Opinión
Tamara de la Rosa
Evitar la ansiedad aumenta su intensidad
Cada vez veo más pacientes en consulta con una vida o una parte de ella limitada por emociones tales como la ansiedad. Además me llama la atención que cada vez acuden más pacientes con este problema de menor edad. Por esto es importante conocer cómo funcionamos por dentro y por qué sentimos ciertas emociones, para por un lado poder gestionarlas en el momento de sentirlas, y por otro, no llevar a cabo conductas que las agravan.
Lo cierto es que la función del cerebro es protegernos del peligro y que nuestra vida no se ponga en riesgo. Por este motivo, cuando interpretamos que en nuestro entorno hay una amenaza, o puede haberla, nuestro cerebro activa nuestro sistema nervioso central (palpitaciones fuertes del corazón, presión en el pecho, nudo en el estómago, sensación de ahogo, sensación de asfixia, náuseas, mareos, etc), para que salgamos huyendo, o afrontemos el peligro. Hasta aquí, la ansiedad tiene un papel adaptativo para la supervivencia. Nuestra vida estaría en riesgo si no sintiéramos esta emoción.
¿Cuándo es desadaptativa? Cuando el peligro no es real, sino imaginado. Llamamos peligro imaginado cuando nuestra vida no está en peligro, es decir, cuando interpretamos una situación, que no pone en riesgo nuestra vida, como algo amenazante. Por ejemplo, un supermercado lleno de gente, ir a la playa, miedo a conducir, miedo a volar, a hablar en público, miedo a algún insecto, etc, Cuando evitamos situaciones como estas, estamos pagando un peaje emocional importante.
Si estás en el supermercado, se llena de personas, y sientes ansiedad, seguramente en ese momento estás interpretando esa situación como una amenaza para ti. Tu cerebro se pone manos a la obra y activa tu sistema nervioso central para que huyas del peligro. Si en ese momento de activación abandonas el supermercado, tu cerebro automáticamente aprende que esa situación realmente es una amenaza para tu vida (no lo es), y cuando vuelvas al supermercado, o a un lugar similar, te activará de nuevo fisiológicamente para que huyas del lugar que le has enseñado que es peligroso pero que en realidad no lo es. Por este motivo, hay que educar bien al cerebro y, ¿cómo lo hacemos?, aprendiendo a gestionar las emociones sin huir de ellas.
Cuando una situación te genere ansiedad:
1. Valora: ¿Mi vida corre peligro?
2. Regulamos nuestro sistema nervioso central a través de estrategias como la respiración. Hay muchos tipos de respiración sencillas con las que se consigue reducir nuestro estado de activación medianamente rápido.
3. Una vez regulado, ya puedes decidir si te vas, o te quedas en esa situación. De esta manera, si te vas (una vez regulado), tu cerebro no aprende que huyes de un peligro y así no graba en el disco duro esa situación como amenazante.
4. Es recomendable que finalmente nos preguntemos: ¿cómo interpreté lo que estaba pasando a mí alrededor para que me generara ansiedad? De esta manera podemos descubrir nuestros miedos irracionales y creencias limitantes.
La intensidad de la ansiedad es proporcional al significado que la situación tenga para la persona afectada. La ansiedad no puede evitarse, pero sí reducirse. La cuestión en el manejo de la ansiedad consiste en reducirla a niveles normales.
Tamaradelarosapsicologa.com
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