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José María Lizundia

Reforma laboral: ante el despeñadero, una estética

Los animales más necios y tozudos intuyen los peligros y rehúyen la proximidad del vacío inmediato y no hay manera de acercarlos, porque girarán en redondo. Como si fueran cazadores-recolectores del paleolítico, para el social-populismo la reforma laboral es un talismán y al tiempo, tabú. No quieren ni mantenerla ni derogarla, es algo terrible, pasan los años y ahí sigue la derogable sin derogar. En un no hacer, abstenerse, parece lo único en lo que el gobierno se atiene al principio clásico de prudencia. Pero sabe que debe derogarla o reformarla. Por un designio que le compele a obedecer. El designio es una voz anónima que susurra impelente, y que libera de todo razonamiento y análisis, prueba de conveniencia, proyecto de viabilidad. Con este gobierno es imposible establecer los vectores o líneas de fuerza de su política, realmente sobre qué puntos de gravedad está actuando, incluso cuáles prioriza, o quiere presentar al final de legislatura como conquistas o realizaciones. Con los famosos fondos de la Unión Europea en un constante ir y venir, normalmente las propuestas son rechazadas por su inviabilidad, incoherencia y falsedad.

La ministra de trabajo y pasarela reconocía la importancia de los ERTES jactándose de los muchos trabajadores, apartados del proceso productivo, auxiliados por el Estado crecido, feliz de que la España subsidiada tuviera tanto músculo pasivo: grasa.

Existían los precedentes que han erigido los significantes ominosos como recortes, que se sustraían a cualquier debate, los recortes eran recortes, quedaba todo dicho, que fueran inevitables, urgentes, decisivos, que se pudieran atener a la realidad de cualquier administración de las cosas, no contaba nada. La racionalidad, el juicio lógico, el mero conocimiento quedaban erradicados. La reforma laboral es otra categoría metafísica inmutable, incondicionada. Sea, ha de ser. Eliminada la esfera cognitiva y ética solo nos quedará la estética, la derogación comporta la estetización de las relaciones laborales. La ministra pasarela lo cumple con su estilismo ondulante al viento, dejemos a Unai Sordo compacto, abreviado y sencillo de raciocinio, pero observemos a José/Josep Luis/Lluís secretario de UGT, un individuo muy moldeable, de figura extraordinariamente común y anodina, aparece habitualmente engalanado con complementos alegres y juveniles. También obsesionado con su expresión estética, que choca con su porte siderúrgico, es otro huido histórico del trabajo a las benéficas poltronas sindicales; necesita adornarse: ora fulares de violeta feminista enroscados al cuello como boas constrictor, ora mascarillas arco iris de militancia trans, queer. Apariencias, coquetería, que fondo no hay.

Quien haya leído o sepa del sindicalismo de Simone Weil o Rosa Luxemburgo verá en este individuo de composición arlequinesca la grotesca (inmoralidad probada) ruina del sindicalismo.

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