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Francisco Pomares

Pataletas

Pedro Quevedo. E. D.

Hay poca cosas más ridículas que un político que se siente burlado. La reacción de Pedro Quevedo al acuerdo entre el PSOE y Coalición Canaria para lograr que los nacionalistas apoyen los presupuestos ha puesto a los de Román de una mala hostia terrorífica. La contrapartida lograda por Coalición –esta gratuidad del servicio público durante un año, que los socialistas y sus socios calificaban de inútil e innecesaria, cuando no directamente de una pretensión de lograr privilegios aristocráticos– ha desquiciado al que durante años se vendió a sí mismo como «el hombre del 75 por ciento».

Recordarán que el salto de la subvención al transporte marítimo y aéreo para los residentes canarios desde el 50 al 75 por ciento se consiguió durante una negociación presupuestaria en la que los votos del diputado Quevedo eran necesarios para sacar adelante las cuentas del Estado. Nuestro parlamentario time-Shari NH, ahora en retiro forzoso como concejal pelado del ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, ha vivido políticamente de las rentas de aquel éxito, aplaudido por todos los isleños, incluyendo sus adversarios políticos.

Pero ahora, tras el éxito de Coalición, Quevedo ha reaccionado con muy mal café, asegurando que Canarias es de las regiones más subvencionadas en el transporte público. Un argumento de mal perdedor, sin duda. Y además un argumento absolutamente falsario. En Canarias el Estado no se gasta un euro en trenes, no financia líneas de alta velocidad que cuestan millones y millones, y las inversiones del Estado en las carreteras canarias, reguladas por un convenio que no envidiaría ninguna comunidad autónoma con carreteras de interés nacional, se nos racanean incluso mediando sentencias judiciales que obligan al Gobierno a cumplir los compromisos del Estado.

Es verdad que tenemos la subvención a la residencia, que por cierto se aplica también en Baleares, Ceuta y Melilla. La subvención no supone un privilegio, porque lo que hace es permitir que a los canarios estar conectados entre las islas y entre estas y la península no nos suponga un coste muy superior al que ningún peninsular debe afrontar para moverse por su territorio y el del resto del país. Podríamos discutir si la subvención debería aplicarse no solo a los residentes locales, sino a todos los españoles que quisieran viajar a Canarias, y personalmente pienso que es un debate razonable y que merece la pena afrontar, porque a pesar del alcance de la subvención, aún ocurre que para la mayoría de nuestros compatriotas, visitar las islas supone un gasto muy superior al que pueden hacer frente, y eso no solo les perjudica a ellos, también perjudica a nuestra economía y reduce nuestras opciones de desarrollo.

Pero ese no es el debate de hoy.

De lo que hoy se trata es de la reacción torpe, desafortunada y malcriada de un político que lleva viviendo del cuento de aquella subvención al transporte aéreo y marítimo que –aprovechando la debilidad del gobierno de turno– Quevedo logró subir hasta el 75 por ciento. Algunos dirán que al menos don Pedro ha sido coherente con la posición inicial de su partido, cuando hubo que asumir la decisión de Sánchez de no subvencionar el transporte en guagua y tranvía a los canarios.

Los partidos del pacto de las flores hablaron entonces de algunas memeces relativas a lo bien que se nos trata por los gobiernos estatales –en este caso por el de Sánchez– y sobre nuestra irreductible tendencia a estar siempre pidiendo. Por muy cabreado que pueda estar, Quevedo, al menos, mantiene el mismo discurso. Quien me ha dejado completamente perplejo ha sido el presidente Torres, que empezó pidiendo que Canarias fuera también bendecida por la gratuidad en el transporte, para desdecirse después cuando Sánchez dijo que no podía ser, y aplaudir ahora la generosidad del gobierno a la hora de aceptar incorporar a los ciudadanos de las islas a la lista de los afortunados.

Hace falta tener muchas tragaderas (y algo de jeta) para atribuir al gobierno Sánchez una decisión a la que Sánchez lleva resistiéndose desde el primer día. Si Sánchez no hubiera necesitado de los dos votos de Ana Oramas en el Congreso, me río yo de los peces de colores.

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