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Joaquín Rábago

Pequeñas pero pugnaces

Quién habría pensado que una pequeña república báltica como es Lituania iba a atreverse a enfrentarse con la segunda economía del mundo.

Pues eso es lo que ha ocurrido: Lituania no sólo ha denunciado a Pekín por el trato que reserva a la minoría uigur o por la pasada represión de las protestas en Pekín.

También lo ha hecho por las inversiones chinas en infraestructuras, que el Gobierno lituano ve como un intento de aumentar su influencia en el mercado europeo.

El último episodio es la apertura en Vilna, la capital lituana, de una oficina de representación de Taiwán, que el Gobierno comunista considera parte de territorio chino.

Mientras para algunos se trata de un claro compromiso del Gobierno lituano con la defensa de los derechos humanos en todo el mundo, hay quienes ven otros motivos.

Así, para Denish Kishnevky, del Carnegie Moscow Center, se trata ante todo de llamar la atención del mundo y en especial de Washington sobre las repúblicas bálticas.

«Paradójicamente, escribe ese analista, Vilna considera las críticas a Pekín como una de las más mejores formas de defensa frente a Moscú».

Ya en 2019, el presidente Gitanas Nauseda criticó las inversiones chinas para el desarrollo de los puertos lituanos y dos años después, Lituania anunció que se retiraba del marco de cooperación de China con los países de la Europa central y del este.

Los servicios de inteligencia chinos acusaron a varias empresas chinas, entre ellas Huawei, de representar un auténtico peligro para la ciberseguridad del país.

La apertura en Vilna de la oficina de representación de Taiwán, la primera en Europa, es la gota que ha colmado la paciencia de los chinos, siempre muy sensibles al reconocimiento diplomático de ese territorio.

China, que ha aprendido muy rápidamente de EEUU en materia de sanciones indirectas, ha amenazado con excluir de su mercado a cualquier empresa que no rompa sus relaciones con Lituania.

Y ha llegado aún más lejos pues desde esta semana impide, según medios lituanos, la exportación al país báltico de mercancías ya pagadas.

Aunque las exportaciones directas a China no son demasiado relevantes, muchas empresas lituanas están integradas en cadenas de suministro internacionales que tienen alguna relación con el gigante asiático, por lo que se ven afectadas.

Lituania no es por otro lado el único país de la Europa del Este en alertar del peligro de las inversiones chinas en la región –también lo han hecho Rumanía, Eslovaquia, la República Checa y Polonia–, pero es el que ha llegado más lejos.

Como escribe Kishnevski, la pequeña República Báltica, que hasta ahora se había destacado sobre todo por plantar cara a Moscú, ha optado por abrir un segundo frente, esta vez con China.

Y aunque oficialmente, su Gobierno habla de la defensa de las libertades en todo el globo, le ocurre como al de Washington, que tiene una doble vara de medir.

Parecen preocuparle más esas libertades cuando se trata de Rusia, de Bielarrusia o de China que en el caso de Turquía, Irán, Azerbaiyán o Arabia Saudí.

En opinión de ese analista, «tras esa noble retórica se esconde un cálculo pragmático: convirtiéndose en mascarón de proa de las actividades antichinas, Lituania confía en que EEUU se fije más en esa región y busca garantías de que Washington no disminuirá su presencia en Europa del Este».

El ministro de Exteriores lituano escribió a comienzos de esta semana a la Comisión Europea para pedir su apoyo en el conflicto con China, algo que Bruselas se apresuró a garantizarle.

Todo esto está muy bien, pero sería aún mejor que ciertos países del este de Europa dejaran de hacer tanto seguimiento interesado de Washington y coordinasen mejor sus acciones con esa Unión Europea a la que pertenecen y de la que tanto provecho mientras tanto sacan.

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