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Ana Martín

Artículo Indeterminado

Ana Martín

¿Qué me pasa, doctor?

La cosa comenzó como empieza todo lo inevitable.

Una mañana te levantas un poco embotada y con una especie de congestión que va desde debajo de los ojos a la nariz. «Vaya, sinusitis», piensas.

Nunca la has padecido, pero has escuchado tantas veces cómo la describían quienes la sufren (dolor facial, presión, obstrucción nasal, fatiga...) que te pones en lo peor, como corresponde a una hipocondríaca canónica. Si no, ¿qué clase de falsa aprensiva serías?

Luego, cuando más sosegadamente, después del café, le das una pensada, convienes en que lo de la sinusitis es demasiado elaborado y tampoco has tenido fiebre, ni dolor en la mandíbula, lo que te faltaba, y, algo aliviada, concluyes que lo que te aqueja es una versión leve del covid, así que sacas ese test de antígenos que todo maniático previsor guarda en una gaveta y te pones a prueba, literalmente.

El test da negativo, claro, así que cansada de darle vueltas a lo que podría ser y no es, desplegados ya ante ti (y descartados) cada uno de los escenarios apocalípticos posibles, algo avergonzada por las películas que te montas, decides echar un ojo a las noticias, a ver qué nos depara este día que ha empezado de manera tan prometedora.

Empiezas con la libretita de Cospedal y ese apóstol de la componenda que es Villarejo y, de repente, los diminutivos, usualmente dulces, que tan cercanos te son por tu dialecto, se convierten en algo ofensivo y viscoso, en algo sucio, de estraperlo, de compadreo barato. Libretita, dinerito, corrupcioncita, milloncitos, vergüencita.

Te vas poniendo peor. La falsa sinusitis o el pseudocovid te han regalado, además, un tremendo dolor de cabeza.

Decides que, mejor, lees opiniones sobre Eurovisión, que nunca son demasiadas ni suficientemente concluyentes –esto te lo dices un poco azorada por lo cursi que puedes llegar a ser cuando te diriges a ti misma–. Y, acto seguido, te llama la atención un artículo que firma ese asesor antaño plenipotenciario, ese hacedor de presidentes del gobierno que un día se reveló en la tele como una mezcla de Paulo Coelho y tu tía la más vieja, la que hablaba con refranes. Ese.

Entonces lees su análisis sobre el concurso, repleto de estrofas a medio rescatar de canciones viejunas. Y te encuentras con la clave de todo. (Este todo debería ir con mayúsculas, adviertes). La clave de todo es esta: «Hay un Goya (sic) devorando a sus hijos que habita en nosotros, pero Chanel dio una gran lección política: nunca dejes de creer». Mastíquenlo ustedes que pueden. Deténganse, por favor, en lo mollar: «Hay un Goya devorando a sus hijos que habita en nosotros». La frase te da en toda la cara y supones, entonces que, mientras el pintor devora a los hijos de Saturno, Saturno pinta, tal vez. Eso querrá decir. Con esta gente tan listísima nunca se sabe.

Piensas, entonces, que no hay nada como el humor involuntario hasta que te quieren hacer creer que el humorista es un prócer.

Y pasas a lo del rey. El retorno del rey. El desembarco del rey. Estamos sembrados con los titulares. Todo con tal de hacer simpático lo que no tiene gracia maldita. Están poniendo Sanxenxo que da gusto verlo y las tertulias arden. Que venga, que no venga, que vaya a la regata (¿se llama eso regatear?). En fin, mientras me leen ustedes ya habrán visto lo que yo solo imaginé mientras escribía esta columna asmática. Asmática, sí, porque ahora puedo escuchar mis propias sibilancias y han empezado a llorarme los ojos sin disimulo. Alegría. No. Alergia, señoras y señores. Lo que tengo es alergia. It’s very dificult todo esto.

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