba el edificio recreado en acuarela, así como qué arquitecto fue su autor y algunos datos singulares que permitan adentrarse en la relevancia que jugó en aquella capital de primeros del siglo pasado, explica mientras remata la última obra, el Café Cuatro Naciones, que se encontraba en la parte alta de la plaza de la Candelaria, donde en la actualidad se localiza la sede principal del Banco Santander, de las pocas obras donde se ha permitido alguna licencia, como incluir algunos personajes de la época, que seguro frecuentaron la zona, como el inolvidable Diego Crosa y Costa Crosita.

De la mano de este catedrático de Dibujo el visitante se podrá adentrar no solo en el Santa Cruz patrimonial e histórico, sino que también reivindicará la visión industrial de aquella ciudad. Desde el Café Cuatro nacionales, al Callejón Bouza, o las casas de Amigó, Asensio Ayala, Federico Solé, Juan Díaz Rodríguez, Ricasa, Castillo de San Cristóbal, el chalet de la avenida de Bélgica, los cine Avenida, La Paz o Royal Victoria, la clínica del doctor Cabrera, el colegio Salesianos, la Comandancia de Marina, el edificio de la Real Aduana, la Estación Radiotelegráfica, las fábricas de Coca-Cola, de electricidad, de gas o de tabacos La Mascota, la grúa Titán II, el Hospitalito, los hoteles Británico (Battenberg), Camacho, Niza o La Orotava, la impresa Benítez, la Caseta de Madera, la Viña del Loro, el Llano de Los Molinos, el Palacete Martí Dehesa, el Palacio de Lugo Viña, el Parque Recreativo o el Real Club Tinerfeño.

Parte fundamental en el proceso de documental ha sido papel desempeñado por Agustín Miranda Armas, que ha facilitado parte del material gráfico que le ha permitido a José María Garrido reconstruir los edificios del viejo Santa Cruz, donde la cordillera de Anaga, en algún caso, ha servido de bastidor para dar forma a aquella ciudad, además del trabajo gráfico realizado por Manu Pombrol. La inauguración del próximo martes también tendrá el acento del ayer gracias a la colaboración y entrega del guitarrista Fernando Hernández de León y la voz de Yumara Luis Díaz, que permitirá vivir con mayor intensidad al visitante el Santa Cruz del ayer.

Aunque Garrido evita poner el acento crítico, su máquina del tiempo pone en evidencia singulares edificios, como el chalet de la avenida de Bélgica o el Hotel Niza, que pasaron a la historia para dejar paso a un pequeño parque o una plaza y hacer sitio a una Santa Cruz que nada tiene que ver.

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