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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

El dichoso miedo al examen

Resulta normal experimentar temor al fracaso, a la pérdida, al sufrimiento. Y en no pocas ocasiones, definimos un examen como una posibilidad de fracaso y de sufrimiento, tanto por el esfuerzo previo como por el posible resultado negativo posterior. Pero una prueba superada también es una ocasión de gozo y satisfacción.

Nuestra vida está siempre sometida al examen valorativo de los demás. Cada abogado se presenta a un examen cada vez que acude ante un juez defendiendo la pretensión de la parte a la que representa. El mismo juez se presenta a un examen público cuando dicta y firma su sentencia. Como un miembro del personal sanitario está siendo evaluado por sus compañeros, sus pacientes y, inevitablemente, por los familiares de estos. Un obrero de la construcción ve examinado su trabajo por los técnicos, los aparejadores y arquitectos que visitan la obra. Todos nos presentamos diariamente a múltiples exámenes. Y no siempre alcanzamos las expectativas de nuestros evaluadores.

Los psicólogos suelen indicar que en nuestras sociedades occidentales hemos perdido capacidad de manejar la frustración y hemos entrado en la deriva de reunir la dificultad de tal modo que ya no se puede hablar del valor de la cultura del esfuerzo. Tal vez lo hemos olvidado, pero aprendimos a leer con dificultades, nos equivocábamos y nos costaba entender aquello que leíamos. Escribir se convirtió en una vía dolorosa para la muñeca de nuestro brazo. Nada se conquista sin lucha y esfuerzo. Y somos nosotros mismos, la mayor parte de las veces, los más duros examinadores.

Aún reconociendo su valor, seguimos teniendo miedo a poner ante la mesa de quirófano de un examen nuestro cuerpo de conocimientos adquiridos. Tal vez tememos que dicha prueba sea corregida con animadversión o con la sádica actitud de un cirujano con deseo de amputar nuestro futuro.

Si ponemos encima de un diccionario el miedo y el temor puede que resulten términos sinónimos; pero para este que escribe aquí, el miedo paraliza más que el temor. Este último nos ayuda a ser prudentes, precavidos y buscar medios de seguridad. Pero el miedo suele paralizar la voluntad y empujarnos a escondernos ante un peligro, sea real o imaginario. Huir por miedo.

No niego que las pruebas evacuativas deban generar temor. Pero si hemos sido prudentes, precavidos y no huimos de la dificultad, no deberían causarnos miedo ni paralizarnos. Además, una dificultad superada, un examen aprobado, una prueba alcanzada, tiene un nivel de satisfacción que justificaría cualquier esfuerzo previo.

Ya sabemos que los exámenes no garantizan un buen aprendizaje. Porque lo que sabemos suele definirse como “aquello que recordamos después de olvidar lo aprendido”. Pero sin ese medio que nos empuja a dedicar tiempo de calidad a releer lo que se ha trabajado de otros modos didácticos e innovadores, puede que no recordemos al final nada de lo que debamos saber. Y cuando lo que debemos saber no lo sabemos, con toda verdad, nos pueden definir como ignorantes. Porque cuando lo que no sabes no tendrías por qué saberlo, solo somos desconocedores. Y entre desconocedor e ignorante, yo abogo por habitar en el primer grupo.

Cuando el alumnado de 2º de Bachiller sueña con las pruebas selectivas de la EBAU próximas, no nos vendría mal contemplar un examen como un reto que hemos de superar, y que podemos superar. Vale la pena el esfuerzo. No escatimemos ilusión por conquistar la cumbre de la montaña, pues será diferente lo que contemplemos si hemos ascendido la ladera o si nos han colocado en la cumbre por arte de una magia inexistente.

Y todo esto lo escribo contemplando a un grupo de alumnos afanados por concluir el examen que tienen entre sus manos y con el que concluyen las tareas de este cuatrimestre. ¡A no olvidar lo aprendido!

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