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Pascual y Garachico

Cuando herido por alguna ruindad local, aislada, torpe o sibilina, que nunca contestó con ira o queja justas, le repetía en tono de jaculatoria una sentencia lapidaria de José Martí, el poeta y líder de la independencia cubana: «La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie».

Anclado en la emoción y la nostalgia, olvidé la frase tantas veces usada en nuestra larga amistad y, en absoluto, no me arrepiento, acaso porque en las horas supremas no hay sitio ni tiempo para la mezquindad ajena y procaz que mancha el agua y agría el vino.

Por tantos y tan gratos recuerdos por muchas y muy buenas razones, Garachico forma parte de mi vida y mi apego por su imagen y pulso tiene que ver con paisanos que, cada cual en su medida, heredaron y engrandecieron una patria chica –que es el primer e imprescindible escalón del patriotismo– y que, a toda costa, construyeron un espacio común para que todo lo demás – los logros y los desengaños, las penas y las alegrías – fuera tolerable, grato y triste y, sobre todo, por encima de todo, compartido.

Todo esto viene a cuento de la inspirada, total y abnegada dedicación de un hombre a su tierra natal, de la vinculación de un canario con el rincón de sus afanes y sueños. De él y sobre él, escribo, con orgullo y sentimiento.

Pascual González Regalado (1932-2022), mi querido amigo, demostró en su larga y aprovechada existencia que el amor no conoce fronteras. Con una notable cultura humanística y con unas envidiables dotes para la plástica, desde que tuvo uso de razón descubrió los hitos monumentales de la Villa y Puerto; y durante toda su vida, indagó en los valores espirituales dignos de esa geografía.

Escritor pulcro y documentado, desde sus mocedades publicó en la prensa tinerfeña centenares de artículos que enseñaron a quienes no lo sabían y recordaron a quienes lo conocían que el suyo no era un pueblo cualquiera. Con toda la inspiración que derrochaba, hizo bandera y escudo heráldico y, cuando ocupó la alcaldía la ejerció con dignidad y puso en valor todos sus activos; desde el noble casco histórico, que marca un hito en Canarias, a la fajana lávica, el Caletón que convirtió en una original y espléndida zona de recreo.

Compatibilizó su gestión política con la docencia como profesor por oposición de bachillerato y formación profesional en Icod de los Vinos y, en paralelo, cultivó la acuarela con técnica refinada –heredera del magisterio de Francisco Bonnín –y con un personal colorido que matizó –amorosó, esa su expresión– la espléndida realidad insular. Fue, con José Bernardo Falcón, el mejor dibujante arquitectónico que conoció Canarias a caballo de los siglos XIX y XX. El inventario patrimonial de la Villa y Puerto, donado al municipio, se ganó un espacio permanente en la Casa de Piedra, donde se expuso durante el acto de donación. No hay muestra plástica puntual que le pueda disputar ese honor, por estricta justicia.

Durante décadas, y con puntualidad casi religiosa, el inolvidable Pascual, Juan Manuel de León, eficaz e imaginativo alcalde que durante sus mandatos lo nombró director artístico del municipio, recorrimos desde la Isla Baja todos los altos del norte para, entre vinos nobles y contados, hablar de Garachico, de lo humano y lo divino.

Primaron en las charlas los proyectos innumerables de un creador incansable y generoso que, con la confianza y el afecto, me dejó encargos que, en la medida de mis fuerzas, intentaré cumplir. Haciendo de tripas corazón, respondí al primero en su despedida y, ahora, aunque no sea este papel el medio más adecuado, pidiendo la restauración del paramento semicircular del Monumento a Bolivar, que avalaba la simbología de la obra. En mi última estancia en la querida Villa contemplé al prócer venezolano, como un paisano o un turista despistado, eso sí, de bronce.

Dijo un político republicano, maltratado por la vida y por la historia, poco antes de morir en la España democrática: «Debemos amar nuestro país, aunque nos traté injustamente». No es el caso de González Regalado, como se mostró en su duelo y como se siente en su ausencia. Pero si es cuestión de guardar y mostrar su legado, presumir de su ejemplo e imitar, para gloria nuestra y bien de futuro, divulgar sus proyectos y sueños, perfectamente definidos.

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