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LA GATA SOBRE EL TECLADO

«Houston, tenemos un problema»

Existen dos tipos de imprevistos: los ficticios y los reales. Los primeros son el comodín estrella de la baraja de posibles evasivas. Cuando no seamos dignos de encontrar un argumento creíble, cinco palabras bastarán para excusarnos: «Me-ha-surgido-un-imprevisto». Con esta fórmula mágica podemos eludir casi cualquier situación comprometida de la que no queramos saber nada. Si unimos este conjuro a un me pillas en mal momento, tendremos el tándem perfecto para esquivar amablemente algo tan tedioso como, por ejemplo, una llamada comercial inoportuna (suponiendo que existan llamadas comerciales oportunas).

Pero hoy quiero hablar de los otros imprevistos, de los auténticos, de los genuinos y reales. Especialmente de esos que, cuando aparecen, convierten un fracaso en un éxito o una desgracia en un milagro. Y si hay una frase que, en gran parte gracias al cine (acuérdate de Tom Hanks en Apollo 13), se ha convertido para nuestra cultura en el slogan oficial de cualquier situación imprevista, esa es por supuesto: «Houston, tenemos un problema». Y precisamente el origen de esta famosa consigna aeroespacial, es un ejemplo perfecto de cómo un incidente fortuito, provoca un fracaso con final feliz. Fue el 13 de abril de 1970, y no en 2001, cuando tuvo lugar una auténtica odisea en el espacio…

Durante su viaje de ida hacia la Luna, la misión Apolo 13 de la NASA detectó y registró una anomalía que obligó al astronauta Jack Swigert a ponerse en contacto urgentemente con el control de dicha misión en Houston. Una luz de advertencia en el panel de control de la nave y un estallido anunciaban la explosión de los tanques de oxígeno en el módulo de servicio. Tras aquel épico Houston, we have a problem, comenzó la gesta/thriller espacial, ya que los problemas se sucedieron uno detrás de otro. Los tanques destruidos proporcionaban soporte vital a los astronautas, por lo que había que asumir el fracaso de la misión, abandonar el objetivo de realizar el tercer alunizaje tripulado y marcarse una nueva meta con una prioridad absoluta: traer a la tripulación de vuelta a la Tierra, sana y salva. La recuperación de los astronautas haría honor al nombre con el que se había bautizado al módulo de mando del Apolo 13: Odyssey.

Para ello, se improvisó un plan de rescate que consistió en utilizar el módulo lunar Aquarius como bote salvavidas y en aprovechar la inercia del paso por la órbita lunar para obtener velocidad y poder alcanzar nuestro planeta. Así que, tras el Houston tenemos un problema, vino el Houston tenemos una solución, porque otro fracaso más no les cabía ese día en la agenda.

Aquel revés de la misión lunar terminó siendo un éxito de la historia espacial, además de un ejemplo magistral de gestión de crisis y trabajo en equipo. Por si fuera poco, la revisión de sistemas exhaustiva que se llevó a cabo para determinar las posibles causas de aquel incidente y la experiencia adquirida con el rescate del Apolo 13 permitieron que misiones posteriores alcanzaran el éxito (cuatro misiones más volaron hacia nuestro satélite, beneficiadas de aquella lección aprendida).

Si llevamos el viaje a la Luna a una dimensión psicológica (vamos con la metáfora que ya sé que la estabas echando de menos, mi querido lector), el deseo de alcanzar el astro plateado puede extrapolarse a cualquier objetivo o sueño que nos hayamos propuesto en nuestra vida. Y me viene a la mente una leyenda que contaba el escritor chileno Alejandro Jodorowsky sobre un arquero que quiso cazar la Luna y que, cada noche, sin descanso, lanzaba sus flechas hacia el satélite con la esperanza de dar en el blanco. Los vecinos comenzaron a burlarse de su locura, pero él siguió, inmutable, lanzando sus flechas. Jamás consiguió cazar la luna, pero se convirtió en el mejor arquero del mundo.

A veces no es el objetivo, sino el camino que recorremos para lograrlo, lo que realmente importa. Un fracaso puede ser la antesala de mil éxitos inesperados porque tiene en común con los imprevistos que ambos pueden estar escondiendo un triunfo mucho mayor del que esperábamos o una lección de vida impagable.

La próxima vez que surja un Houston, tenemos un problema tal vez sea una oportunidad de oro para activar nuestro potencial creativo y replicar con un Houston, tenemos una solución, o para recordarnos que no hay que tenerle miedo al fracaso. Porque quizá no sea tan importante el sueño que anhelamos, sino la persona en la que nos vamos a tener que convertir para conseguirlo. Y porque, al fin y al cabo, no es el objetivo lo que nos define, sino lo que somos capaces de mejorar para ser dignos de alcanzarlo.

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