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Humberto Hernández

observatorio

Humberto Hernández

Brechas lingüísticas

Como ocurre con otras muchas palabras, el sustantivo brecha ha ampliado su significado aprovechando las posibilidades que ofrece el sistema lingüístico; se produce en este caso un proceso de cambio semántico que va del significado primigenio de la voz, el de «rotura de algo material», al de «quiebra de la unidad o de la cohesión de algo», cambio que entraría dentro de los llamados metafóricos, por la semejanza entre el sentido que puede relacionarse entre la separación brusca de las partes de un todo material (de una pared o una muralla) o el distanciamiento en los componentes de un todo que debía estar en armonía. El proceso de transición semántica se produce sin que apenas tengamos conciencia de él, aunque analizándolo reflexivamente lleguemos a conclusiones que nos permitirían entender las razones por las que se ha pasado de un llamado sentido recto a otro considerado como sentido figurado. Yo, desde luego, no me atrevería a afirmar si en este caso, y desde una perspectiva intrínsecamente lingüística, el verdadero significado de brecha se aproxima más a la intuición de «quiebra de la unidad de algo» o al de «rotura en una pared»; quizá por esta razón los lexicógrafos hoy preferimos renunciar a la socorrida abreviatura fig., que indicaba el carácter figurado de una acepción cuando se alejaba de su sentido recto, que era el considerado principal y verdadero; pero el tiempo nos ha ido demostrando que hoy son muchas más las brechas salariales, por ejemplo, que las que se producían en nuestras cabezas a consecuencia de las pedradas que nos infligíamos en aquellas batallas de nuestra hiperactiva adolescencia, cuando jugábamos a la guerra, y que una acertada educación cívica consiguió erradicar. Bien es verdad que nuestra artillería no pasaba de ser una modesta tiradera que disparaba chinas o pequeños callaos, sin que esta circunstancia justificase los violentos, que no lúdicos, comportamientos. ¡Qué pena que de mayores no hayamos sabido aplicarnos las enseñanzas y estemos sustituyendo las tiraderas y las chinas por bombarderos, tanques y misiles de una enorme capacidad mortífera!

Y es que entendida la palabra brecha con este valor de «quiebra de la unidad o cohesión de algo» (así la recoge en su 4.ª acepción el Diccionario de español actual, de Manuel Seco) su uso podría extrapolarse a otras muchas situaciones y a distintas realidades sociales, como podría ser la de brecha racial, que se ha producido en los Estados Unidos ante el desigual acceso a las vacunas contra el coronavirus de las personas de etnias distintas; o la brecha salarial, de la que tanto se ha hablado recientemente, con especial referencia a las diferencias de sueldos entre hombres y mujeres que desempeñan los mismos trabajos. También se rompe la armonía social y se promueve otra lamentable brecha, la brecha digital, cuando un sector tan pudiente e imprescindible en la actualidad como la banca decide unilateralmente imponer un tipo de comunicación digital e impersonalizada y un único sistema de gestión telemática con los usuarios, sin considerar la especial situación de quienes no poseen los medios para su efectiva ejecución, o de quienes preferimos seguir siendo personas y no robots.

Podríamos hablar incluso de brechas lingüísticas cuando se quiebra la cohesión social a causa de la incomprensible actitud de algunos sectores de la Administración por utilizar una jerga incomprensible en sus comunicaciones con la ciudadanía. Es verdad que existen circunstancias en las que el uso de un lenguaje especial puede justificarse, si de forma consciente y voluntaria un grupo desea inventarse una jerga (también denominado argot) para comunicarse entre sus miembros y no ser entendidos por los ajenos a él (las jergas de los traficantes, por ejemplo); o el caso de los lenguajes científicotécnicos, que también constituyen una jerga, aunque en esta ocasión, la aparente oscuridad terminológica para los ajenos a las disciplinas se debe, paradójicamente, al uso de tecnicismos con los que se persigue una precisión y objetividad en los mensajes que contribuyen al progreso de las ciencias. No existe, sin embargo, ningún motivo que justifique el distanciamiento entre la lengua utilizada por la Administración y la lengua general o estándar lingüístico que a todos nos sirve para desenvolvernos en nuestra vida cotidiana y en las situaciones comunicativas más formales y elevadas. Tal separación ha dado lugar a una jerga jurídicoadministrativa que dificulta la comunicación entre las administraciones y los ciudadanos.

