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La Iglesia ortodoxa rusa dificulta una solución a la guerra

Lejos de mediar entre las partes, la Iglesia ortodoxa rusa, que encabeza el patriarca Cirilo, complica una eventual solución a la guerra de Ucrania al postular la existencia de ese mundo ruso (russkiy mir) que propaga como doctrina Vladimir Putin.

Se trata, en términos eclesiásticos, de lo que el historiador alemán Reinhard Flogaus califica de «etnofiletismo», es decir de la fusión entre la Iglesia y la nación, algo condenado como herejía por el Gran Sínodo panortodoxo que se reunió en 1872 en Constantinopla para resolver una disputa entre los ortodoxos búlgaros y griegos (1).

El primado de la Iglesia ortodoxa autocéfala de Ucrania, Epifanio Dumenko, envió a finales de julio una carta al arzobispo de Constantinopla y patriarca ecuménico, Bartolomé I, en la que le solicitaba una investigación en torno a la teoría nacionalista de Cirilo y que el primero calificaba de «herética».

Epifanio pedía al primus inter pares del mundo ortodoxo, Bartolomé , y al resto de los patriarcas de las iglesias de esa denominación ortodoxas que condenasen por cismáticas tanto la doctrina de la Iglesia moscovita así como la creación por Cirilo de estructuras eclesiásticas propias.

Epifanio y sus obispos se limitaban a reproducir un anterior llamamiento de más de 400 popes de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Moscú dirigido a las cabezas de las distintas iglesias ortodoxas.

Seis semanas después de lanzar ese llamamiento, esa Iglesia, dependiente hasta entonces directamente del Patriarcado moscovita, decidió pasar a la jurisdicción de la Iglesia ortodoxa ucraniana.

Como explica el citado experto alemán, ni el patriarca ecuménico Bartolomé I, ni el resto de los patriarcas pueden desposeer a Cirilo de su trono eclesiástico como pretenden, dado que la Iglesia Ortodoxa Rusa cortó en 2018 sus lazos tanto con el Patriarcado Ecuménico como con la Iglesia ortodoxa griega, el Patriarcado de Alejandría y la Iglesia chipriota.

En cualquier caso, sostiene Flogaus, la influencia del Patriarcado moscovita es tal que resulta difícil pensar en la condena unánime por el resto de la ortodoxia de su doctrina del mundo ruso. Los patriarcados de Antioquía y de Serbia, próximos a Moscú, se opondrían a ello.

La teoría del mundo ruso que defiende Putin se basa en la teórica existencia de un espacio civilizatorio creado con el bautizo del Gran Duque de Kiev Vladimiro, convertido al cristianismo en 988, y que incluiría a Rusia, Bielorrusia y Ucrania, además de otros Estados hoy independientes como Moldavia.

A ese espacio civilizatorio se suman una lengua y una historia compartidas, además de unos valores culturales –fe ortodoxa, patriotismo y apego a la familia, entre otros– a años luz del relativismo, la amoralidad y la pérdida de identidad cultural que sus defensores creen ver en Occidente.

El patriarca ruso se ha servido de ese relato que tiene más de mito que de verdad histórica para justificar la guerra ilegal de Rusia contra los hermanos de Ucrania, con la que se trata de proteger a la supuesta «patria común» de las «fuerzas oscuras» que tratan de disolverla.

Y esa condena de la decadencia que atribuyen al actual Occidente por su defensa del matrimonio homosexual o sus desfiles del orgullo gay es lo que explica la fascinación que parece ejercer el autócrata ruso sobre los partidos de la ultraderecha europea.

(1) En un artículo publicado por el semanario Die Zeit.

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