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José Vicente González Bethencourt

Aquellos estudiantes de Medicina en Cádiz

Han pasado 57 años desde que 234 alumnos y alumnas iniciamos en octubre de 1965 la carrera de Medicina en la Facultad de Cádiz, perteneciente entonces a la Universidad de Sevilla. En las primeras clases ocupábamos hasta los pasillos del aula, pero en cada curso sucesivo disminuía el número de alumnos, tanto que acabamos la carrera 64.

Debido a la disponibilidad de barcos, la mayoría de los canarios estudiamos en Cádiz, aunque lo cierto es que los hubo en las once facultades de Medicina que tenía España. Estuve a punto de matricularme en Sevilla porque mis padres habían conectado con un alumno palmero que allí estudiaba, pero la beca concedida por la Universidad de Sevilla, no recuerdo por qué, se asignó al Colegio Mayor Universitario Beato Diego José de Cádiz.

Tras una movida noche desde Santa Cruz de la Palma a Santa Cruz de Tenerife en el correíllo Viera y Clavijo, embarqué en el buque Ciudad de Sevilla, que ya conocía porque ese verano y el anterior había viajado en él a Cádiz, y luego en tren hasta La Coruña, donde participé en los campeonatos nacionales de vela. Como ya conocía los olores a humanidad, detergentes y pinturas de barco, me había hecho con una buena manta para pasar la mayor parte del tiempo en la cubierta y así respirar aire puro, aunque no del todo porque a veces llegaban ráfagas de negro humo de las dos chimeneas. Durante tres días contemplé el inmenso mar que se me antojó eterno, tanto que cuando, por fin, bajé al muelle, este y Cádiz se movían al unísono del barco. Un taxi-coche de caballos me llevó al Colegio Mayor en plenas novatadas, en las que, por cierto, se cometieron demasiados abusos.

Nuestro curso respiraba internacionalidad porque sus alumnos procedían de América (Estados Unidos, Haití, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Ecuador, Nicaragua, Puerto Rico y Perú), así como del Marruecos y la Guinea colonial, lo que generó un ambiente cultural sumamente interesante. Salvo alguna excepción, dichos alumnos procedían de familias pudientes, que por la antigüedad y el prestigio de que gozaba la Facultad de Medicina de Cádiz, veían en su titulación un valor añadido.

Uno de ellos, el colombiano Diego Gómez Ángel, destacó en seguida por su inquieta vivacidad, llegando a obtener la cátedra de Otorrinolaringología de la Facultad de Sevilla. Él ha sido el motor de un encuentro de la promoción 1965-1971, celebrado durante la semana pasada, consiguiendo el apoyo del rectorado de la Universidad de Cádiz, del decanato de la Facultad de Medicina, la Fundación Cajasol, el Instituto Español, Coca Cola, 5 Jotas, la Fundación Osborne y el Casino Gaditano, gracias a quienes hemos disfrutado de diversas actividades socio-culturales como la conferencia del profesor Antonio Campos sobre La ingeniería tisular. La nueva medicina, y la de la profesora Virtudes Atero sobre Literatura oral de Cádiz.

Otros médicos han colaborado con iniciativas curiosas, como el traumatólogo gaditano Fernando Ramírez con un sello de Correos, el oftalmólogo tinerfeño David del Rosario con una medalla, y la intensivista asturiana Adoración López Morán con una ilustración sobre Cádiz en el programa de mano.

Significativa ha sido la participación del catedrático jubilado de Otorrinolaringología, único asistente de nuestros profesores, el doctor Juan Bartual, dotado de gran vitalidad a pesar de sus muchos años. Hubo varios actos emotivos, como la colocación de una placa conmemorativa junto al drago sembrado en el patio de nuestra centenaria Facultad por estudiantes canarios, la intervención en el Aula Magna durante tres minutos de todos los médicos sobre sus vivencias, la entrega de una orla simbólica con los 27 que hemos podido asistir, el recuerdo a quienes ya no están con nosotros, la visita al Hospital de Mora, (1903, hoy Facultad de Económicas y Empresariales), donde hicimos las prácticas clínicas, y no faltó la alegría de la tuna de la Universidad de Cádiz, todo ello durante cuatro intensos días en los que la emoción y los recuerdos nos llenaron de legítimo orgullo, plena satisfacción y alguna lágrima.

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