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Joaquín Rábago

De la Singapur del Támesis a república bananera del Canal

El ex primer ministro británico Boris Johnson Gareth Fuller/PA Wire/dpa

Boris Johnson quiso hacer de la economía británica tras el Brexit algo así como una Singapur sobre el Támesis, pero él y su sucesora, Liz Truss, han terminado convirtiendo al país en la república bananera del Canal.

Creyeron los tories en su megalómana ensoñación que, una vez rotas todas las ataduras con la UE, en la que solo veían un obstáculo al despegue económico, podían convertir al Reino Unido en un paraíso de la desregulación y los bajos impuestos que pronto atraería empresas y capitales de todo el planeta.

El resultado, sin embargo, está a la vista: entre todos han hecho del otrora orgulloso Reino Unido –«Proud Britain», como proclamaban ellos mismos– en el hazmerreír no solo de Europa sino del mundo. La imagen que publica en portada en su último número el semanario alemán Der Spiegel no puede ser más elocuente: el Big Ben transformado en un plátano.

Supuestamente escarmentados por las mentiras y bufonadas de Johnson, los tories eligieron para sucederle a una política que no se había destacado precisamente por su solidez y carácter consecuente: de partidaria de la continuidad británica en la UE pronto se pasó, sin pestañear, a defensora acérrima del Brexit.

Su plan económico, consistente en una bajada de impuestos a los ricos en un país ya de por sí tremendamente clasista, asustó inmediatamente a los mercados; la libra se hundió y, en lugar de asumir personalmente las consecuencias, Truss despidió al titular de Finanzas que ella misma había nombrado y creyó así poder salvar el pellejo, algo que, sin embargo, no ocurrió.

Y el partido conservador, que lleva ya doce años ininterrumpidos en el Gobierno de Londres debido más a la política desastrosa de la oposición laborista que a méritos propios, elige ahora para suceder a Truss al excanciller de Hacienda y multimillonario Rishi Sunak (1), el mismo al que sus correligionarios desestimaron frente a aquella en la anterior elección.

Mientras tanto, el país pasa por un auténtico caos: los escoceses, que rechazaron mayoritariamente el Brexit, están más decididos que nunca a celebrar el próximo año un nuevo referéndum sobre la independencia, que, de tener lugar, seguramente ganarían. Tal es su deseo de volver a la UE.

En Irlanda del Norte podría haber también próximamente nuevas elecciones porque unionistas y republicanos no logran ponerse de acuerdo sobre unas reglas comunes para la provincia en relación con Bruselas.

Y el propio partido tory está tan dividido y tan hundido en las encuestas que hará todo lo posible por evitar elecciones anticipadas, que los laboristas estarían seguros de ganar ahora por goleada tras haber sufrido en las últimas generales la peor derrota de su historia.

El problema es que Gran Bretaña, o al menos sus dirigentes, llevaba prácticamente medio siglo creyendo que seguía siendo una potencia mundial, capaz casi de tutearse con Estados Unidos, y solo ahora parecen algunos despertarse de ese gran sueño.

Como señala el historiador económico británico Adam Tooze, el Brexit, principal causa del desastre en el que se ha convertido el Reino Unido, es el mejor ejemplo de una política que se niega a reconocer la fuerza de gravedad.

El coste económico de la fatal decisión de levar anclas y separarse del continente está cada vez más claro para muchos británicos. Una mayoría considera que fue una equivocación, facilitada por las mentiras populistas de un puñado de demagogos sin escrúpulos.

Incluso uno de los asuntos que más influyeron en aquella fatídica decisión, el rechazo de la libre circulación de personas y trabajadores, ha demostrado un error fatal: los empresarios se han percatado de que la economía no puede funcionar sin inmigrantes. Como tampoco la sanidad. Pero ¿quién da ahora marcha atrás?

(1)A Sunak se le calcula una fortuna familiar, es decir, junto a la de su también riquísima mujer, de 730 millones de libras esterlinas.

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