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con la historia

Sandwich, lord de los bocadillos

A veces se cree que la Historia, con mayúscula, sigue una pauta lineal, lógica y comprensible cuando, en realidad, está llena de hechos casuales. No sería exagerado decir que el azar juega un papel muy importante y puede protagonizar incluso la historia más pequeña, la que forma parte de nuestra rutina diaria de forma imperceptible. Si no hubiera sido por el azar, o mejor dicho, por la obsesión por el juego, a los bocadillos nunca los habríamos llamado sándwiches.

Sándwich servido en un restaurante de EEUU.

Según se explica, un día (cuyo año es difícil de concretar porque todos los libros citan uno diferente), John Montagu participaba en una de sus timbas y no quería dejar de jugar ni un solo instante. Por eso, le pidió a su cocinero que le preparase una comida que le permitiera seguir aguantando sus cartas sin morir de inanición. El chef cortó un poco de carne y la puso entre dos rebanadas de pan. Como Montagu era el conde de Sandwich, a partir de entonces a los bocadillos se les llamó sándwiches.

Este episodio, quizá más legendario que cierto, fue descrito por primera vez por Pierre-Jean Grosley en el libro Tour to London, y seguramente surgió alimentado por la enfermiza afición al juego de Montagu. Porque si se hace caso a los testigos de la época, el conde de Sandwich era un ludópata. Pero también otras muchas cosas.

Nacido en 1718, heredó el título de su abuelo cuando tenía solo 10 años. Después ocupó varios cargos en la Administración británica: director general de Correos, secretario de Estado de la región del norte y primer ministro del Almirantazgo en dos ocasiones. La primera, entre 1748 y 1751, y después entre 1771 y 1782, justo cuando las colonias americanas declararon la independencia. Montagu fue muy criticado por sus decisiones estratégicas, sobre todo la de no enviar el grueso de la flota a combatir a los separatistas. Él lo justificó argumentando que quería evitar la posibilidad de que Francia atacara al Reino Unido aprovechando una temporal superioridad de efectivos en el canal de la Mancha. Además, se le acusó de corrupción y de aceptar sobornos a cambio de favores políticos. Su vida privada fue también motivo de escándalo, pues abandonó a su esposa por una joven cantante de solo 17 años que después apareció muerta en extrañas circunstancias.

Quizá sí que el noble inglés marcó tendencia y sus compañeros de timbas empezaron a pedir «lo mismo que lord Sandwich», pero lo cierto es que la humanidad ya hacía milenios que zampaba bocadillos. No hacía falta un cocinero del siglo XVIII para tener la idea de poner comida en medio de dos rebanadas. Y más si se tiene en cuenta que, durante muchos siglos, la alimentación básica se basaba en el trigo y la economía de subsistencia.

Uno de los primeros testimonios data del siglo I a.C., cuando un líder religioso judío llamado Hillel, inspirándose en el episodio del éxodo de Egipto, cogió dos rebanadas de matzá (el pan sin levadura típico de la cultura hebrea) y puso algunos de los alimentos típicos de la celebración del Séder de Pessa’h (la Pascua judía). Más o menos en esa época los romanos también hacían bocadillos de queso, al igual que harían los italianos del siglo XVI, que habrían comido lo que vendrían a ser los antepasados de los actuales paninis.

Ahora bien, sin duda alguna, la meca de los sándwiches es Estados Unidos, donde son capaces de poner un sinfín de productos dentro de unos cortes de pan. Y no es cosa de hace cuatro días. En 1837, en el libro de recetas de Eliza Leslie ya se explicaba cómo elaborar uno de jamón. Durante cuatro décadas ese volumen fue el recetario más popular de Norteamérica. Luego llegó otro igual de exitoso escrito por la gastrónoma Fannie Merritt Farmer, publicado en 1896 y titulado The Boston cooking-school cook book, donde había un capítulo entero dedicado a los sándwiches y canapés. Entre la lista de bocadillos aparecían los de jamón, anchoas, sardinas, huevo, pollo, langosta, ostras... Aquel fue el libro de cocina más famoso de EEUU durante un montón de años (de hecho, todavía se publica). Quizá Montagu no supo hacer frente a los revolucionarios americanos con la armada, pero los acabó conquistando con el estómago.

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