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Joaquín Rábago

Será mucho más difícil sustituir el gas ruso de lo que dice la presidenta de la Comisión

Occidente ha decidido boicotear los hidrocarburos rusos, sobre todo el gas, del que tanto había dependido hasta ahora la industria alemana, con el fin de impedir que Moscú siga financiando con esos ingresos su invasión ilegal de Ucrania.

Pero resulta un tanto paradójico que estemos comprando ahora buena parte de ese gas que Rusia ha desviado hacia China o la India a esos países asiáticos y que estemos pagando por ello precio muchos más altos.

Ya predijimos algunos que el boicot al gas ruso iba a actuar como un bumerán y que los primeros perjudicados seríamos los europeos, y los más beneficiados, sobre todo EEUU, que nos vende ahora su gas natural licuado, mucho más caro.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aseguró en su día que sería fácil acabar con la dependencia del gas ruso, pero se cuidó muy bien de explicar los sacrificios que ello conllevaría para los países más expuestos.

En el primer semestre del año pasado, la Unión Europea importó de Rusia, según Eurostat, un 46,8 por ciento de sus necesidades de gas frente a un 20,5 por ciento de Noruega, un 11,6 por ciento de Argelia, un 6,3 por ciento de EEUU o un 4,3 por ciento de Qatar.

Y desde el 24 del pasado febrero, el día en que las tropas rusas entraron en Ucrania, la Unión Europea, que depende todavía por desgracia en un 70 por ciento de los combustibles fósiles, ha comprado el 54 por ciento de las exportaciones energéticas rusas, petróleo incluido.

Bruselas ha decidido últimamente poner un tope al precio del gas y el petróleo ruso, a lo que el Kremlin ha amenazado con cortar el suministro a los países que lo lleven a a práctica.

¿Por qué, se pregunta el economista italiano Vicenzo Comito, no intentar regular en su lugar el mercado bursátil del gas en el mercado de Ámsterdam, que permite que algunos operadores estén haciendo enormes negocios?

Mientras tanto se sabe que Rusia no tiene de momento problemas con su gas porque lo está vendiendo no solo a China y a la India, sino también a Turquía y Egipto entre otros.

Incluso ha firmado un acuerdo con China para la construcción de un segundo gasoducto que permitirá seguir explotando comercialmente los yacimientos con los que se surtía hasta ahora a Europa.

China ha importado en el primer semestre del año en curso un 63,4 por ciento más que en el mismo período del año anterior, lo que podría resultar extraño habida cuenta de que su economía ha crecido menos de lo previsto.

Pero lo explica el hecho de que ese país asiático haya revendido buena parte de ese gas en el mercado europeo, que es actualmente el más rentable, algo que parece que ha hecho también la India.

Con todo ello se calcula que este año, pese al boicot occidental, los ingresos de la Federación Rusa por sus ventas de productos energéticos van a ser netamente superiores a los que obtuvo el año pasado.

Mientras tanto el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha hablado de enviar anualmente a Europa 15.000 millones de metros cúbicos de gas natural licuado, producto del fracking, e incluso elevó la cifra a 50.000 millones a partir de 2030.

El citado economista italiano se muestra, sin embargo escéptico, porque, explica, EEUU está utilizando ya al cien por ciento de la capacidad de sus plantas de licuefacción de gas y, la UE, por su parte, tendrá que aumentar sus infraestructuras para recibirlo.

Tampoco parece que haya tenido éxito el intento de Biden de convencer a Arabia Saudí de que aumente sus exportaciones de petróleo. La OPEP, de la que forman parte los saudíes, y con la que se coordina Rusia aunque no esté dentro de esa organización, piensa incluso en reducir algo la producción, lo que encarecería todavía más el petróleo.

No hay que esperar tampoco mucho de Argelia, que no condenó en la ONU la invasión de Ucrania, recibe un 70 por ciento de su armamento de Rusia y tiene importantes relaciones económicas con China.

La consecuencia de todo ello es que se producirá inevitablemente una recesión de las economías europeas, sobre todo las de los países cuya industria más depende de la energía rusa, algo que se verá agravado por la decisión del Banco Central Europeo de aumentar los tipos de interés.

Y uno de los países donde no ya la industria, sino los hogares se verán más afectados será el Reino Unido, el más beligerante frente a Rusia entre los europeos occidentales: allí, la mayoría de las viviendas se calientan con gas, están además mal aisladas y las instalaciones, muy deficientes, sufren además pérdidas.

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