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Francisco Pomares

Un poquitito en el limbo

Con cierto patetismo, el bueno de Carmelo Ramírez se disculpaba el otro día por no haber presentado las cuentas de Nueva Canarias ante el Tribunal de Idems del Reino. Alegaba ingenuamente que ellos –los canaristas– habían cumplido con «todas sus obligaciones», aunque reconocía al mismo tiempo no haber presentado las cuentas, y culpaba al Ministerio del Interior de ser el responsable de que hoy los progresistas de Román se encuentren –como reconocía el diputado Luis Campos– «un poquitito en el limbo». Un poquitito embarazados, diría yo.

Lo cierto es que Nueva Canarias parece haber incumplido no sólo con la obligación legal de rendir cuentas del dinero que reciben de los presupuestos del Estado, sino también de no haber adaptado los estatutos del partido a los cambios legales establecidos por la ley de 2015, que daba un plazo de tres años para actualizarse. Si de algo se puede culpar al ministro Marlaska no es de haberse tomado el asunto con ganas, sino más bien de todo lo contrario: han apurado todos los plazos más allá de lo previsto en la ley. Pero lo realmente asombroso de todo es que Nueva Canarias haya hecho caso omiso de las advertencias, y que se mantenga hoy –un poco noquedados, eso sí– como si nada hubiera ocurrido.

Y sí ha ocurrido: el partido Nueva Canarias ya no existe, ni probablemente podrá volver a existir con ese nombre, porque la sentencia que elimina su inscripción en el registro de partidos políticos es firme. Probablemente, lo más sensato que podrían hacer los canaristas es buscarse otro nombre. El de canaristas no está tan mal, o quizá Canarias Nueva, o Nueva Nueva Canarias, o La Nueva Canarias, o cualquier otro que suene a lo mismo. Pero deberían ponerse a ello con rapidez, si no quieren acudir a las próximas elecciones –aquí a la vuelta de la esquina– como mera agrupación de electores. Constituir un nuevo partido –que es lo que van a tener que hacer– requiere trabajo y tiempo, y en el partido trabajar lo que se dice trabajar, sólo trabaja Fermín, como es bien sabido, y tiempo no tienen precisamente mucho. Y es posible que tampoco dinero, porque les van a caer encima algunas multas y seguro muchas causas judiciales. Ayer ya entraban las primeras reclamaciones de antiguos compañeros de lista, o de grupos municipales enfrentados, en el Parlamento y en los pueblos. Se van a gastar en abogados una pasta, y es posible que tengan que devolver parte de lo que les ha ingresado su propio grupo parlamentario, porque un grupo parlamentario no puede hacer donaciones al limbo.

Ayer, la coña era tan general en el Parlamento, que hasta el propio Román Rodríguez parecía tomárselo a guasa, y se reía y gesticulaba mucho, como si fuera verdad eso que dijo Carmelo Ramírez de que esto no va con el consejero de Hacienda. Y es verdad, pero si va –ya lo verán– con el presidente de partido finado, que resulta que es precisamente la misma persona. En la Cámara había un ambiente festivo (este es el último pleno al que asisten Sus Señorías antes de irse de vacaciones), pero también malicioso, de general disfrute. Y es que el consejero Rodríguez se caracteriza por cierta tendencia a perdonar la vida de los demás y muchos se la tienen jurada. Aún así, ni aliados ni adversarios hicieron sangre. Únicamente la diputada Espino, que no tiene cuentas viejas, pero mantiene una pendencia creciente con Rodríguez, se encaró con él en el debate parlamentario y pidió a Torres su cese, alegando que es poco razonable que se fíe el Tesoro público a alguien que pasa durante cuatro años de presentar sus cuentas. Torres hizo como que con él no iba, como siempre, y Rodríguez replicó con la altanería que suele, explicando que cuenta con la legitimidad democrática para gobernar y recordando que el Pacto de las flores tiene mayoría. Lo de reivindicar su legitimidad es un exceso discursivo: su difunto partido no ganó jamás elección alguna, y encima no es muy legítimo ni muy legal no cumplir con las leyes. En cuanto a la legitimidad que da el apoyo de la mayoría, Curbelo le miraba ayer desde su escaño con el ojo torcido. Parecía estar recordando shakesperianamente El sueño [amargo] de una [reciente] noche de verano…

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