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Luis Ortega

gentes y asuntos

Luis Ortega

Noviembre y volcán

A la larga y mala fama de noviembre hay que oponerle su condición de motor de la nostalgia, su amplia literatura, su excelsa pintura de gamas cálidas, su música sugerente, su nutrida cinematografía y sus tradiciones arraigadas, entre otras, la memoria y atención a los ausentes. Desde la corta distancia con la que vivo La Palma, valoré el hidalgo y oportuno gesto de los llanenses que, en la imposibilidad de acudir a un lugar amenazado por la lava, montaron un sobrio y entrañable homenaje con los nombres de todas las personas inhumadas en el Cementerio de los Ángeles. El memorial de la Plaza de España –la sencillez y el limpio cubo, las listas de los seres queridos, las velas encendidas y la unción de los numerosos deudos– y la lluvia de pétalos desde un helicóptero de las fuerzas armadas sobre el camposanto tocaron con emoción y elegancia el otoño del volcán, que, para desgracia nuestra, ya supera en extensión al mismo diluvio universal.

Es noviembre y, de repente, parece que el año advierte que ha envejecido, que el sol apunta con pereza y que las nubes atlánticas, con todos sus grises de acuarela, mete pausa y reflexión a los mortales; que, como las hojas, las horas caen con presteza o flotan ingrávidas para hacer más larga la despedida; que las tareas y los descansos, los hábitos y los vicios, tienen un ritmo lento y que, en la tierra nuestra, el vigor lo pone el Volcán de Cabeza de Vaca –cuarenta y cuatro días de asombro, pavor y destrucción– y la resistencia enconada, quienes lo estudian y vigilan a sus faldas, quienes velan por nuestra seguridad y quienes narran sus modos sorprendentes y terribles; sus directas víctimas –los evacuados y desposeídos de todo– y los damnificados colaterales, todos nosotros; los palmeros, los canarios y los que ganaron la identidad por la sincera cercanía, por la solidaridad sin exhibiciones, por la bendita naturalidad que huye del ruido y que dignifica y engrandece la condición humana.

Es noviembre; noviembre de mementos y de resiliencia porque esa capacidad para vencer los problemas y las circunstancias traumáticas tuvo, tiene y tendrá cumplida presencia en nuestro pueblo; no es necesario que nos lo recuerden pero agradecemos, con el alma, que nos acompañen y alienten. El volcán está en lo suyo, claro, y nosotros en lo nuestro.

No sobra nadie en el empeño de la reinvención de nuestra tierra y nuestra vida, pero tampoco caben los brindis al sol con lo ajeno, con lo sagrado, como la devoción personal; no valen las ocurrencias y sandeces, aunque acudan, con petulancia cultureta, a las citas bíblicas. En este triste y activo noviembre no tienen sitio los demagogos –a los que, por cierto, no se les conocen hasta ahora rasgos de generosidad pagados con lo propio– y repugnan a la verdad, al sentido común y a la estética, las trolas y manipulaciones, las digan pavorreales con sotana o gallinas de guinea.

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