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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

Los envío de dos en dos con un mensaje de paz

¡Ser enviados por el Señor y volver a Él!

¿No es esta una síntesis de la vida cristiana, del quehacer cristiano?

Lo recordamos este domingo en el que el Evangelio nos presenta la misión de los setenta y dos discípulos.

Con una serie de instrucciones Jesús los dispone para la misión.

¡Con la confianza en Dios y ligeros de equipaje!

No irán, por tanto, con el lujo de una rica corte oriental, ni con la sensación de fuerza de una legión romana. No. Ellos son de otro espíritu, del espíritu de Jesús.

Van a anunciar el Reino con un mensaje de paz. «Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros».

En la primera lectura el profeta anuncia la paz como un don de Dios: «Yo haré derivar hacia ella (Jerusalén) como un río, la paz».

La paz en el pueblo judío y luego, en la vida cristiana, no es una simple ausencia de guerra o de conflictos; es el conjunto de los dones divinos. Cuando el judío saludaba con la paz estaba pensando en este concepto de paz. Ahora el cristiano tiene que hacerlo con el mismo espíritu, que es el espíritu de Jesús.

Se suele decir que «la paz del corazón» es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida, y la paz eterna es la que reina en el cielo.

En la segunda lectura escuchamos el final de la Carta a los Gálatas con un mensaje de paz, gracia y misericordia para los que se ajustan a la enseñanza del apóstol sobre la justificación y para «el Israel de Dios», la Iglesia.

En estos tiempos un poco revueltos en la vida de la Iglesia, no deberíamos olvidar la advertencia del Señor para aquellas personas y lugares que no acojan a sus enviados: «Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo».

Y es que tenemos que recordar lo mal que tratamos, en algunas ocasiones, a los enviados del Señor: un obispo, un sacerdote, un catequista…, o no le acogemos y le tratamos como «el que viene en el Nombre del Señor». Y esto constituye una falta que puede llegar a ser grave o muy grave como nos advierte el Señor.

La paz es una realidad fundamental en la vida cristiana porque el Hijo de Dios se hizo hombre y se entregó por nosotros para alcanzarnos la verdadera paz: con Dios, con los hermanos, con toda la creación. «Él es nuestra paz», decía el apóstol Pablo. (Cfr. Ef 2, 14-19). Por eso la paz con Dios y con los hermanos es una realidad necesaria, imprescindible en nuestra vida de cristianos.

Luego el Evangelio nos presenta también la vuelta de los setenta y dos llenos de alegría, contándole al Señor «todo lo que habían hecho y enseñado»; y Jesús les dice que el motivo principal de alegría es que sus nombres están inscritos en el cielo.

Hay prácticas cristianas de apostolado inspiradas en este texto. Por ejemplo, he conocido la costumbre de algunas personas que se reunían ante el sagrario de la parroquia antes de realizar una obra de apostolado, y, al terminarla, volvían a él.

¿Y la Misa del domingo o de cada día no es algo parecido?

En la Eucaristía, en efecto, somos enviados por el Señor a hacer el bien: «obras de caridad, piedad y apostolado»; y volvemos después a Él, en la próxima celebración, llenos de alegría, contándole y presentándole todo lo que hemos hecho y enseñado. Y así, una y otra vez.

¿No es esto muy hermoso?

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