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Tradición | Castañas asadas, un clásico del otoño chicharrero

Tres generaciones asando castañas

Domingo Negrín recuerda los orígenes de estos puestos que anuncian la llegada de la Navidad

Domingo, su esposa y su hija, al pie del asador. La tercera generación de la familia Negrín regenta el puesto de castañas que abre desde hace décadas, de octubre a diciembre, en la Rambla, cerca de la plaza de toros. Arriba, Domingo, a la izquierda, y esposa y su hija Carla.

Aunque las temperaturas de estos días hacen apetecibles aún más helados que castañas, ahí está Domingo Negrín manteniendo el testigo que heredó de su abuelo. «Fue el primero que montó un puesto de castañas allá por 1950. Primero estuvo en la plaza de España, más tarde en el puente Serrador y finalmente en la zona de las Ramblas más próximas a Reyes Católicos».

Tres generaciones asando castañas

En los inicios de esta actividad, Domingo recuerda los tímidos pasos de estos puestos, cuando solo se instalaban tres en toda la ciudad, si bien este año el Ayuntamiento ofertó hasta un máximo de diecisiete licencias, y agradecido se muestra después de la experiencia de 2020, cuando el covid limitó la actividad a un solo mes.

Domingo se ha criado entre castañas, por lo que no duda en asegurar que ya, cuando llega octubre, «la clientela te busca». «La zafra dura tres meses», añade. Nacido y criado en el barrio de La Alegría, conoció a su esposa e instaló su residencia en La Esperanza hace diecisiete años. «Me fui para allí por amor», comenta mientras zarandea la olla de las castañas que asa en el que ha sido su puesto de toda la vida, en la Rambla, cerca de la plaza de toros.

«Desde hace doce años estoy yo solo al frente de este negocio», precisa para recordar que la familia Negrín llegó a tutelar hasta cuatro puestos: en la avenida del Muñeco de Nieve, playa de toros, Viera y Clavijo –donde vendía su tío Lalo, que falleció hace tres meses– y también en la plaza de España. En este último emplazamiento tuvo su negocio el iniciador de la saga Negrín, Domingo Negrín Herrera, hasta su fallecimiento en 2007. «Tostó en diciembre y murió en enero», algo similar a lo que le ocurrió a su padre hace dos años, lo que deja sobre los hombros de Domingo la responsabilidad de continuar con lo que ya se ha convertido en una tradición familiar, admite, mientras presenta a su hija Carla, estudiante de Sexto de Primaria.

Al frente del puesto está su esposa, que es la que se encarga de servir al público: el cucurucho de un euro que trae diez castañas; antes usaba papel de periódico sin imprimir, pero lo prohibieron, y ahora las envuelve en folios DIN4; luego también venden más cantidad hasta las bolsas de cinco euros. «Esas ya no están contadas, sino que te pueden entrar sesenta o alguna castaña más, cortesía de la casa».

Mientras su esposa e hija atienden el puesto, Domingo explica que en su casa tiene un total de cinco tostadoras, si bien en el negocio de la rambla solo utiliza dos, y son precisamente los más antiguos, que se remontan a la época de su abuelo. El asador se compone de una bidón de cerveza en la parte baja, donde se pone el carbón, y sobre el que se levanta una chimenea o tiro en la que se coloca la olla perforada para que pase el calor, pero no la llama. «Esto tiene su truco, porque el tiro debe tener una medida concreta; y la olla funciona como secador, porque a la castaña no le puede llegar la llama, por eso es misión del tostador estar dando mucha vuelta y evitar que se pegue al fuego», explica mientras interrumpe la conversación para coger el caldero y darle varios remeneos.

En medio de la nube de humo que sale por el tirador aprovechando que Domingo retiró el caldero perforado, continúa la conversación en un más difícil todavía: tostar con mascarilla. «No te puedes olvidar del poquito de sal que permite dar sabor y color a la castaña», apostilla como quien desvela el secreto de la familia.

Más allá de la imagen romántica del tostador de castañas, advierte que «dedicarte a esto es muy sacrificado». «Yo tengo dos castañeros; la temporada dura tres meses, pero yo tengo que comprar porque no me da para todo lo que vendo».

Los puestos de castañas se instalaron en las calles chicharreras el pasado martes, cuando entraron en servicio hasta el 22 de diciembre en el caso de su familia, porque valoran que a partir de esa fecha la campaña empieza a menguar. «Piensa que yo estoy aquí desde las cuatro de la tarde hasta las nueve o las diez de la noche, dependiendo del día y cómo se dé. Pero para que salga esto para adelante yo estoy desde las cinco de la mañana apañando las castañas en la huerta; una operación que consiste en ver las que se han caído al suelo, pisar los erizos... y así hasta las diez de la mañana, y sin tregua de lunes a domingo durante tres meses. «Ahora hace un poco de calor, pero ya desde el viernes están más fresquitas las tardes noches». De nuevo agita la olla para seguir contando que vive tres meses de asar castañas y el resto de cáncamos, tanto de la pintura como de plantar papas en su huerta de La Esperanza.

Para Domingo es todo un ritual cumplir a diario con la tradición, disfrutar del aroma en el que se crió, y agradecido que este año volvió la normalidad y tendrán tres meses para vender, a diferencia del anterior. Castañas Negrín, de los pioneros en Santa Cruz, una tradición que se extiende ya a la tercera generación y de las pocas cosas que no ha podido desbancar la tecnología. ¿Una castaña ahí?

La tercera generación de la familia Negrín regenta el puesto de castañas que abre desde hace décadas, de octubre a diciembre, en la Rambla, cerca de la plaza de toros. Arriba, Domingo, a la izquierda, y esposa y su hija Carla.

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