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Alberto Lemus

«Todos los contagiados por la viruela del mono en Madrid son hombres»

Olvidamos la independencia de Cataluña cuando nos llegó el Covid-19, que también pasó a un segundo plano cuando tuvimos una erupción volcánica, que se nos fue de la cabeza el día en que sentimos el bolsillo más vacío por el alza continuada de los precios, que hemos asumido a medida que Putin ha ido ganando terreno en Ucrania. Así de volubles somos. ¿Afganistán, dices? Una pizca de fútbol, un breve descanso de orgullo patrio por el Chanelazo, y nuestra nueva preocupación es la viruela del mono, una enfermedad en eclosión que ya registra centenares de casos. Ah, que el mal viene de lo más profundo de África, y los primeros episodios se han dado entre la depravada población homosexual, tan proclive al pecado... Encendamos las alarmas.

La viruela del mono tocará antes o después a nuestra puerta, parece ser. La buena noticia es que la vacuna contra la enfermedad común, que se dio por erradicada oficialmente en 1980, tiene una efectividad del 85 por ciento con esta variante, con lo que las autoridades sanitarias no muestran demasiada inquietud. Además, las consecuencias más usuales son malestar y fiebre, además de dejarte un aspecto horrible, ronchado y sarmentoso, durante un par de semanas. Los expertos se han apresurado a tranquilizarnos, que esto no es una reedición del coronavirus, ni mucho menos el ébola. Hay hasta un fármaco autorizado. Menos mal.

La mala noticia es que la vacuna no se produce en cantidad suficiente desde hace décadas, y que hemos dejado solos a quienes sí llevan tiempo conviviendo con esta realidad. Los de siempre, los más necesitados. Ya en 2017 la bióloga Anne Laudisoit alertaba del incremento de casos de la viruela del mono en África occidental o central, y lanzaba una premonición. «Mientras no haya un blanco que presente pústulas y erupción, todo seguirá igual: cuando esto ocurra, en tres días tendremos financiación para investigar», decía, profética. ¿Había pensado usted en la nefasta combinación de la viruela y la adorable mona Chita hasta hace un par de días?

Pasó lo mismo con el ébola y el zika, dos enfermedades virales transmitidas por animales, que siguen siendo un problema sanitario en zonas muy deprimidas de todo el mundo: hasta que no se registraron los primeros contagios en los cómodos hogares civilizados, ni nos preocupamos de su existencia. Ocurre que los focos más visibles en España se presentan en una sauna gay de Madrid y en las celebraciones del Orgullo, en Maspalomas. Poco tardó un periódico local en pasear el infecto, sensacionalista y pésimamente redactado titular «¿Coincidencia casos de viruela del simio tras el Gay Pride de Maspalomas?» o un diario nacional que abrió con una joya que descaradamente he plagiado para titular esta columna: «Todos los contagiados por la viruela del mono en Madrid son hombres». De Pulitzer. ¿Cambiaría algo si hubiese una mujer?

Una nueva demostración de la falta de solidaridad y empatía de esta sociedad nuestra, que encima viene acompañada de esta leve oleada de homofobia. Leve, pero dolorosa. Es terrible que todavía hoy sea necesario aclarar que la homosexualidad no predispone a patología alguna, y que el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (Onusida) haya tenido que lanzar un mensaje de condena frente a las múltiples informaciones y comentarios sobre la propagación de la viruela del mono, que estigmatizan al colectivo LGTBI.

Hasta la Organización Mundial de la Salud ha tenido que aclarar en pleno año 2022, con tanta liberación sexual y mental que parece (y solo parece) que tenemos, que la evidencia disponible sugiere que quienes corren mayor riesgo son aquellos que han tenido contacto físico cercano con alguien enfermo, «y ese riesgo no se limita a los hombres que tienen sexo con hombres». Puede que en 1980 se erradicara la viruela común, pero la homofobia sigue más que implantada en los cerebros humanos y la única vacuna que le veo es una información veraz, sensata y comprometida, que muchas veces brilla por su ausencia.

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