No es la primera vez que alguien expresa su descontento y reclama con toda la razón del mundo su indiscutible derecho a comprender toda la información que le dirige la Administración y reclamar, en consecuencia, una comunicación más fácil de entender (más clara), más cercana (menos impersonal y menos pomposa) y más amable (menos jerárquica y amenazante). Es este parte del contenido del Manifiesto por un Lenguaje Claro en la Administración que ha elaborado la filóloga Estrella Montolío y que suscribe la revista Archiletras. Desde aquí nos sumamos a esta iniciativa y proponemos que esta demanda se haga extensiva a todas las instituciones (Gobierno, Administración, Universidades…) que tienen la capacidad de dirigirse a los ciudadanos para informarles de cualquier asunto sobre el que legítimamente deban estar informados. En los casos en los que la comunicación tuviera por objeto la solicitud de colaboración o la justificada reclamación de una incumplida obligación, queda fuera de toda duda que si no se procediera lingüísticamente con toda la claridad y sencillez necesarias solo cabría entender que el oscurantismo persigue mantener una posición de superioridad incomprensible en unas instituciones que se financian con el esfuerzo de todos y que no deberían olvidar su condición de servicio público.

También el ámbito político, contagiado por la jerga juridicoadministrativa, ha ido conformando una nueva lengua especial, que con frecuencia dificulta la comprensión de los mensajes de los partidos y grupos políticos. La prensa, que es su principal receptora, alimenta los nuevos usos y en un efecto de bola de nieve contribuye a su propagación sin que apenas nos dé tiempo de asimilar tantas novedades, que suelen quedar en las fronteras de la imprecisión semántica.

No va a ser fácil que en tan poco espacio pueda exponer sus características, aunque sí esbozar algunas tendencias y proponer unas pocas aclaraciones sobre esta jerga. Por lo pronto, gracias a los usos frecuentes de los miembros de la clase política en sus actuaciones, declaraciones e intervenciones se han generalizado, hasta pasar a la lengua general, voces propias del derecho penal, cuyos significados precisos ni estábamos obligados a conocer ni nos interesaban, pero hoy hemos de saber las diferencias existentes entre la condición de imputado, investigado, procesado y encausado, pues son voces que se refieren a situaciones personales de cierta frecuencia en los medios políticos. De igual modo, hemos de familiarizarnos con diferentes tipos de delitos, como son la corrupción, el cohecho, la malversación y la prevaricación. ¡Hasta dónde debe llegar nuestro conocimiento de la terminología jurídica si queremos entender las noticias políticas!

La política actual está consiguiendo que se revitalicen voces que teníamos olvidadas, como dictador, autócrata, sátrapa y, recientemente, oligarca, y habría que proponer ya definiciones para los nuevos conceptos, como para la expresión Gobierno Frankestein (el formado por la unión de numerosos partidos, algunos de ellos de ideología no afín); para cainismo («actitud de odio o fuerte animadversión contra los miembros del propio partido»); canibalismo («enfrentamiento entre dos políticos de un mismo partido por hacerse con su dirección»); filibusterismo (ya recogido en los diccionarios y definido como «Obstruccionismo parlamentario»); populismo («tendencia política que pretende atraerse a las clases populares»); transfuguismo («actitud del tránsfuga», la de quien se pasa de un partido a otro por intereses no precisamente ideológicos). Por si el dato pudiera tener interés, es la voz tránsfuga la de una mayor tradición lexicográfica (aparece ya en 1739 en el Diccionario de Autoridades), a la que le sigue pucherazo, pues con el sentido de «Fraude electoral» está registrada desde la edición de 1925 del diccionario académico. Es probable que sea el italianismo sorpasso, y su adaptación sorpaso, el término más reciente de la jerga política, y que podríamos definir como «Fenómeno por el que, en unas elecciones, un grupo político de ideología afín supera sobradamente a otro».

Se me dirá con razón que estos asuntos no son necesariamente cuestiones de la Política, entendida como el «Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados», o «Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos» (7.ª y 8.ª acepciones del diccionario académico), dignas actividades y dedicaciones que merecen nuestro respeto y valoración, sino más bien a la Politiquería, que es la acción de politiquear, esto es «Tratar de política con superficialidad o ligereza» (2.ª acepción). Pero es verdad que si estos términos jergales que comentamos más arriba tienen vigencia en el ámbito de esta actividad habrá que plantearse seriamente si lo que se hace es política o sencillamente se está politiqueando.

Háganselo ver.

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