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Myriam Z. Albéniz

Asesinado por la indiferencia

Desde que era una niña, heredé de mi familia un profundo amor por el flamenco, seña de identidad del pueblo gitano que me ha ido acompañando a lo largo de la existencia en cada actuación de artistas de primer orden, cada palma, cada acorde y cada quejío. Mi insigne paisano, el maestro de la guitarra Agustín Castellón Campos, conocido como Sabicas, fue el impulsor de su internacionalización y fruto de ella, nació su fusión con otras corrientes musicales. Nacido en Pamplona en 1912 y fallecido en Nueva York en 1990, su figura ha dado lugar a que, desde 2014, se celebre en la Perla del Norte el prestigioso Festival Flamenco On Fire, acontecimiento cultural pionero que refleja las distintas expresiones de la escena flamenca, reuniendo anualmente en mi tierra de nacimiento a los artistas más consolidados y al talento emergente en todas sus disciplinas. Además de celebrar la figura del Maestro Sabicas y poner de relieve su legado, incorpora en cada edición una temática que impregna toda la programación bajo un enfoque de diseño contemporáneo.

Tal vez por esa razón he sentido de un modo más desgarrador la horrenda muerte a los 84 años del fotógrafo franco suizo René Robert, herido y, posteriormente, víctima de la congelación tras sufrir una desafortunada caída en una calle de París, permaneciendo tendido en el suelo durante diez horas ante la indiferencia de los transeúntes, hasta que un hombre en la indigencia llamó a una ambulancia para socorrerle. Su amigo, el periodista Michel Mompontet, ha afirmado no sin razón que el artista que supo captar el alma de genios como, entre otros, Paco de Lucía o Camarón de la Isla (nunca olvidaré su actuación junto al excelente guitarrista Tomatito en el Pabellón Anaitasuna de la capital navarra) fue realmente «asesinado por la indiferencia». Durante más de medio siglo atrapó la esencia del duende en un infinidad de maravillosas imágenes en blanco y negro plenas de arte y estética y que conforman un legado fotográfico llamado a ser eterno. Cuando se le preguntaba por el secreto de sus inigualables retratos se limitaba a afirmar «espero el momento». Hombre de pocas palabras, por su objetivo pasaron figuras de la talla de Agujetas, Chano Lobato, Fernanda de Utrera o Eva La Yerbabuena. De hecho, Robert es autor de tres libros: Flamenco (1993), La rage et la grâce (2001) y Flamenco attitudes (2003). Finalmente, hace apenas un año cedió una colección fotográfica a la Biblioteca Nacional Francesa, donde se recogen instantáneas de numerosos artistas. Ante un hecho como el que nos ocupa, que tanta consternación ha provocado, cabe reflexionar sobre hasta qué punto el ser humano se ha vuelto indiferente ante el dolor ajeno. Y es que, más allá de casos individuales, la deshumanización suele ser considerada como una cuestión social. Puede decirse en un sentido amplio que las sociedades modernas ya no se conmueven ni se indignan por tragedias que antes sí les generaban un impacto. No sienten empatía o compasión, como ocurría en el pasado. Por motivos muy diversos, demasiadas personas se han distanciado de la esencia que, al menos en otros tiempos, caracterizaba a nuestra especie. Hace décadas que, por mor de un cuestionable progreso tecnológico, nos hemos alejado de la vida en comunidad para reemplazar cada vez con mayor frecuencia las relaciones interpersonales por vínculos virtuales. Por ello, me sumo al planteamiento del citado periodista galo cuando clama que «si esta muerte atroz puede servir de algo que sea esto: cuando un humano está tumbado en el suelo, a pesar de la prisa que tengamos, verifiquemos su estado. Paremos un instante. Este trágico y repugnante final nos enseña sobre nosotros mismos. Me gustaría mucho conocer al vagabundo que, a las 6 de la mañana, fue el único ser humano que pidió ayuda». Ciertamente, también a mí me gustaría conocerle. Descanse en paz el magistral fotógrafo que convirtió su profesión en una pasión.

www.loquemuchospiensa peropocosdicen.blogspot.com

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