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El lápiz de la luna

Luis Ortega

‘Herminia’

De vuelta de unas jornadas sobre desarrollo sostenible de La Palma –La oportunidad después del volcán– la llegada del ciclón tropical Hermine –siempre se bautizan con nombres de mujer– rompió para mal y para bien el último fin de semana de septiembre. El anuncio provocó la lógica desbandada y, desde, el sábado 24, el aeropuerto de Mazo rebosó de viajeros impacientes para sus destinos de España u Europa. Celebrado en el Museo Benahoarita, el ciclo fue organizado por el Consejo General del Notariado y el Colegio de Canarias, que, desde la hora cero, tuvieron un papel relevante en la atención de la crisis de Cabeza de Vaca y los derechos de los damnificados.

El sábado despertó como un leve anticipo de lo que llegaría luego; la mañana se salvó con el paso acelerado en las gestiones, los cafés salvadores y la paciencia en los recados; pero después del mediodía, jarreó sin compasión y había que ponerse a cubierto. Con eso y con todo, la noche mantuvo sus formas y pudimos disfrutar de una cita pactada días antes con viejos amigos –una suerte de San Martín aplazado en bodega familiar, con escaldón y cerdo, castañas y vino mediano, requinto, guitarras, maracas y claves– que, en el mejor clima, acabó de amanecida, de amanecida tormentosa.

Dentro del programa de la noche –y sin necesidad de mención– estaban las canciones de nuestros padres y abuelos, que viajaron en el equipaje de los retornados tras la Guerra de Cuba y en los despueses que llegaron al medio siglo XX. Eran sones, rumbas, danzones, guajiras, boleros y mambos, que se naturalizaron aquí y compartieron sentimiento y gana, espacio, tiempo con el folclore tradicional, como acreditó el literato, compositor y musicólogo Luis Cobiella en La música en La Palma, editada en 1947 por la notable Revista de Historia, de la Universidad de La Laguna y el Instituto de Estudios Canarios.

El título del tifón traducido dio pie a la versión palmera del tema de época del trovador Miguel Companioni, el compositor espirituano que, con más de trescientas piezas, está en la cumbre de la música popular de la Gran Antilla. Amestizada en La Palma, con la preferencia armónica sobre el ritmo, contamos con la excelente versión de Los Viejos, un espléndido y heroico grupo que, tras medio siglo de vida, no ha tenido, inexplicable e injustamente, el merecido reconocimiento institucional. Nativos y/o afiliados, física y espiritualmente, a San Sebastián, el capitalino Barrio de la Canela, la dirección del grupo siempre estuvo en la familia Fernández Castillo; Santiago el Rubio, en una primera etapa, y José Antonio, Pepepe, en un segundo ciclo. En la actualidad, el joven Jesús Martín Fernández, sobrino de los fundadores y brillante neurocirujano, compatibiliza profesión y ampliación de estudios en Montpellier, con la dirección de un conjunto en el que ha conservado las esencias y actualizado las formas, famoso y aplaudió allí donde acude.

Así, en una noche de vino y lluvia, la Hermine temible e indeseable que nos puso otra vez en el mapamundi con el récord mundial de lluvia –500 litros por metro cuadrado el pasado fin de semana en Villa de Mazo– se cambió por la Herminia aconsejada –«nunca busques la opulencia / que las malas ilusiones no dan nada»– y dio pie a una velada de nostalgia a la que somos tan proclives los insulares del norte.

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