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Arte | Adiós a un referente de la investigación

Fernando Canellada

Una pasión sublimada por el arte

Una pasión sublimada por el arte Fernando Canellada

La muerte de Matías Díaz Padrón es una pérdida irreparable. Acaba de morir un gran hombre, que es parte importante de la historia de Canarias. Hacen falta palabras para describir el sentimiento de pérdida, de adiós a un genio. Deja un vacío que nadie podrá llenar para los amantes de la pintura flamenca. Nadie es insustituible, pero nadie es Matías Díaz Padrón.

Estas líneas trazadas con dolor no pueden hacer justicia a la brillante carrera del profesor herreño y, menos aún, condensar su rica y compleja personalidad, su prolífico curriculum como académico y docente universitario. Matías era poco partidario de efusiones y encomios, pero merece un reconocimiento su magnética figura, que hoy que descansa en Madrid, en esa gran ciudad donde forjó su leyenda de sabio y erudito excepcional.

Serio de criterio, trabajador infatigable y exigente, directo y crítico, deja una ingente producción, irrepetible e inigualable. Quemó su vida leyendo y mirando pintura, obras de arte, dedicado al estudio y a la investigación.

Aún preparaba investigaciones y trabajos propios de una vida devotamente consagrada a la pintura flamenca y al Museo del Prado. No puedo ni me corresponde detenerme en sus investigaciones, descubrimientos y hallazgos de autores imprescindibles. Tendrán muchas y más dignas glosas de insignes historiadores, pero uno que no llegó a discípulo ni siquiera a alumno suyo, se honra hoy en aportar un grano de arena a su monumento espiritual. Su labor en el arte ha sido sobresaliente, como también ha sido sobresaliente su rectitud, su rigor y su estilo.

De excepcional inteligencia y capacidad de estudio, era un ser expresivo que gozaba de dos realidades: la humana y la artística. Impulsivo, con un vastísimo conocimiento de la historia y del pensamiento, aceptaba el destino con aspavientos, pero en actitud silenciosa, como interrogativa. De su comportamiento quedaba claro que chocaba siempre con los faltos de educación y con los carentes de buenas maneras, que prefería agudeza frente a tosquedad, exquisitez frente a chabacanería.

Tímido y lírico, brusco y áspero, si se le contrariaba, Díaz Padrón embarcó su vida en esa aventura que profundiza más allá de las palabras y los conceptos artísticos. Este profesor, maestro de arte, investigador de los tesoros del Museo del Prado, polemista apasionado, con los años parecía pedir perdón de sus dones.

En el arte se dan vinculaciones extrañas y misteriosas. En el caso de Matías Díaz Padrón había recibido en el Colegio Viera y Clavijo un pensamiento y una sensibilidad suficientes para definir su trayectoria vital. Entregado sin salida a la pintura, su vida tiene mucho de sollozo, de misterioso aislamiento, de temor a no encontrar la gran verdad. La belleza, si es real y verdadera, hiere y afecta profundamente a la existencia, cambia y transforma la vida. Así ha influido en el ser de nuestro mayor estudioso del arte flamenco. Estoico, desinteresado, incapaz de mezclar su ansia investigadora otras más burdas como la del medro político o venal, Matías Díaz Padrón es un ejemplo admirable y envidiable de pasión sublimada por el arte.

Fue Matías Díaz Padrón modelo de distinción española, con influencias de la intelectualidad francesa, que ha ejercido por todo el mundo. Toda su vida supo dar esa inevitable distinción. Era capaz de distinguir a Isabel Presley, en la inauguración de una exposición en la Embajada de Filipinas, con un brillante comentario por su atractivo que, por suerte, le dijo, estaba en el polo opuesto a los cánones de Rubens. Sus dotes en la juventud debieron ser fenomenales a juzgar por su obra. Huidizo en su sosiego, finísimo, canario ineludible y genial, ardiente flamenco, elegante, se solía acompañar de mujeres y hombre interesantes. “He tenido muchas novias pero no me han querido”, respondía en la conversación vital antes de repasar sus hallazgos rubenianos. En su ancianidad, con apariencia de débil, aún emanaba su espíritu de pureza y de abnegación.

Ser feliz es poseer lo que se desea: Matías Díaz Padrón lo consiguió entre el arte y sus amigos, entre Canarias y Madrid; el Ateneo y la Gran Peña; el Museo del Prado y el Instituto Moll.

Nos conocimos tardíamente, aunque a tiempo de trabar un diálogo de amigos. Quiso la suerte y el destino, siempre paradójico, que coincidiéramos en Las Palmas de Gran Canaria, por la generosa mediación de Alfredo Herrera Piqué, y que su sobrina Eva, que hoy recuerdo aquí por encontrarse ya juntos, se fuera a vivir a tierras asturianas.

Las oportunidades de compartir amigos, mesas y tertulias permitieron apreciar de cerca su inmenso saber y su seguro juicio. Estaba dotado de un especial sentido de la amistad, seria, no especialmente sentimental. La última vez que nos encontramos, para la entrevista con motivo de su último libro de Rubens para el Instituto Moll, almorzaba Díaz Padrón en la Gran Peña, su segunda casa en la madrileña Gran Vía. Antes de sufrir los zarpazos de la recaída del covid, su vitalidad mental y física eran envidiables. Después, en las conversaciones telefónicas, ya se percibía que iba yéndose poco a poco, pero aún tuvo tiempo y fuerzas notables para recoger en su Hierro natal el título de Hijo Predilecto.

Ejemplarmente austero en lo personal, vitalista, enamorado de la historia y en especial del arte. Ese es Matías Díaz Padrón, un hombre al que solo cabía aceptar como era, con todas sus virtudes y sus defectos, y que nunca olvidó el niño que fue en Las Palmas de Gran Canaria y en Colegio Viera y Clavijo que le impregnaron hasta en el último suspiro. Difícil de imaginar en pantalón corto como bregador de lucha canaria en la arena de Las Canteras; o como máxima autoridad religiosa de una cismática y provocadora Iglesia cubana de su adolescencia.

Merece ser recordado como una gran persona que puso sus cualidades al servicio de la más alta cultura y del arte más sublime. Gran don ha sido para Canarias y para España su aportación a la cultura universal. Quienes hemos tenido la fortuna de convivir con él, hemos conocido su enorme genio y su figura, despedimos con profunda emoción y merecido homenaje al gran profesor, al historiador del arte, al amigo que hemos perdido.

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