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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Palabra y realidad

El otro día, en una conversación, dije que habría que ser subnormal para preferir una energía sucia y contaminante a una limpia. Y alguien dio un respingo. Le chirrió que utilizara esa palabra. Y no es el primero que me dice que no se debe usar y que el término adecuado es discapacitado. Pero no es así. Nada tiene que ver una cosa con la otra.

Una persona discapacitada es alguien que por sus condiciones físicas o mentales duraderas se enfrenta con notables barreras de acceso a su participación social. Los políticos de los que yo estaba hablando no tienen problemas físicos ni conflicto alguno en su vida social. ¿Cómo los voy a llamar discapacitados? Los califico como subnormales, que según la RAE son aquella personas que muestran una capacidad intelectual notablemente inferior a la normal.

Hace ya veinticinco años que deberíamos tener centrales eléctricas que estuvieran quemando gas natural en vez de la basura de fuel que se está utilizando todos los días. Pero no. Nunca se ha querido usar el gas en Canarias porque dicen que le cierra la puerta a las energías renovables. Pero quienes sostienen esto no pueden explicar cómo las renovables han sido incapaces de desarrollarse en nuestras islas en un escenario donde el gas no estaba. ¿Quién le estaba cerrando la puerta, entonces?

Para que el sistema funcione mayoritariamente con energías no contaminantes tendrán que pasar muchas décadas. Y durante todo ese tiempo, lo que se seguirá quemando en los motores que producen energía para mantener el sistema va a ser el fuel oil que, después del carbón, es la estrella de la contaminación ambiental.

Si uno fuera como los apasionados defensores de la calentología y la lucha contra el cambio climático, siempre dispuestos a ver una siniestra conspiración de oscuros intereses tras cualquier opinión discrepante, la obcecada negativa a sustituir los fueles por el gas –que contamina menos, lo mires como lo mires– solo tendría una explicación: que los grupos de presión de los petroleros están engrasando las cadenas de la bicicleta.

Seguir facturando durante veinte años más toneladas de un combustible que ya casi nadie quiere, por contaminante y obsoleto, debe ser un negocio muy importante. Tan importante como para que, en su día, cuando hace veintipico años se libró en Canarias la primera gran batalla para implantar el gas, esos poderes se movieran como una apisonadora. Una que logró que los políticos que habían aprobado una cosa terminaran haciendo la contraria.

Seguimos contaminando lo mismo que entonces. La única diferencia es que ahora se paga por envenenar. Pero quienes lo pagan no son las empresas que queman el fuel, son los consumidores. El costo de la energía se ha disparatado, entre otras cosas, porque quienes querían salvar el planeta han creado nuevos impuestos. Al final todos los caminos llevan a Roma. Y todos los discursos al bolsillo de los mismos.

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