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Mi reflexión del domingo

¡Jesucristo ha resucitado!

¡Por fin, hemos llegado a la Pascua!

Hemos venido por el camino de la Cuaresma que es el mejor camino, el único camino que nos conduce hasta aquí.

Es lógico que estemos contentos: ¡Jesucristo ha resucitado! Es decir, ha pasado de la muerte a vida, de la Cruz a la Resurrección.

¡Quiere decir que el Padre, en el Cielo, ha aceptado el Sacrificio de su Hijo en la tierra, y ha llegado la salvación! Hablamos en términos humanos. De aquí viene la inmensa alegría de la Pascua y de toda la vida. ¡Todo ha cambiado de rumbo y de sentido! ¡Incluso nos felicitamos unos a otros por la enorme suerte que hemos tenido!

Ya Jesús nos ha enseñado con toda claridad y firmeza que el sufrimiento y la muerte no son el fin de todo, que no terminan en sí mismos, sino que son camino, paso, pascua.

¡La Pascua, que hoy celebramos, es la gran noticia que, cada año, conmueve al mundo desde el núcleo mismo de su existencia!

Y el momento culminante de esta victoria es la Venida Gloriosa del Señor, que es el día de la resurrección de los muertos y de la vida sin fin. Aun así, en la espera, nos llenamos de consuelo y de esperanza. Es la certeza de la fe, que nos transmite el apóstol como el mejor regalo de Pascua.

Aunque no tenemos prisa por decirlo todo hoy. Tenemos ahora la Octava de Pascua y, además, todo el Tiempo Pascual. Son, en total, 50 días de celebración, de alegría y de fiesta.

El Tiempo Pascual se ha llamado «la cuaresma de la alegría». Y no hay fiesta como esta en el mundo: cuarenta días de preparación, la Cuaresma, y cincuenta de celebración: la Pascua y el Tiempo Pascual.

El Evangelio de este año nos presenta a las mujeres olvidadas de la resurrección, camino del sepulcro. Ellas, como los discípulos, no entendían nada de resurrección. Y van al sepulcro con los aromas para embalsamar el cuerpo del Señor. ¡Y había resucitado! Y se les presentan dos ángeles que les aclaran el misterio: «Acordaos de los que os dijo estando todavía en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y, al tercer día, resucitar». Claro que se acordaron. Y temblaban de alegría… Y se fueron corriendo a comunicarlo a los apóstoles y a los demás que estaban con ellos. Pero estos lo tomaron por «cosa de mujeres», por «un delirio», y no las creyeron.

Ahora nos toca a nosotros anunciar este acontecimiento a todos y por todas partes, aunque muchos lo tomen también por un delirio y no nos crean. Lo nuestro es cumplir el encargo, o mejor, el mandato del Señor y salir a comunicarlo. ¿Es que no tenemos que ser una Iglesia en salida misionera?

La Virgen María no es solo la Madre del Crucificado, Ntra. Sra. de los Dolores, sino también la Madre del Resucitado, Ntra. Sra. de la Alegría, de la Victoria y de la Esperanza. Y también nuestra Madre en el orden de la gracia (L. G. 61). Ella no iba al sepulcro con las demás mujeres; ella no se había olvidado de la resurrección y se mantiene a la espera, en la firmeza humilde de la fe. Tampoco ella ha tenido que esperar la Vuelta del Señor para participar plenamente de su Pascua como nosotros sino que, terminada su vida en la tierra, ha sido glorificada y llevada en cuerpo y alma al Cielo. El Vaticano II nos ofrece una verdad que nos sirve siempre de aliento, de consuelo y de esperanza: ella es, por tanto, como un espejo hermoso en el que se mira, cada día, la Iglesia peregrina, especialmente, en este tiempo de Pascua.

Sobre el Bautismo digamos ahora, al menos, que es el primer sacramento por el que participamos del Misterio Pascual. Lo recordamos especialmente, esta noche, en la Vigilia, en la que lo vamos a renovar con el mejor espíritu. Este era el objetivo principal de la Cuaresma

¡Cristo ha resucitado, ha vencido sobre la muerte y sobre todo mal! ¡Muchas felicidades!

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