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Alfonso González Jerez

RETIRO LO ESCRITO

Alfonso González Jerez

El idiolecto de Torres

Respecto al lenguaje –que es su hábitat habitual, aunque casi siempre lo ignoran, como el pez ignora que está en la pecera– los dirigentes políticos se quedan a veces en una obsesión retórica pero otras crean un verdadero idiolecto. Quizás crean ustedes que es deformación profesional, pero de la relación del político con las palabras puedes deducir su adaptabilidad y pervivencia.

Ángel Víctor Torres está en plena construcción de su propio idiolecto y no se fíen ustedes de su aspecto ligeramente anacrónico. El presidente Torres tiene un oído extraordinariamente fino para todas las perversiones del lenguaje que caracterizan el discurso político del sanchismo, un idioma básicamente electoral donde se amalgama la nostalgia emocional del izquierdismo con la supremacía moral frente a una derecha idiota que no sabe ganar elecciones. Por ejemplo: la actualización de la Constitución de 1978. En el PSOE state of mind la reforma inconstitucional ni fu ni fa, pero se ve con simpatía, se usa como usan los adolescentes las sudaderas, y de esta manera cuando a Torres se le pregunta el pasado día 6 comenta que, por supuesto, está a favor de actualizar la Constitución, y asombrosamente ninguno de los periodistas presentes dice una palabra más. ¿Qué quiere decir actualizar la Constitución? ¿Podría precisar algo al respecto? ¿Se refiere a lo que establece sobre Canarias el texto constitucional o piensa usted en la república? Por supuesto, en la ambigüedad y el silencio está la respuesta. Un progresista debe decir que la Constitución tiene que ser actualizada y que cada cual imagine lo que le plazca y cada uno en su casa y la dulce izquierda en la de todos.

Afloran informes sobre la venidera renovación del sistema de financiación económica. Son para ponerse bastante nerviosos. De repente el Ministerio de Hacienda sufre un ataque de amnesia y murmura en sus borradores que los beneficios del REF deben incluirse y computarse en el trato que reciba Canarias en el venidero sistema de financiación. Sería un retroceso político y económico que llegaría en el peor momento para las islas, con una recuperación todavía débil y quebradiza y una cohesión social aún comprometida. Torres se muestra «preocupado y renuente». Vaya. ¿Está preocupado porque sus compañeros en el Gobierno central serían realmente capaces de semejante canallada? En vez de preocuparse, ¿no tendría el presidente que exponer lo que demandará su Ejecutivo al negociar el próximo año la financiación autonómica? ¿A qué límites está dispuesto a llegar? Por lo demás, una mayor explicitud presidencial tal vez nos ahorraría escuchar las memeces de Román Rodríguez sobre lo que es innegociable o no. Rodríguez se comerá lo que le echen en el plato, como siempre, aullando de satisfacción. El presidente es un maestro que se ha adaptado magníficamente a la emotividad como principio regulador del espacio político. Muy rara vez Torres transmite razones argumentales porque prefiere gestos emocionales como preocuparse, emocionarse, entristecerse, animarse, exaltarse. Puede que sea de Arucas –modesta y bella– y que no haya estudiado en universidades extranjeras, pero Torres es un político plenamente posmoderno: apenas se sabe lo que piensa sobre asuntos fundamentales –financiación autonómica, reforma constitucional, costes y opciones de diversificación económica, gestión cultural y patrimonial– pero su presencia en radios y televisiones es continua en un incansable ejercicio de buen rollo, proximidad, solidaridad a flor de piel.

Lo penúltimo que ha lanzado el presidente es que existen síntomas que indican que la erupción volcánica en La Palma podría acabar antes de fin de año, es decir, en tres semanas. Es el precio a pagar por un lenguaje emocional y mermeladesco. Si quedan pocas semanas, ¿por qué no dejas que el maldito volcán sea quien dé la noticia? Porque buen rollo. Para que vean que está ahí. Para vender esperanza acongojado o congoja esperanzada.

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