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Francisco Pomares

Mentiras como puños

Resumiendo mucho, este debate del Estado de la Nación, el primero al que se enfrenta Sánchez como presidente (ha logrado eludirlo durante siete años), viene a contarnos un relato que tiene que ver con volver a ser muy de izquierdas, después de que Sánchez paseara su perfil más asimilable en la cumbre de la OTAN. Pasados aquellos bailes, saraos y compincheos con la gente importante, lo que tocaba ahora era un nuevo pendulazo. Por eso lo de anunciar más gasto y nuevos impuestos a las eléctricas y la banca, aviesos representantes del capitalismo más despiadado. Bueno, eso si dejamos a un lado a los también muy despiadados fabricantes de armas, a los que Sánchez se ha juramentado a pagar el doble, preciosamente con el dinero con el que los clientes de las eléctricas y los que tengan hipotecas con los bancos van a ser penalizados. Ayer la Bolsa española contestó a Sánchez con un perceptible quejido, perdiendo de una tacada el diez por ciento. No está mal, como autocastigo.

Y es que gastar más con la inflación disparada es suicida. No hace falta ser bombero para entender que el incendio de la economía no se apaga echando al fuego más gasolina. Lo curioso es que –hasta que Sánchez anunció ayer entre ovaciones y aplausos de su entregado banquillo la nueva doctrina que le reconcilia con el espíritu de Frankestein–, hasta ayer, digo, tanto su vicepresidenta Calviño como la ministra de Hacienda, Montero, se paseaban por los púlpitos de Madrid explicando la importancia de recortar el déficit y olvidarse de nuevas fiscalidades y otras ocurrencias. Pero es obvio que a Sánchez le da igual lo que digan sus ministras: cucharazo fiscal a bancos y energéticas, para hacer gratis total el transporte de cercanías y aumentar cien eurillos mensuales las becas a los estudiantes, que algo había que dedicarle a Ayuso en el debate…

O sea. Sánchez preside un Gobierno que no sólo no se coordina con la oposición, ni con sus apoyos periféricos, ni siquiera con sus socios podemitas… es que no se coordina consigo mismo. Por suerte para Sánchez, sus ministras económicas no son gente de mucho liarla: ayer aguantaron el chaparrón con espíritu estoico y sonrisas complacientes, como si el discurso del presidente no fuera en absoluto con ellas, cuando lo cierto es que son ellas las que no casan con el discurso del presidente. Un presidente que ayer volvió a sorprender con el disfraz de Robin Hood, el que quita a los ricos para repartir entre los pobres.

Lo cierto es que Sánchez no se esforzó demasiado, se limitó a presentar un catálogo de platos cocinados por Podemos, para satisfacción y remiendo de un tinglado que hace aguas, y que –a fe mía– probablemente no agotará la legislatura. Quizá me equivoque, porque Sánchez es imprevisible, pero esta descarada reconversión de hombre de estado europeo en proscrito de Sherwood es sólo otro trampantojo presidencial: apunten que a más tardar antes de que acabe la legislatura, probablemente al final de su mandato de seis meses como preboste europeo, se sacudirá de encima los restos de Podemos –con la aquiescencia (o no) de Yolanda, Díaz, que eso es cuestión de tragaderas– y anunciarás el regreso gubernamental a la senda de la estabilidad, la contención del déficit y la deuda, el esfuerzo fiscal, el europeísmo y LaLaLand. Lo hará sin despeinarse una sola pestaña, igual que ayer no se le movió una ceja al prometer mano dura contra eléctricas y banca, y reparto munificente de nuestro dinero entre sus agradecidos votantes.

En fin… hace algún tiempo, en una entrevista hipnótica, Pérez-Reverte manifestó su absoluta admiración por la capacidad hercúlea de Sánchez para creerse sus propias mentiras y ponerlas al servicio de su voluntad asesina de seguir en el poder. Comparto con el autor de Alatriste que –como personaje– Sánchez es probablemente uno de los políticos más literaturizables de este agitado principio de siglo. Pero la cuestión es que Sánchez no es sólo el personaje fingidor y variable que interpreta desde hace años sin asomo alguno de pudor o arrepentimiento. Es –además de ese personaje– también el principal (que no el único) responsable de la catástrofe social que se avecina, el tipo que sigue encendiendo la mecha de nuestra desventura, y el dirigente que ha convertido al partido más importante de la Historia de España en un club de silenciosos cobardes.

Por cierto, que lo de ayer era el debate del Estado de la Nación, pero sin nación, ni debate, ni oposición. ¿Feijóo? Calladito en una esquina. Dejando que los adversarios le hagan el trabajo.

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