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De la siega y trilla de San Isidro al abandono del campo

Un amigo me envía el programa de la celebración en San Isidro (Breña Alta), de la decimotercera jornada dedicada a la siega y trilla del trigo, muestra de un esfuerzo loable por evitar que se olviden las tradiciones y, con ello, la pérdida de conocimiento y cultura heredados de nuestros mayores.

Se pierden las tradiciones

conocimiento y cultura,

se olvida la agricultura

por diferentes razones.

Rompe nuestros corazones

ver el campo abandonado,

los pajeros sin ganado,

las huertas llenas de hinojos,

la mayoría despojos

de su glorioso pasado

(Jócamo, 21-VII-2022)

El abandono del campo es un problema cultural y ambiental de primera magnitud. Se habla de sostenibilidad por boca de quienes ignoran el significado del término o, aún peor, lo utilizan a sabiendas de que lo prostituyen.

En la situación actual, es una maldad pedirle al sector agropecuario más sacrificios todavía, cuando los productos se encarecen de la tierra a la mesa dos y tres veces, sino más, en el curso del camino hacia su comercialización.

Es una injusticia que clama al cielo pretender que la minifundista agricultura insular canaria compita con la continental, que encima se beneficia del régimen específico de abastecimiento (REA), ahondando más la diferencia de precio entre el producto foráneo y el autóctono.

Con ese panorama, ¿cómo vamos a pretender que nuestros jóvenes, educados para no trabajar quieran dedicarse al sector agropecuario? Al campesino, como bien gusta en llamarle el compañero Wladimiro Rodríguez Brito, lo hemos aburrido y asfixiado hasta acabar con él.

Y no ignoramos que las políticas globales imperan, pero también sabemos, porque así lo ilustra la historia que todos los imperios caen. Las consecuencias de la globalización de la economía en general y de la agricultura en particular pasarán factura a la biodiversidad de La Tierra y de ello no se librará la especie humana.

Arde España y arde Europa, arde América y Siberia. Un drama que se retroalimenta: cambio climático a escala global y cambio cultural a escala local. Ambos fenómenos crecen a la sombra de la globalización económica y cultural, en la que se enmarca el sistema capitalista y ultraliberal que padecemos que, como la bicicleta, si dejamos de pedalear, se cae. Hay que crecer a cualquier coste, aunque sea sobre nuestras propias cenizas. La meta: el colapso global. ¿Pesimismo, quizás? O tal vez sea la imagen realista del espejo que no queremos mirar.

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