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El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un pleno del Senado, a 31 de enero de 2023, en Madrid (España).Carlos Luján - Europa Press

El señor Núñez

En pocos días, Alberto Núñez, al que todo el mundo llama Feijoo, ha decidido llamarla atención. Ha propuesto que gobierne el partido más votado, que es algo que ya propuso el PSOE y a lo que nadie nunca hace puñetero caso. Porque para decirlo en serio hay que estar gobernando y promover una reforma electoral que nos lleve, por ejemplo, a una segunda vuelta. A nadie le ha interesado nunca porque a los vascos y catalanes les daría un flato.

Luego deslizó unos comentarios sobre el asesinato de Algeciras, cometido por un perturbado yihadista que mató en nombre de Alá. Vino a decir Núñez, llamado Feijóo, que desde hace varios siglos los cristianos no matan en nombre de Dios y que esa barbarie ya solo la cometen los que profesan la fe del Islam. Le falla la historia, porque no hace tanto que la Irlanda católica andaba a hostias y bombas contra la protestante. Por no hablar de nuestro 1936, que tiene sombras de sotanas. Tantas como después el terrorismo vasco.

Una de las muchas cosas indignantes que uno tiene que escuchar es esa descalificación genérica de que el hombre es un asesino. Que es una derivada lógica de un silogismo: si el machismo mata y el hombre es macho, los hombres matan. Y aunque es verdad que casi todos los que matan son hombres (97%) no es verdad que todos los hombres sean asesinos. Porque la parte no es el todo. Y lo mismo cabría decir de los musulmanes, que profesan una fe tan respetable (o tan poco) como cualquiera de las grandes religiones del planeta.

Lo que afirman quienes pasan de esa parte a ese todo es una túrbida falacia: si queremos que no haya muertes causadas por yihadistas desquiciados, lo mejor es cerrar nuestra sociedad a los musulmanes. Es una medida terapéutica tan brillante como proponer que para que no haya machistas que asesinan a las mujeres que creen que son de su exclusiva propiedad lo mejor es tener un mundo sin hombres. No crean ustedes que ninguna de las dos premisas está muy lejos de algunas cabezas de pescado que existen en la militancia radical en estas causas y que confunden el culo con las témporas.

La inseguridad que intentan infundir en nuestros cerebros es un combustible que impulsa la deriva hacia las democracias totalitarias. Cada día hay más cámaras en las calles, más controles en los espacios públicos, más información que se acumula sobre cada uno de nosotros. La solución es el control absoluto: ayer fue el pasaporte Covid y mañana será la abolición del dinero en efectivo. El miedo al otro es rentable porque los ciudadanos están dispuestos, y así lo dicen, a cambiar libertad por seguridad. Aunque la segunda sea siempre un cuento chino.

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