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Jorge Bethencourt

EL RECORTE

Jorge Bethencourt

Si hubiera tren…

De izquierda a derecha Julio Pérez, Ángel Víctor Torres y Blas Trujillo en el Consejo de Gobierno de ayer. | | EFE R.A.D.

El presidente de Canarias y sus andurriales, Angel Víctor Torres, poniendo en riesgo la integridad de sus neuronas y con grave peligro de quedarse calvo ha dicho una de esas frases tan luminosas que oscurecen hasta la luz del sol: “Si tuviésemos trenes (…) no sufriríamos atascos en las autopistas”. Que es como decir, en versión política, “si mi abuela tuviera pedales sería una bicicleta”.

El problema es que no hay trenes. Ni pinta de que los haya en muchos años. Luego nos vamos a hacer viejos soltando maldiciones en interminables colas sobre el asfalto. A los políticos de Canarias que han gobernando en ayuntamientos, cabildos y Comunidad Autónoma Guanche nunca se les ha escuchado exigirle a Madrid que si ha tendido miles de kilómetros de redes ferroviarias por toda la Península (y Mallorca) no tiene un pase que se hayan olvidado de Canarias. Estaban muy contentos, todos ellos, adjudicando sus kilómetros de piche y sus túneles y sus reformados.

Pero además de la incoherencia retrospectiva, la pasmosa afirmación del presidente Torres tiene otra contemporánea. Aunque nos saliera el dinero por las orejas, el tren jamás se hará en Tenerife. Porque el señor presidente de la Macarrónica Macaronesia es consciente de que su Gobierno, por una puñetera planta de apenas medio metro de altura, de corola blanca y tubo estrecho —como alguno que yo me sé— ha paralizado una inversión turística de 350 millones de euros ¿Cuántos siglos calcula entonces que va a tardar en hacerse un tendido ferroviario?

Imagínense ustedes las excavadoras levantando piedras y saliendo de debajo miles de escarabajos guanches de incalculable valor zoológico. Habría que oir los chillidos de José Antonio Valbuena, el Flash Gordo (a ver, que yo lo puse con “n”; es una errata del editor) del Medio Ambiente, mandando a parar a todo el mundo. Con tantos kilómetros de obra acabaríamos desenterrando los venerables huesos de Acaymo, Añaterve y Pelinor, tirando por lo bajo; porque aquí coges una guataca y te tropiezas con un yacimiento. Y siempre se correrá el riesgo de que llueva en septiembre y surjan viborinas tristes y agresivas, como en el día de los trífidos, atacando a los obreros con leche de cardón.

Es normal que el presidente se confunda. En Gran Canaria se hacen obras y túneles y presas como el que organiza un asadero. Se tiran tuberías por los barrancos y los espacios protegidos y nadie rechista ni demasiado alto ni demasiado tiempo. La isla no carga con el lastre del perroflautismo y por eso su tren se va a construir como un tiro de escopeta. Porque no hay viborinas que valgan — si acaso culebras de importación—ni pimelias, ni pencas en vinagre. En Tenerife, en cambio, no hay dios que pueda hacer nada. Ni en Arico, ni en La Tejita, ni en Adeje, ni en Fonsalía. Ni hoteles, ni puertos, ni trenes. En la isla lo único que que se hace como nadie es el canelo.

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