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SANGRE DE DRAGO

Más allá de un símbolo de identidad

Para quienes han decidido que la realidad existente es solo la tangible y mensurable, la compuesta por la materia y sus reacciones materiales, las manifestaciones religiosas se reducen a cultura e identidad. Es una opción legítima, aunque no debe ser excluyente de quienes hemos decidido confiar que la realidad incorpora la dimensión del espíritu y, por eso mismo, no todo lo que existe se puede medir, pesar y analizar empíricamente. Ambas posturas existen actualmente entre nosotros, además de quienes hacen restricción mental y no toman postura aplicándose el calificativo de agnósticos. Es lo que tiene la libertad de pensamiento.

El Cristo de la Laguna, evidentemente, es un icono de identidad de lo lagunero. Es un símbolo de la ciudad que le custodia desde hace 500 años. Un símbolo de identidad. Pero, siendo verdad, es más que eso. Es una provocación sincera de que lo real es siempre más grande de lo que cabe en una probeta. Que el sentido del dolor y del gozo tienen escasa etiología basada en la evidencia. Una provocación a que es posible pensar más allá de lo tangible. Es posible la belleza y la alegría que produce contemplarla, aspecto que escapa de toda lógica o cómputo.

Es una provocación de otorgar dignidad a la persona en situación límite y a pesar de las heridas de su biografía. Es un discurso permanente de que nadie debe ser descartado de la vida y de la convivencia social. Nadie, nunca, bajo ningún concepto. Todo ser humano tiene un valor infinito, aunque cuelgue de una cruz, de un suero o de un respirador. Quien fue crucificado lo fue porque el poder establecido decidió que su existencia no correspondía con lo adecuado y había que deshacerse de él. Era un peligro para el orden. Y Pilato se lavó las manos afirmando que era «incompatible con la vida».

Arde Roma por la prepotencia de un deseo de ordenación urbanística. Arde sobre la mentira de que quienes creían en Cristo la incendiaron de noche. Arde porque nadie tuvo valor para enfrentarse al que ostentaba el poder. Arde el mundo por los cuatro costados; sin paz, concordia, justicia y fraternidad. Arde de individualismo insolidario y de relativismo acomplejado. Arden las almas inocentes de quienes no son vacunados de esa infecciosa deriva transmitida de que no existe diferencia entre el bien y el mal. No; no todo es igual ni vale lo mismo.

Las Fiestas del Cristo han comenzado. Las fiestas del «reencuentro», como las ha calificado el Sr. Alcalde de La Laguna. Y es una buena imagen para celebrar la Exaltación de la Santa Cruz dos años después de la pandemia de la Covid-19. Reencontrarnos con la fiesta de una ciudad con identidad y llena de manifestaciones culturales. Un reencuentro –también es posible– con el Cristo de La Laguna que, desde lo alto de un madero y bajo formas duras y torcidas, sigue siendo un grito silencioso para quienes lo quieran escuchar.

¿Y si este septiembre nos reencontramos con la salvación inesperada y con el sentido de nuestra existencia sorprendiéndonos de que exista? ¿Y si nos sale al encuentro en las calles de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad, aquel que soñó lo humano en clave de gozo eterno? ¿Y si va y nos sorprende Cristo bajándose de la Cruz y saliendo a nuestro encuentro en el prójimo molesto, enfermo, viejo, parado o sin hogar?

Felices Fiestas del Cristo.

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