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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

El color de los ojos

Cada vez es más evidente la divisoria del año 2008. Aunque casi todos los problemas estructurales de la economía canaria –por ejemplo– hunden sus raíces en años anteriores, 2008 fue la última vuelta del camino de una normalidad que ya está siendo mitificada (para construir un mito solo se necesita anhelo y desmemoria). Antes ya era difícil conseguir un trabajo estable, poder firmar una hipoteca, que te acompañaran las piezas básicas de tu juventud durante el resto de tu vida. Eso se acabó para siempre. Ya no existen certidumbres y que nos lo oculten o, peor aún, que nos pinten la incertidumbre como un mapa del tesoro de oportunidades magníficas es, tal vez, una de las razones de la buena salud electoral de la ultraderecha. Quiero un trabajo digno y estable. Quiero una vivienda para poder fundar una familia. Quiero tener la seguridad de envejecer con cierta tranquilidad. Quiero que no se rían ni cuestionen estas modestas ambiciones, mi conservadurismo, mi anhelo de modesta pequeñez pequeñoburguesa, mis valores domésticos. No quiero ayudas, sino oportunidades. Y que las oportunidades no aparezcan detalladas en el Boletín Oficial del Estado. El odio aporafóbico hacia el andrajoso es el miedo a caer en la pobreza, a admitir incluso que se está al borde de la exclusión social y solo le falta un empujoncito. El desposeído de todo es un espejo que nos horroriza y corremos a lapidar a la víctima. La víctima es lo que nos ocurrirá si no la eliminamos. Y si la eliminamos también.

Todo ahora es inseguridad, riesgo catastrófico e incertidumbre angustiosa. Puede que la mayoría de los isleños no sepan que las reservas mundiales de trigo apenas llegan a dos meses y medio y que el precio de los cereales se ha disparado en los dos últimos años; que múltiples aparatos, herramientas y componentes electrónicos tardan semanas y a veces meses en llegar a nuestros puertos por el estrangulamiento sistemático de las cadenas de producción, que África es un avispero donde brujulean perversamente europeos, rusos y chinos para controlar territorios, minerales y aguas, que la inflación les disipará cerca del 10% de su salario en el transcurso de este año, pero una espesa bruma informativa y desinformativa les lleva a la convicción de que las cosas no van bien, en realidad, que no se sabe muy bien cuál es la dirección a la que somos empujados con expresión de idiotas estupefactos. La normalidad, la sagrada normalidad de los días, el futuro deleteable desde el presente, se ha quedado atrapada en un recoveco de la Historia. Nos hemos perdido. ¿Dónde está el futuro, si es que el futuro no es definitivamente cosa del pasado?

Todos los beleños parecen insuficientes, entre otras razones, porque la democracia, una suerte de religión laica, con sus valores ilustrados y racionales y su voluntad de crear un modelo de convivencia perfectible, está siendo pisoteada y prostituida por las élites políticas y empresariales. Ya da exactamente lo mismo lo que ocurra. ¿Que desaparecen cuatro millones de euros gastados para comprar mascarillas que jamás llegaron al Servicio Canario de Salud, y se contrató a una empresa sin experiencia en productos sanitarios, y se pagaron, hasta el último céntimo, por adelantado? No pasa nada. Ahí siguen los responsables del estropicio. Riéndose en nuestra cara y llevándose calentito el sueldo. No se produce ninguna crisis de legitimidad. Hasta que se produzca, claro. Tal vez un día no haya harina para preparar el pan. O se interrumpa de nuevo el flujo turístico. O pretendan encerrarnos de nuevo. Entonces ocurrirá algo que no se parecerá ni a una revolución ni a una revuelta. Llegará el futuro de repente. Me gustaría ver, aunque solo sea por un par de segundos, el color de sus ojos.

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